Tomó la copa, la levantó como un sacerdote ofrendando su cáliz, la agitó, la miró fijo, disfrutó su bouquet frutado y añejo y contempló las gotas que intensas y aglutinadas al cristal se deslizaban cansinas hasta su base, como retornando a su madre tierra, como añorando a su embrión original, entonces dijo:

-Este blend es pequeño peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, sólo los espejos de azabache son recios como dos escarabajos de cristal negro (cosecha Juan Ramón Jiménez año 1881).

Los enólogos y el público especializado se miraron extrañados,  no estaban habituados a ese tipo de descripciones, pero quien hablaba así era una eminencia, la persona que más sabía de vinos y que había viajado especialmente para el evento sólo para dar su opinión, su veredicto. También advirtieron con cierta ingenuidad que se sirvió más de lo habitual para esos casos, no devolviéndolo al salivador. Los presentes imitaron sus pasos…

En la segunda degustación que le presentó un amedrentado sumiller dijo:

-Puedo percibir los taninos más tristes esta noche. Percibir por ejemplo: La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros, a lo lejos (Cosecha Pablo Neruda 1904).

Ahora sí la incertidumbre fue más marcada. Si bien la devolución del experto por su tono y sus gestos parecía alentadora, el jurado no sabía qué registrar en la planilla evaluativa. De nuevo el recipiente tuvo más bebida de lo recomendado y los presentes -con sonrisas cómplices- no dudaron en seguirlo.

Con la tercera copa pronunció:

-Estas uvas fueron cultivadas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitan por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos (Cosecha García Márquez 1927).

La cuarta prueba comenzó con un interrogante:

-¿Encontraría a la Maga? Tantas veces había bastado asomar mis sentidos a la copa y vislumbrar la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río dejándome percibir los aromas…

No se escuchó bien si pidió una taza o un vaso; o si quería tomar vino en taza o si balbuceó algo así como Cortázar; tuvo dificultad para memorizar el año de crianza. La invocación a la Maga imprimió en el auditorio un marco hipnótico; llenándolos de los acordes más maravillosos que pudieran sentir, en la monacal resonancia de la cava.

Después las golondrinas oscuras se posaban sobre las escupideras intactas y algunos de los presentes pretendían arrojar las barricas de roble por los balcones, desafiándose entre ellos a batirse a duelo; mientras el catador repetía inmutable y absorto que como había amado a ese vino nunca lo querrán… y que las gotas del Cabernet se cuajaban de rocío en el cristal…

Cuando tomó la última copa dijo que el varietal provenía de un lugar de la Mancha del cual prefería no acordarse, -y que no recordaría jamás por el resto de la velada- y que un hidalgo desquiciado e idealista protegía su brazo con una adarga para desfacer entuertos…

Para ese entonces ya todos estaban completamente embriagados…

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