La Chica Del Violín De La Cañada

La Chica Del Violín De La Cañada

Picky A.

05/01/2018

«El artista callejero tiene el don de detener un corazón solo con la magia de su arte»…

Aquel domingo en la primera fila del teatro “La Cañada”, Mariano y su padre, embobado por las melodías corales que sonabana sin parar acompañada de violines y pianos, se levantó sigilosamente sin que su progenitor lo notase saliendo del lugar muy malhumorado…

Eso; ¡no era lo suyo!Lo suyo eran el pop y el rock no la aburrida música clásica.

El teatro se situaba frente al río que atravesaba la ciudad entubado en un canal de adoquines, con puentes colgantes pintorescos que permitían pasar de una calle a otra.

Caminó apenas unos metros cuando la vio…

Era una linda joven de largos cabellos castaños ondulados enfundada en un vestido celeste cielo tocaba su violín “al paso y a la gorra”.

¡De pronto! ante la imagen de tan bella muchacha envuelto en las notas que parecían subyugar a los presentes a medida que salían del violín, sintió como que estrenaba una sonrisa de placer ante su presencia y la música clásica ya no le resultó tan aburrida. Entonces se detuvo situándose más cerca para poder oírla mejor. Sus acordes y la melodía que del violín irradiaba parecía que estaban siendo lanzados a todos los rincones de la calle, que arbolada y como salida de una pintura otoñal los recibía y envolvía entre su tostado follaje.

Al terminar, Binka, despejando su cara mientras corría el cabellos que casi no dejaba ver sus gráciles facciones, solo levantó la mirada hacia los presentes dando un pantallazo y nada dijo, entonces estallaron las palmas en un aplauso cerrado que se unió al impulso posterior de los presentes quienes felices tiraron cientos de monedas como jugando al sapo hasta depositarlas en su sombrero. Ella solo agradecía con la mirada mientras hacía un descanso tomando del pico de una botella de agua mineral que tenía al lado de su improvisado escenario.

Se desenvolvía como si estuviera sola, sin prestar atención a los curiosos, que como él, habían quedado prendados de su música y su belleza. Luego de unos minutos volvió a tomar su violín, y cambiando de lugar -ahora sentada a la vera del canal-, continuó acariciando los oídos de los presentes con su música, mientras su larga cabellera se desparramaba y caía pareciendo que iba a mezclarse con el agua del río. Cada tanto levantaba su cabeza, lo miraba y le sonreía quizás tentada por sus aplausos que no dejaban de sonar aún mientras ella tocaba retumbando en el silencioso atardecer.

Cuando realizó un nuevo descanso mientras volvía a tomar unos sorbos de agua, Mariano aprovechó y se acercó tímidamente mientras le decía:

-Yo también estoy un poco sediento…

-Perdón…pero no acostumbro a tener historias con extraños, pero tú pareces diferente y aunque no bebo con desconocidos aceptaría una copa que no fuese de agua mineral si me la invitaras…

Y así, sin más, Mariano le compró una gaseosa al vendedor ambulante que de lejos los observaba desde hacía un rato. Hablaron por largo tiempo de su pasión por la música y de cómo realizaba sus presentaciones ante un público callejero pues no podía pagar otro lugar, y menos un teatro. Cuando ella le preguntó si la música clásica era de su agrado, solo asintió…y en realidad fue una mentira a medias, pues después de escucharla quedó como encantado…

Charlaron cada vez que ella hacía un descanso como si se conocieran de años. La empatía entre ellos había nacido casi al instante. Solo hablaron de la música, el violín y el lugar, nada de sus vidas y menos de sus direcciones, aunque ella le dijo que cada tarde se daba cita en el mismo lugar, la misma hora y para hacer lo mismo: “tocar su violín”…

Luego se despidieron mientras él volvía a sentarse junto a su padre –que ni había notado su ausencia-y ella recogía su música y su violín para volver a su casa, mientras tarareaba una dulce canción y movía su larga cabellera de lado a lado. Estaba especialmente feliz ese día, y no solo por el dinero recaudado, la felicidad respondía al muchacho que había conocido…

Desde ese día Mariano volvió una y otra vez a “La Cañada”. Y la rutina era siempre la misma: “su padre en el teatro y él plantado junto al río esperando volver a verla”, pero ella nunca más regresó…

Un día el vendedor callejero que le había vendido la gaseosa lo reconoció y le dijo:

-¿Te veo a diario parado junto al río, acaso vienes porque esperas ver a la muchacha del violín…?

-Si…es a eso que vengo cada día…pero no la he vuelto a encontrar…-respondió tristemente.

-Y no lo harás nunca más muchacho…

-Y Ud… ¿por qué lo dice señor…?

-Porque la muchacha murió el mismo día que estuvo contigo… ¡Amén!-se persignó.

-¿Y co…cómo ocurrió eso…?-preguntó tartamudo y balbuceante.

-Al cruzar el puente de la Cañada canturreando feliz, no vio el auto que apareció de pronto y la atropelló muriendo en el acto… Solo se salvó su violín, que como nadie lo reclamó, lo llevé conmigo… ¿lo quieres…?

-Si…siiii…-balbuceó emocionado con un nudo en la garganta que lo presionaba tan fuerte que parecía que oprimía sus cuerdas vocales y sellaba sus ojos como una compuerta para no llorar a mares….

Desde ese día y a la misma hora volvió una y otra vez al teatro haciendo la misma rutina pues le parecía que ella en cualquier momento volvería a aparecer con su larga cabellera suelta al viento y su violín, y así las cuerdas volverían a sonar mientras ella sentada en el borde del canal entonaría solo para él sus dulces melodías de música clásica.

Los años pasaron y él aún conserva su violín.

El que toca cada sábado en el teatro de su barrio ante sus amigos-otrora roqueros-que lo escuchan fascinado, sentando las bases y los gustos de un nuevo orden en su predilección por la música…

La música clásica de “La Chica Del Violín De La Cañada…”

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