Hoy escuché un relámpago. Esta lloviendo casi todos los días pero pocas veces o quizás nunca hay tormenta. A eso de las dos de la tarde, cuando me disponía a prepararme un café, baje las escaleras que hay de mi cuarto a la cocina. En ese momento, mientras bajaba las gradas, un brillante rayo inundo mi casa, una especie de luz azul que apenas pude ver por un segundo ilumino todo a mi alrededor. Me prepare para escuchar el estruendo esperando que se tardara en llegar, pero en apenas un segundo un ruido ensordecedor retumbo en todo lado.

Era quizás el rayo más cercano que había visto en mi vida. El sonido que lo acompaño había sido tan fuerte que había disparado la alarma de varios carros alrededor y tras el estruendo que retumbo con fuerza, vino una orquesta de alarmas y lluvia sobre la ventana. Eso fue todo, un solo relámpago; potente, aterrador, memorable … Vasto apenas el ensordecedor ruido de un rayo para que volviera a pensar en ti una vez más.

Tenía varios días sin pensarte. Pero el relámpago me transporto inmediatamente a un pasado mas torrencial. En aquella Bogotá del 2018, las lluvias eran menos frecuentes pero casi siempre estaban acompañadas por una fiesta de relámpagos. En aquel año había conocido por primera vez el amor y juraba que iba a durar para siempre. El solitario relámpago me transporto a aquel pasado. A pesar de que rogue al cielo que me prohibiera volver a pensar en ti, había bastado solamente un rayo ensordecedor para hundirme en la nostalgia.

Después de unos cuantos años hoy acepto con humildad, que los relámpagos te pertenecen. En el ensordecedor sonido, en lo abrumante y bello de la magia que hay detrás de ellos, en la luz fugaz que lo ilumina todo, allí siempre veré tu rostro sin importar cuanto pase el tiempo. Los relámpagos te pertenecen porque con cada uno de ellos mi corazón se estremece y me obliga a recordarte. Pueden pasar los años y las personas, puedo sobrescribir sobre cada uno de mis recuerdos contigo, pero aun así no importa que haga, los relámpagos siempre van a llevar grabado tu nombre.

En aquella Bogotá del 2018, éramos jóvenes, niños aprendiendo del amor. Agarrábamos nuestras manos con timidez, pero con la seguridad de que era juntos que íbamos a experimentar el mundo. No pensábamos nada en el futuro, más bien día tras día nos sumergíamos en el presente al tiempo que nos explorábamos el uno al otro. En las tardes de lluvia corríamos juntos de la mano, mientras me decías con tu voz mas vulnerable que le tenias miedo a los relámpagos. Desde esos días te adueñaste de ellos y no me diste la menor advertencia de que aunque tu te fueras una parte de ti siempre se iba a quedar en la enceguecedora luz que de vez en cuando baila con la lluvia.

Había días que en la distancia, cuando llovía, me llamabas. Me decías que mi voz te daba calma y que necesitabas escucharme porque tenías miedo del ruido de los rayos. Hablábamos por horas. Nos entregábamos el uno al otro y a pesar de la distancia, nuestras almas se juntaban a bailar al son de la lluvia y los truenos. A veces cuando tronaba, tu voz empezaba a temblar y podía verte a lo lejos abrazar tus piernas y esconder tu cara entre tus brazos.

Cuando estábamos juntos, apretabas mi mano con fuerza y pegabas tu rostro a mi pecho, mientras yo te acercaba a mí, para con mi abrazo recordarte que todo estaba bien. Quizás nunca te lo dije, pero también me daban un poco de miedo los relámpagos y mientras en mis brazos buscabas tu calma, no te dabas por enterada que yo en los tuyos encontraba la mía.

Los relámpagos siempre te van a pertenecer y mis brazos siempre van a estar para que encuentres la calma cuando llueva y truene. Pero hoy cuando escuché ese solitario trueno, cuando esa solitaria luz lo invadió todo por un segundo, en el momento en que me deje ahogar por la nostalgia, también me pregunte; ¿en que brazos ahora encuentras la calma cuando truena?

Has cambiado tanto, que seguramente no necesitas mas que tus brazos o tal vez ya ni siquiera le temas a los truenos. Pero yo aun añoro la calma que tu me dabas en la tormenta. Quizás ya tienes a alguien que pueda convertir el torrente en paz, o quizás ya no necesites de nadie para encontrar calma cuando truena. Pero dejaste marcado en cada relámpago tu nombre y con cada concierto de lluvia y truenos, me acuerdo de ti. Los relámpagos te pertenecen y mi amor por ti va a renacer por lo que dura la luz en atravesar el cielo cuando truena.

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