Una taza de café

Una taza de café

Roberto Sierra

16/08/2020

Pocas bebidas son tan universales como una taza de café. Su elaboración y degustación dicen mucho del lugar en que se hace y de los acontecimientos que han tenido lugar a lo largo de su historia. Recuerdo el espresso que me sirvieron en una terraza de Roma junto a un vaso de agua. Como cualquier experiencia romana, vino precedido por una inacabable parafernalia de ruidos y gritos que desembocaron en una minúscula taza que concentraba la intensidad de sabor más descarada que pudiera echarse uno al paladar. Pienso en Viena y en aquella elegante copa de cristal en la que el café se aliaba con una buena cantidad de nata. Como acompañante, una generosa porción de tarta recién salida de la cocina de un elegante y pomposo palacio que daba al consumidor la falsa idea de pertenecer a una aristocracia de la que ya nadie se acuerda. Sigo desconcertado por la amalgama de sabores que se resumían en aquel vaso que me sirvieron en Hanoi donde asomaban exóticas especias y refrescantes, e indigestos, cubitos de hielo; auténtico presagio del calor y la sorpresa que Vietnam prepara a todo viajero occidental. Sigo sin comprender el tamaño y la ausencia de sabor en aquellos tanques de plástico que tomaba en Nueva York. Quizás me faltaba un vehículo acorde a sus dimensiones y la predisposición de estar todo el día bebiendo del mismo vaso, aunque aquello ya no supiera a nada. Procuro evitar las tazas que se sirven en los aeropuertos y que, sin importar dónde sea, mantienen el mismo sabor industrial. No sé a dónde me llevará la próxima taza de café. De lo que estoy seguroes que no se parecerá a ninguna de las que haya tomado antes.

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