Perfil público

Soy una joven de 21 años movida por una pasión infinita por las artes, especialmente la pintura, el cine, la música, la fotografía y la literatura. Actualmente estudio Comunicación Audiovisual y Periodismo, y aún estoy explorando qué camino creativo quiero seguir en el futuro. Lo que sí sé es que siento una necesidad inquebrantable de crear y comunicar emociones a través de todo lo que hago.

Nací y crecí en Bilbao, Bizkaia. Es una ciudad de contrastes: gris y lluviosa, pero también cálida y acogedora; industrial y moderna, pero con rincones llenos de historia. Creo que esa dualidad me ha marcado más de lo que me doy cuenta. Siempre me he sentido un poco dividida entre la intensidad de lo que llevo dentro y la calma que busco afuera, entre el deseo de aislarme y la necesidad de expresarme.

Actualmente estudio Comunicación Audiovisual y Periodismo. Me gusta la sensación de sentir que me abre puertas a distintas formas de narrar, a jugar con palabras, imágenes o sonidos. Entre todas mis pasiones artísticas, la escritura ocupa un lugar distinto. No fue la primera que apareció en mi vida —antes llegaron la pintura, y la música—, pero sí es quizá la que más íntimamente me acompaña.

Escribir para mí no es un acto creativo en el sentido más romántico de la palabra. No escribo porque la inspiración me visite de pronto, sino porque lo necesito. Tengo TDAH y en muchas ocasiones siento que todo en mi cabeza hace demasiado ruido, cuando siento que la intensidad de mis pensamientos y emociones me supera, lo escupo todo en un papel. Y en ese proceso, poco a poco, todo se va ordenando. Las palabras me ayudan a traducir el caos interno en frases que puedo entender, y al verlas fuera de mí, impresas o escritas a mano, siento que me pesan menos.

La mayoría de las veces escribo en los momentos más bajos. No porque en los picos altos no sienta con fuerza —también me sucede—, sino porque en los picos bajos se me hace insoportable guardar todo dentro. Cuando escribo desde la tristeza, desde la angustia o la nostalgia, encuentro un espacio donde puedo soltarlo sin miedo a ser juzgada. En la vida cotidiana, a menudo me han hecho sentir que soy “demasiado”: demasiado sensible, demasiado intensa, demasiado dramática. Pero en la escritura no hay “demasiado”. Todo cabe. Todo tiene un lugar. Me permite enfrentarme a lo que siento de otra manera.

Siempre he sentido todo de manera desbordante. Una canción, un recuerdo, un olor, un paisaje… todo tiene la capacidad de atravesarme con una fuerza que a veces me resulta difícil de manejar. Es como si el mundo no tuviera filtros para mí. Lo percibo todo en crudo, sin amortiguadores. Eso es hermoso, porque me hace vivir experiencias con una profundidad que otras personas quizás no conocen. Pero también es agotador. Y la nostalgia me resulta desgarradora.

Entre todas las emociones que atraviesan mi vida, la nostalgia ocupa un lugar privilegiado. Me obsesiona. Es una emoción que combina dulzura y dolor, que me conecta con lo que fui, con lo que ya no está, con lo que no volverá. A veces pienso que vivo más anclada a los recuerdos que al presente, y que mi arte refleja justamente esa tensión entre el ahora y lo perdido.

No es casualidad que la mayoría de mis proyectos giren en torno a la memoria. Creo que lo que intento, a través del arte, es resistirme al paso del tiempo. No quiero que las emociones, las personas y los momentos importantes desaparezcan sin dejar rastro. Crear es mi forma de fijarlos, de darles un lugar en el mundo.