Crecí en un país de oportunidades, mientras lo hacía veía con ilusión las luces de Navidad, el árbol familiar se hacía más grande y mis sueños de ser una gran profesional empezarían a hacerse realidad.

Recuerdo una ocasión en elecciones; Gritaban:

¡Revolución, Revolución!

Solo escuchaba que era la mejor opción.

En 1ro de primaria por primera vez escuché decir de mi educadora que aquel quien había ganado era un dictador, en ese momento no lo entendí a la perfección.

En un par de años entre a la academia militar, recordé aquel comentario cuando vi cómo se violaban las leyes con suma tranquilidad.

Mientras sostenía la bandera en memoria del caído y pasaba por mi lado la sonrisa del hombre alto que ahora se sienta en el trono presidencial, me preguntaba ¿qué había pasado con mi futuro ideal?

Mi madre se fue del país cuando empezó a escasear, ella se marchó diciendo que necesitaba darle un mejor futuro a los que empezaban a soñar.

Poco a poco mis amigos decían adiós, las casas vacías tomando su lugar, declaraban que quizás nunca los volvería a abrazar.

Aquel país del que me enamoré sufre porque no quiso escuchar la voz tenue de protestas que defendían la moral, abajo cadenas gritaban sin poder llegar a los oídos de aquellos que podían hacer cambiar en lo que íbamos a parar, pancartas escritas con dolor, pedían auxilio del opresor, nunca antes vi a una nación en tal desesperación, el color rojo de su bandera significa la sangre derramada por su independencia.

¿Y la de hoy?

¡FRUSTRACIÓN!

El vil egoísmo que otra vez triunfó, enuncia una estrofa del himno de esta nación.

Hoy me encuentro fuera al igual que su libertad, buscando una oportunidad de regresar.

Mis ojos se llenan de lágrimas cuando tocan a mi puerta pidiendo algo de comer con aquel acento que solía tener.

Mujeres limpiando autos bajo el sol, niños pasando hambre acurrucados en cada rincón, son ejemplos de vejación.

¿A quién debemos culpar? ¿A nuestros abuelos, padres o maestros?

En toda esta crisis económica y existencial, hay quienes abusan de lo poco que se puede encontrar.

Un simple desayuno ya no se puede comprar, me encontré con un amigo del que me burlaba por sus kilos de más, no pude resistir llorar al verlo tan débil y decirme que solo mango podía degustar.

Existen los que se fueron, los que permanecen y un grupo sin igual, que no sé si es por necesidad o por no salir a trabajar, pero labran con creces una fama asquerosa que odio escuchar.

Esto lo escribo no sólo con pesar si no con aquella rabia e impotencia que me hace recordar todos nuestros planes que al suelo fueron a parar, agradecida con Dios por no sufrir tanto como aquellos que a diario escucho rogar, no me importa cómo, pero intento ayudar, pienso que quizás mañana me toque mendigar y espero una mano de ayuda sin juzgar.

Gritemos con brío:

«¡Muera la opresión!

Compatriotas fieles, la fuerza es la unión.

¡Culmina la esperanza convertida en declaración!

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