Ayer , tomando en consideración a la palabra ayer como el pasado, el encuentro se dio en forma súbita y bañó de calidez la fría tarde invernal.
¿Me puedes convidar paraguas? Le suplicó ella, aferrándose de su brazo con sus manos enfundadas en unos guantes sin dedos. El. al ver sus sonrientes ojos negros, supo entonces que su deambular sin sentido tuvo su recompensa.
Los meses de miradas furtivas y esbozos de sonrisas llegaron a buen término.
Conversaron de cosas triviales pero escasamente. Ambos sabían que era inevitable el desenlace carnal que eso tendría.
Las noches sucesivas aplacaron sus soledades y sus apetitos de sexo en la pieza de él a escondidas de sus padres que vegetaban en la planta baja.
El romance fue más breve de lo que el soñó y ahora solo en su húmeda pieza creyó oportuno escribir en los raídos muros el poema que taladraba su perdida mente:
Ahora la poesía te pertenece, haz con ella lo que quieras.
Ahora el poema lo escribes tú con tu sonrisa,
que se refleja en el mar de tus ojos testigos de muchos ocasos.
Con tu caminar sereno y seguro que acompaña mi soledad
en una tibia lluvia de abril.
Con tu silencio locuaz que refleja calma y anuncia noche de amor.
Ahora lo escribes con tus delicadas caricias y lujuriosos besos.en mi piel
Con tu desenfrenada entrega
Con tu eterna partida y mi angustiosa soledad
hasta tu próximo poema.
Ella nunca escribió, aunque lo hiciera, el nunca la leería.
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