Destellos de felicidad

Destellos de felicidad

Ció

30/08/2020

Abuela 2.0 o 3.0; no sé…pero algún punto soy porque navego por Internet, lo que me ha dado autonomía durante el confinamiento para hacer la compra y tener una ventana al mundo para huir de la soledad. Después de tantas cosas que me ha regalado la vida, entre ellas sinsabores muy amargos, aún me queda padecer la incertidumbre de esta pandemia y comprobar como un virus imperceptible ha puesto en jaque a esta sociedad líquida.

Soy mayor y estoy achacosa pero a pesar de todo vivo sola. La memoria juega al escondite conmigo, unas veces gano yo y logro encontrar el nombre que busco, otras gana ella. Ya no me enfado. A veces hay que olvidar para seguir. 

Por suerte mi mente guarda como una película por la que no pasa el tiempo aquellas mañanas de mi infancia y cada noche me recreo mirándola. Entre sueños oigo a mi madre trajinando en la cocina, sube las escaleras, se acerca a mi cama, me da un beso en la frente y empieza hacerme cosquillas. Es su manera de despertarme para ir al cole.  Hasta mi llega el olor a jabón Heno de Pravia, que utiliza en su aseo matutino, mezclado con el olor de la lumbre recién encendida. 

Un poquito más — le digo — mientras remoloneo entre las sábanas. Bueno no te dará tiempo a comerte las galletas tan buenas que acabo de hacer — me contesta burlona — 

Hasta mí llega ese olor a canela que me encanta y que me hace salivar anticipando en placer de degustarlas.  Salgo de la cama y me desperezo mientras mi madre descorre la cortina de la ventana.  Un rayo de sol me besa la cara y observa la danza de las motitas de polvo en ese haz de luz. Me doy prisa en ponerme el uniforme con ese cuello blanco y duro que tanto me cuesta abrocharme.

Cuando bajo a la cocina Elsa, mi gata, ronronea dándome los buenos días mientras se refriega contra mis piernas. Ya tengo el tazón de colacao con sus grumos y las galletas de canela  aún calientes encima de la mesa. Antes de sentarme le doy un beso a mi madre y cambio el dial de la radio, ella se queja pero me deja hacer. Me encanta acabar de despertarme con la canción del colacao.

En mi imaginación infantil el negrito del África tropical es el héroe que me trae cada mañana ese tazón delicioso del que suben efluvios de cacao que me envuelven, mientras desmenuzo las galletas para deleitarme con ese olor a canela que invade el ambiente.

Cacao y canela, aromas de infancia que me permiten atrapar destellos de felicidad.

Me he enterado que colacao ha mantenido la sintonía pero ha cambiado la letra para que sea más inclusiva.

¡Ay! que fácil es cambiar algo para no cambiar nada.

                                             

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