CAPITULO I
EL ANCIANO
Otra vez el mismo sueño, despierto de golpe, asustado como cuando de pequeño alguna pesadilla me sorprendía en medio de la noche, pero esta vez es diferente, no puedo correr, mi garganta se ha tornado como un desierto dentro de mí y al llevar las manos a mi rostro me doy cuenta de que tiemblan. Mi mente se ha turbado tanto que extiendo mi mano derecha hacia la oscuridad de mi habitación intentando tomar aquel objeto que unos segundo antes dejé olvidado al despertar, y así, con la mano extendida mi consciente regresa de su viaje astral y me recuerda que nada ha sido real, en la relatividad del tiempo finito, dentro de mí comienza una pequeña discusión sobre la veracidad de los hechos, discusión que mi raciocinio gana inevitablemente y sonrío conmigo mismo.
– De nuevo pareces cansado, debes hacer algo pronto con tu insomnio antes que termines convertido en un zombi – Sus palabras parecían una broma, pero con tantas cosas sucediendo en el mundo, parecía una posibilidad. Ella era una chica de aproximadamente un metro sesenta centímetros, razón por la que era objeto de mis constantes burlas, yo, con mi metro ochenta, pero, aunque me duela admitirlo, era mucho más madura que yo. Solíamos caminar cerca de un kilómetro cada mañana platicando de cualquier cosa, política, música, recuerdos de cuando éramos niños, aunque las últimas semanas su tema de conversación favorito parecía ser mi insomnio, aunque ella solo sabe que me cuesta dormir, pero no sabe las verdaderas razones.
– Los zombis no son reales, al menos no todavía – dije en tono de suspenso, intentando asustarla al menos un poco, pero sabía que no lo lograría, ella una chica con las mejores calificaciones de su curso, recién empezando la universidad, sería la mejor matemática del mundo, o al menos eso pensaba en mi mente, aunque no se lo decía. Seguimos caminando hasta la parada de autobuses y aun no comprendo por qué no se avergüenza de que la vean a mi lado, siendo ella tan elegante, y yo simplemente tan yo, o quizás si se avergonzaba y tampoco lo decía. Mi camisa dos tallas más grandes de lo normal, mis zapatos un poco sucios, mi cabello sin encontrar la dirección correcta para crecer a pesar de mis dieciocho años, bueno casi diecinueve.
Tuve que dejar mis estudios por diversas razones, mi mediocridad una de las más fuertes, al comenzar el segundo año de bachillerato mis padres desistieron de la idea de obligarme a estudiar y comencé a trabajar. Tomamos autobuses diferentes con Valentina, que así se llamaba aquel ser de uno sesenta. Los viajes en autobús a las cinco treinta de la mañana son bastante curiosos, ves por la ventana en la acera a los vendedores de pan, a los licenciados en sus automóviles tan nuevos como su traje, no puedo evitar preguntarme cómo me vería con uno de esos. Me bajo treinta minutos después de haber abordado, el tráfico es pesado, pero he llegado a mi destino, al abrir mi mochila saco una botella de refresco ahora con una mezcla de agua y shampoo, unos trapos medio lavados y a trabajar. Limpio parabrisas en los semáforos.
Esta no ha sido una buena semana, he conseguido lo justo para comprar los zapatos que mi hermana necesita y para completar el pago del recibo de energía eléctrica. Papá trabaja, pero desde la crisis de hace unos años todo se puso más difícil, él solía decir que aquel año debería desaparecer de la historia, pero lastimosamente ahora es una parte imborrable, por mi parte recuerdo poco, lo que sé, la mayoría es por documentales que he visto en televisión.
Mis manos están temblando y la botella que sostenía ha caído al suelo rodando casi un metro enfrente de mí, – no puede ser – me repito una y otra vez a mí mismo, intentando convencerme que lo que acabo de ver no es real, que de nuevo estoy dormido de alguna forma que no puedo comprender, Han pasado tantos automóviles en la última hora, no sé nombres de modelos de autos porque me importa más el dinero que dan sus conductores, pero aquella camioneta negra es la misma que vi en la madrugada en mi sueño, se detuvo exactamente frente a mí y todo se tornó negro en un segundo.
No recuerdo cuando comenzaron mis sueños, al principio sucedían una vez cada varios meses, pero últimamente fueron más seguidos, la misma camioneta negra, las mismas palabras «debes hacerlo», los hombres armados persiguiéndome, la misma ropa negra y el mismo anciano sentado en aquella silla, terminando con una caída al vacío.
