En una pequeña ciudad rodeada de montañas y ríos, vivía Samuel, un hombre solitario de mediana edad que se ganaba la vida como relojero. Desde niño, había sentido una profunda fascinación por los sueños, convencido de que estos escondían mensajes importantes sobre el destino de cada persona. Su tienda de relojes estaba decorada con antiguos grabados de relojes de arena, astrolabios y códigos oníricos que había recopilado a lo largo de los años.

Una noche, Samuel tuvo un sueño particularmente inquietante: se encontraba en una habitación sin puertas ni ventanas, donde flotaban cientos de relojes con agujas que giraban al revés. En el centro de la sala, una figura encapuchada le susurraba: «El tiempo se quiebra». Al despertar, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Algo dentro de él le decía que ese sueño no era como los demás.

Intrigado y ansioso por descubrir su significado, Samuel buscó la ayuda de la señora Aurora, una anciana conocida en el pueblo por su sabiduría sobre los sueños. Aurora escuchó atentamente su relato y, tras un largo silencio, le dijo: —Los relojes simbolizan el tiempo y el desorden indica que algo en tu vida está fuera de control. Debes prestar atención a las señales.

En los días siguientes, Samuel comenzó a notar sucesos extraños: los relojes de su tienda se detenían sin razón aparente, los segundos parecían alargarse y, en ocasiones, juraría que el tiempo retrocedía por fracciones de segundo. Decidido a llegar al fondo del misterio, regresó con Aurora, quien le entregó un antiguo manuscrito.

—Este libro habla de los guardianes del tiempo —dijo con voz solemne—. Aquellos que sueñan con relojes descontrolados pueden ser elegidos para restaurar el equilibrio temporal.

Samuel pasó noches enteras estudiando el libro y descubrió que existía un ritual para entrar en el flujo del tiempo y corregir sus anomalías. Una noche, siguiendo las indicaciones del manuscrito, encendió velas en su tienda, alineó los relojes en un círculo perfecto y cerró los ojos. De repente, sintió un mareo y, cuando los abrió, se encontraba en la misma habitación de su sueño.

La figura encapuchada estaba allí, pero esta vez Samuel no sintió miedo. Se acercó y preguntó: —¿Qué debo hacer?

El encapuchado extendió una mano y, en su palma, apareció un reloj de arena que giraba lentamente al revés. Samuel comprendió que debía detenerlo. Al tocarlo, una energía desconocida lo envolvió y su mente se llenó de visiones: momentos pasados, futuros posibles, realidades alternas.

Cuando despertó, estaba en su tienda, pero algo había cambiado. El mundo a su alrededor se sentía extrañamente distinto. Miró su reflejo en un espejo y vio a un niño: él mismo, con diez años de edad. Los relojes de su tienda marcaban todos la misma hora: el momento exacto en que su pasión por los sueños y el tiempo había comenzado.

Samuel sintió un nudo en la garganta. Era como si el tiempo le hubiera dado la oportunidad de volver a empezar. Pero, al mirar a su alrededor, vio algo aún más sorprendente: en la esquina de la tienda, había una caja con un reloj que nunca había visto antes. Lo tomó con manos temblorosas y, al abrirlo, encontró una nota dentro.

«No temas al tiempo, Samuel. Todo es posible si crees en ti. Nunca rendirse.»

Samuel cerró los ojos y tomó una decisión. No iba a vivir con miedo ni a cuestionar las oportunidades que el destino le ofrecía. Si el tiempo le había dado otra oportunidad, la aprovecharía al máximo. Con el espíritu de un guerrero y el corazón de un soñador, murmuró para sí mismo:

«Atacaré a la adversidad con mi lanza, me defenderé con mi escudo y ganaré con mi mente. Nunca rendirse.»

Y así, con una sonrisa de determinación, Samuel salió de su tienda dispuesto a forjar un nuevo camino, sin miedo al tiempo y con la certeza de que el verdadero poder residía en nunca rendirse.

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