Ralph estaba decidido. Cordelia debía morir. Mientras la oía canturrear en la cocina con esa voz tosca desbordada de altibajos discordantes no podía dejar de pensar en cómo lo haría. Abrió el cajón del escritorio. Sacó sus tapones para los oídos y se los colocó, con el ceño arrugado. Se aproximó al teclado y empezó...
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