– Por fin nos conocemos – era una voz calmada, como la del viejo profesor de literatura de primer año de bachillerato cuando hablaba de las tragedias griegas, pero estaba seguro de que no era él. Estaba atado a lo que parecía ser una silla, las luces estaban apagadas, no podía mover mis piernas aunque quisiera, no sé si estaba bajo los efectos de algún tipo de droga o estaba paralizado del miedo.
– Me conoce usted a mí, porque yo no logro ver nada en esta oscuridad – sólo lo pensé pues realmente estaba muriendo de miedo, no podía decir nada.
– Te he esperado desde hace dieciocho años – caray era mi edad, bueno tenía casi diecinueve, pero quién se pone a discutir esas cosas en medio de un secuestro – es extraño, pero siempre pensé que hablarías más – yo no acostumbro a hablar mucho la verdad, me gusta el silencio – Tengo un trabajo para ti – dijo mientras parecía acercarse un poco a la vez, en la oscuridad sabes esas cosas sólo por el sonido, ya que todo estaba negro como la pantalla del celular que se me descompuso hace un mes.
Comencé a pensar en mamá, en papá, en mi hermana, en Valentina, en mis amigos, que, aunque eran pocos, claro que los tenía, y me arrepentí de tantas cosas que hice y que no hice, de no haberme despedido esta mañana de mamá por salir apresurado de casa, de no haber hablado con papá la última semana por tonterías sin sentido. Porque cuando estás tan cerca de la muerte te das cuenta de lo valiosa que es la vida, de cómo perdemos segundos, minutos, horas, días por cosas que no valen la pena y al final quizás nadie te recuerde. Viví como un completo inútil y moriré de la misma manera, secuestrado quizás por error, por haber ofendido sin querer a alguien, mil probabilidades cruzaban por mi mente cada una tan ilógica o más que la anterior.
- Tranquilo, no voy a hacerte daño, sólo quiero proponerte algo- la verdad aquellas palabas no me hicieron sentir mejor, ahora me culpaba hasta por no darle el asiento a la anciana la semana pasada en el autobús. Pero luego dijo unas palabras que me presionaron contra la silla en la que me encontraba atado.
- Tus sueños tienen un significado que va más allá de lo que conoces y de lo que puedas imaginar – entré en shock, nadie sabía sobre mis sueños – y sé que en el fondo sabes quién soy, te necesito tanto como tú a mí – para comenzar yo no necesito de nadie, puedo valerme por mí mismo, y la verdad dudo que alguien me necesite, no me engaño, soy un bueno para nada, sin futuro y sin aspiraciones, pero si lo que quería era inquietarme, lo había logrado, ahora necesitaba saber más, y con lo poco de fuerza de voluntad que me quedaba logré articular las primeras palabras desde que desperté.
- ¿Cómo sabe lo de mis sueños? – dije con una voz cortada, pero intentando sonar seguro, algo que creo que no logré.
- Naciste diferente al resto Carlos – lejos de preguntarme cómo este desconocido sabía mi nombre me enfoqué en el hecho de que me estaba diciendo extraño pero decidí volver a guardar silencio en espera de más información.
- Sé sobre tus sueños por una razón, están conectados a los míos, digamos que soy algo así como tu maestro – ¡lo sabía! Tenía algo de mi viejo profesor.
- Un maestro que secuestra a su alumno… creo que algo no me cuadra en todo esto – dije ahora un poco más seguro y tratando de sonar sarcástico.
- No he secuestrado a nadie, fue una invitación un poco diferente, diferente como tú – y volvemos al tema de que soy un espécimen raro. Y entonces, ocurrió, las luces se encendieron y pude ver el lugar en el que me encontraba, paredes completamente blancas como en las escenas de interrogatorios policiales de las películas viejas que solía ver papá, pero no había una mesa en el centro de la habitación. En una de las paredes, una especie de pantalla gigante, calculo que tenía tal vez unos dos metros de largo y uno de alto, estoy seguro Valentina hubiese sido más exacta con las medidas y hasta hubiese calculado mentalmente el área de dicha pantalla, el tamaño de aquella habitación y muchas cosas más. En la pantalla se presentaban imágenes que no comprendí en su totalidad, pero parecían gráficos médicos y de alguna forma supe que eran míos. Y al frente, sentado en una silla como las que aparecen en las películas, en las que se sientan los grandes empresarios durante las reuniones importantes, esas que parecen tan cómodas que dan ganas de sentarse y dormir, luego de haber girado una y otra vez en ellas. Estaba él, un poco inclinado hacia el frente, apoyando su mano derecha en un bastón bastante elegante, y la otra mano llevada hacia su barbilla, llevaba un traje como la última vez que lo vi, un negro profundo, como su mirada, era él, no había ninguna duda, era el anciano de mis sueños.
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