Si uno técnicamente no tropieza dos veces con la misma piedra, nunca entenderé qué fue lo que pasó…Ahora me vienen recuerdos y más recuerdos, todavía me sorprendo y siento que se dibuja una sonrisa en mi cara.

Mi primer entrevista laboral fue complicada, al punto que fueron tres; para mí es que daba aspecto de chiquilina, para ser recepcionista de un lugar importante, también les interesaba que supiera inglés. Con el tiempo me daría cuenta cuán difícil es, por no decir imposible atender una llamada, larga distancia mediante, proveniente de China.

Sí, me contrataron, tuve que vestirme con ropa de mi madre, me pedían falda bajo la rodilla, tacos y maquillaje.

El primer día tomé un taxi, me sentía rara. Mis días ahí fueron divertidos. Pensaba que sería una tortura, pero lo cierto es que todo el tiempo que pasé ahí, descubrí que interactuar en un grupo de distinta edad , resultaría ser una buena experiencia.

Ellos me hacían partícipe de sus conversaciones y yo los divertía, supongo, con esa verborragia, que hasta el día de hoy me acompaña.

Sí mi trabajo era divertido, lo repito porque lo merece. Cada tanto me acuerdo de ellos…mi trabajo consistía basicamente en atender los teléfonos. Básica y específicamente era eso. A mí me encantaba.

Una tarde me pidieron que fuera a comprar algunas cosas para tomar el té, así que fuí al kiosko más cercano.

Ahí estaba un chico comprando caramelos, me miró, me regaló uno. Volví rápido y sí…inevitablemente enamorada!!

Ja ! De un extraño que no volvería a ver. Con la frescura de aquellos años , conté todo. Todos festejaban mis relatos, porque yo no escatimaba en detalles, no paraba de hablar.

Fué no sólo una relación laboral, muy por el contrario, fueron mis afectos diarios, las orejas que escuchaban, mis delirios, mis pavadas, aunque yo me sentía muy adulta. Los quise mucho.

Volvamos al tema del kiosko.

Unos días después, me encargaron ir a cambiar unos dólares a un local que estaba en la misma cuadra.

Fuí , ya a esa altura había encontrado un aspecto que a mí me gustaba y me hacía sentir cómoda.

Llegué a dicho local, cuando entré, sentí que me ponía literalmente roja, estaba él, el chico de los caramelos, sí!!

No niego lo nerviosa que me puse, encima ,él me dijo:-«Ah , sos la nueva recepcionista». Susurré un tímido sí.

Salí tan rápido como pude de allí. Volví a mi trabajo hecha una tromba, casi sin respirar les conté a quién me había encontrado.

Resultó después que al trabajar en la misma cuadra, nos veíamos obviamente y así fue como me fuí enamorando, cada vez más o al menos eso sentía. Sólo una vez tomamos un café.

El tenía el pelo largo, con unos rulos que a mí me encantaban…Una mañana lo crucé, se había cortado el pelo, adiós a esos rulos que yo adoraba; Me contó que era su último día de trabajo ahí, mi mundo se caía , mientras él me hablaba entusiasmado de su nuevo camino, el que comenzaba el día siguiente.

Al anochecer de ese día vino a despedirse, intercambiamos teléfonos y así sin más nos despedimos, eso sí, con la promesa de seguir en contacto.

Ni siquiera en ese último instante me animé a decirle lo que me pasaba.

Semanas más tarde, sonó el teléfono en casa, atendí, era él…La charla fue algo torpe, corta, es que nunca pensé que iba a llamar.

Vino a cenar a casa, estaba mamá…Ella quedó deslumbrada, no paraba de elogiarlo, cosa nueva para mí, ya que nunca le gustaban mis chicos.

Pasaron los meses, nos vimos muchas veces, yo seguía sin decir una palabra… Vale que pare acá y haga una especie de nota al pie:

«Nunca se gurden para sí, algo que sientan. No lo hagan nunca».

Junté fuerzas, coraje y una pizca de locura y me fuí hasta su casa a contarle todo.

Para ese entonces, ya nos habíamos confesado cómplices, que cuando nos conocimos, los dos estábamos de novios, aunque en aquel café compartido, ambos dijimos estar solos. Después de esa omisión inicial, eso se hizo cierto, y ahí fue cuando él se acercó y yo no me dí cuenta…hasta el día en que fuí a verlo……..

Es que de repente había desaparecido, no llamaba ni nada……

Ahí le largué todo de un tirón, creo que ni respiré.

El me contestó:-«Desede el principio ninguno de los dos fuímos sinceros con lo que nos pasaba. Yo estuve éste tiempo sólo, no supe nunca qué te pasaba a vos». Estuve, ese verbo en pasado me hizo ruído; sí , ahora estaba de novio otra vez, mi corazón se hizo pedazos.

Una semana más tarde me fuí de viaje , justo era verano, casi dos meses. Volví renovada. Ahí fué que mamá me contó que había llamado varias veces. Nos vimos una vez más, le confesé el por qué de mi viaje, para olvidar. me dijo que ésa no era una solución nunca, para nada. Tarde ya, me había dado cuenta sola.

Me dejó de regalo un libro, «La Metamorfosis» de Kafka. Tenía una dedicatoria, decía algo así como : » en honor a ésta amistad que nunca supimos bien qué fué o qué podría haber sido….», no recuerdo más de ella. El paso del tiempo la fue borrando de mi memoria.

Esa fue la última vez que nos vimos.

Muchos años después, entré a un kiosko, ya más grande a comprar cigarrillos, ahí había un chico parado, comprando Tic-Tac azules, me miró, sonrió, pero ésa es otra historia.

NdeR: Los nombres de los personajes fueron omitidos sin querer, se llamaban: Horacio y Verónica, pero por pura casualidad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS