Hace 15 años las comidas familiares eran sagradas, domingo tras domingo la familia se juntaba y preparaban platos típicos y deliciosos, entre ellos un postre que marco mi infancia, el arroz con leche y canela, era el niño mas feliz del mundo.

Mi madre cocinaba no solo para las reuniones familiares si no que me hacia el postre cada vez que lo pedía, ese maravilloso olor y la textura, el recuerdo del sabor aun lo mantengo en mi cerebro.

A los 11 años falleció mi madre, se fue a una dimensión y con ello todo los sabores, recuerdo poco sobre ella, Lo majestuoso de la vida es que los olores del postre, de la canela quedaron en mi cabeza y cada vez que huelo el aroma me tele transporta al pasado cuando fui feliz.

Todo se va, todo desaparece, pero los recuerdos mas pequeños nos hacen únicos y felices por unos minutos, segundos.

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