TODAS LAS MIL SOMBRAS DEL DRAGÓN

TODAS LAS MIL SOMBRAS DEL DRAGÓN

fran

03/09/2025

Ka-li emergió del humo del bosque con la mirada vacía, arrastrando los pies por la tierra quebrada. No recordaba cómo había llegado allí, solo que al dar su último golpe en un combate ritual, el aire se rasgó y una luz violenta lo tragó. Desde entonces, todo había sido gris. Árboles grises. Cielo gris. Un arroyo que no fluía, solo existía. En ese claro seco, encontró a otros como él. Seren apareció envuelta en un halo de luz cálida. “Este no es mi mundo”, murmuró, y con su presencia, el bosque pareció temblar levemente, como si recordara la primavera.

Elior llegó último. Alto, cubierto con una capa de estrellas. No hablaba mucho, pero su mirada atravesaba las pieles de muchos.

Entonces, sin aviso, la tierra tembló y una voz les habló desde las raíces:

—“Solo los dignos cruzarán la puerta de las mil sombras. Pelead. Mostrad quiénes sois”.

Un círculo de piedra surgió del barro reseco. El bosque, sin vida, vibraba con una tensión inexplicable.

El torneo había comenzado.

Mientras los combatientes demostraban su fuerza en cada enfrentamiento, alguien más se movía en las sombras. Shade, un ente hecho de las ruinas del tiempo, cruzaba dimensiones en busca de reliquias que nunca debieron existir. Fragmentos de mundos olvidados, esencias de dioses caídos, susurros convertidos en artefactos. A través de portales abiertos con sangre, Shade llegaba hasta bibliotecas perdidas, templos sumergidos, torres olvidadas. Y mientras los guerreros peleaban por su lugar en esta tierra, Shade sonreía. No necesitaba ganar el torneo. Solo necesitaba hacer tiempo.

Ka-li empezó a sospechar algo. Cada combate revelaba una energía distorsionada, como si algo los estuviera drenando lentamente, con el que cada golpe los estuviera debilitando.

Una noche dijo, mirando el reflejo de su rostro en el arroyo: —“No es una prueba. Es una trampa”.

Elior estaba de acuerdo. Él lo había sentido también. Las puertas interdimensionales se abrían demasiado fácil últimamente. “Shade”, susurró. No era solo un ladrón. Era un eco. Una suma de todas las decisiones cobardes que alguna vez tomaron los héroes de otros mundos. Juntos, los tres abandonaron el torneo y siguieron la estela de desequilibrio. Cada paso los acercaba más a una dimensión en ruinas: un lugar donde el tiempo se enroscaba como una serpiente y las sombras hablaban.

Allí encontraron la verdad.

Una ciudad hundida en la oscuridad, donde los edificios parecían flotar sobre un cielo sin estrellas. Allí estaba Shade, en su trono de cenizas.

El combate comenzó sin necesidad de señales. Ka-li, con su precisión y su alma de acero. Seren, envolviéndose en fuego para enfrentar a su reflejo oscuro. Elior, invocando fragmentos de luz de todas partes. Pero Shade no era un enemigo convencional. Cambiaba de forma, se duplicaba, se convertía en los miedos de cada uno de ellos.

Ka-li peleó contra su versión más joven, esa que huyó en vez de salvar a su aldea.

Seren combatió contra una hermana que murió por su culpa.

Elior se enfrentó a su sombra… que no era otra cosa que él mismo en mil futuros posibles.

Shade, al fin acorralado, gritó con mil voces y estalló en un remolino de ceniza.

El bosque no reverdeció. El arroyo no recuperó su caudal. Pero había calma.

Los artefactos robados fueron devueltos por Elior a sus mundos de origen.

Ka-li miró a Seren. No eran amigos. Eran algo más antiguos: compañeros de exilio.

—“¿Volveremos a casa?” —preguntó ella.

—“¿Y si esto ya es casa?” —respondió él, mirando el horizonte.

Elior, por su parte, selló el último portal y desapareció sin decir adiós. Su tarea continuaba en otro sitio.

A orillas del arroyo seco, quedó una piedra tallada con un nombre inventado: La Alianza del Ocaso. No hablaba de héroes. Hablaba de decisiones. De personas de muchos mundos que eligieron no huir cuando todo parecía perdido.

El bosque sigue seco.

Pero, a veces, cuando el viento sopla con nostalgia, el agua fluye por un instante, como si el mundo recordara que hubo una vez en que incluso las sombras temieron al fuego del coraje compartido.

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