1.
Nunca he sentido que encajo en ningún lugar, y juro que lo he intentado. Empecemos por el colegio. Allí me sentía a salvo cuando estaba con mis amigas de siempre pero que nadie externo a ellas se dirigiese a mí porque de forma automática mi voz desaparecía y si conseguía salir, parecía la de otra persona. ¿Cuántas veces he pensado en mi cabeza lo que tengo que decir en el momento antes de actuar y no he sido capaz de recrearlo tal y como me lo estaba imaginando? ¿Cuántas veces he sentido qué he hecho el ridículo al hablar? Aún recuerdo lo que sentía cada vez que quería comprar unos paquetes en la tienda de gominolas y una hora antes mi cabeza empezaba a imaginar la escena. Tardaba mucho en atreverme a ir hasta el mostrador y siempre utilizaba la misma frase: “dame un paquete de Jumpers”. Un volcán subía desde mi estómago junto con las palabras, un volcán de vergüenza y aquél día todavía con más intensidad cuando el tendero me respondió de manera irónica haciendo referencia a mi frase siempre utilizada. ¿Una tontería? Puede ser, pero desde ese día comencé a pensar todavía más el cómo debía decir las cosas por lo que dedicaba aún más tiempo a crear en mi cabeza todos los futuros escenarios que se podrían crear ante mi en cada una de las situaciones en las que tenía que abrir la boca.
Esta realidad me ha acompañado siempre consiguiendo que nunca me salga de la línea y guardando en lo más profundo mis opiniones por miedo a no saber gestionar la respuesta. Ya te digo que mi imaginación podría haberse llevado un Goya a mejor guionista ya que crea escenarios dispares y diversos ante cualquier situación que me toque vivir desde incluso días antes de que ocurra. Ay cuántas noches sin dormir…
Pero hoy mi barrera se ha roto, mi garganta ha hablado y mi cuerpo ha temblado. Parece que mi imaginación estaba en modo avión o que la tensión sostenida durante tanto tiempo, ese volcán aletargado, no se ha podido contener durante más tiempo. Y aquí me encuentro, en la sala de espera del centro de salud al que he podido llegar a duras penas, respirando dentro de una bolsa de plástico mientras espero a que me faciliten la pastillita del a mi plín que hoy se me había olvidado meter en el bolso.
Según el médico necesito parar, es decir, no ir a trabajar. Vale, cogeré la baja pero, ¿qué hago con mi cabeza que nunca para? ¿Existe algún tipo de interruptor?
2.
La pastillita ya ha hecho su efecto, ya no siento los latidos de mi corazón en los oídos y el aire baja con facilidad hasta mis pulmones. Ahora solo tengo que llegar a casa y comunicar a mi jefa que el médico me ha dado la baja. ¿Cómo se hace eso, teléfono, en persona, por e-mail?¿Qué cara va a poner, me va a gritar, pensará que soy una exagerada? Venga, le llamo por teléfono en cuanto entre en casa. No, mejor desde el coche. No, mejor primero me quito la ropa, bebo agua, voy al baño y ya después le llamo. No, es mejor que lo haga ahora mismo para quitármelo de encima… ¡Ahí está! ¿Dónde me has dicho que tengo ese interruptor señor doctor? Ah, vale que no existe…
Después de entrar en casa, tumbarme dos minutos, ir al baño tres veces, ducharme, volver a tumbarme y sentir un agujero en el estómago, le he comunicado a mi jefa por e-mail que desde mañana me encuentro de baja. Me ha parecido más sencillo comunicárselo de esta forma ya que escribiendo puedo tomarme mi tiempo y escoger las palabras adecuadas. Mi cabeza me ha dicho que si le llamo por teléfono mis palabras van a salir atropelladas y que no voy a saber defenderme, porque claro, ella se va a enfadar y me va a echar una bronca del quince.
Han pasado ocho minutos durante los que he actualizado la bandeja de entrada doce veces cuando he recibido su respuesta: “Vale, espero que descanses. Te recomiendo que practiques yoga”.
¿Qué practique yoga? ¡Pero qué clase de respuesta es esa! ¿Se está riendo de mí? ¡Me debería haber dicho que estoy despedida!
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