El frío envolvía al gordo Tom, la capa de ropa que llevaba puesta no hacia nada para defenderlo de aquel frío infernal, más la bebida era lo único que lo calentaba, sabia que aquella calle lo conduciría nuevamente al lugar que lo vio nacer, había pasado tantas veces por ahí, que incluso borracho y medio loco le era simplemente imposible olvidar cada paso que debía dar para llegar a su cálido y solitario hogar. Cada grieta en el camino lo recordaba, cada paso danzante de sus piernas que parecían gelatinas por el frío lo hacían parecer el típico hombre ebrio, sin sueños, sin vida ni futuro. Por un momento descanso su cuerpo sobre la pared de ladrillos rojos congelados por el frío de aquel viejo restaurante, recordó como el cocinero de aquel lugar alguna vez le había regalado una bolsa de pan recién horneado cuando el aún era un niño de 8 años, pero los tiempos eran diferentes, el ya tenia 54 años y el viejo cocinero ya no existía en esos tiempos. Tom siguió su camino tambaleante, sosteniendo su botella de whisky casi vacía mientras la noche ya ocupaba el lugar del día. Las luces de los autos resplandecían como luciérnagas ante los ojos desorientados del gordo Tom. Dándole un largo trago a su botella, su mente se abrió a pensamientos que aparecían a una velocidad imposible de detener.
Y cuando todo daba más vueltas y el piso parecía subir hasta él. Su mente se detuvo en un solo pensamiento.
Todos eran miserables.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS