No todos sabrán la historia de aquel viejo hombre que nunca había soñado. Sesenta y cinco años de su vida habían pasado y él seguía esperando, algún día, poder despertarse y decir que había soñado. Para Eduardo Riveros, todos esos años habían sido muy duros, había dejado todo por tratar de soñar, su casa, sus estudios de psicología, sus amigos, y todo aquello que él consideraba iba en contra de sus sueños inexistentes. Muchas veces le habían consultado acerca de cuáles eran sus sueños, y él, tímidamente y por lo bajo, aseguraba no tener.
Muchos fueron los intentos que Eduardo realizó para lograr soñar, pero siempre con resultado negativo o, por lo menos, confuso. Desde muy chico, empezó a sufrir los efectos de no poder fantasear dormido, por ejemplo, cuando sus amigos comentaban lo que habían soñado y, a su turno, no tenía nada que relatar. De esta forma, se ganaba el repudio de sus compañeros, quienes también lo acusaban de retraído por no querer contar sus sueños. Esto lo llevó un día a inventar una historia, pero Eduardo no era bueno para mentir, de manera que la contó con una marcada falta de convicción y una alarmante escasez de detalles. Algo así como “…y bueno, estábamos ahí con otros haciendo algo, no..?, y en algún momento vi algo que me llamó la atención y justo me desperté”, a partir de este día, sus amigos también lo llamaron mentiroso. Todo terminó cuando en la reunión habitual de los viernes, en casa de Jorge Centeno, Eduardo dijo con voz terminante, “¿saben con lo que soñé?”, generando con esto una gran expectativa entre los ahí presentes, a lo que él mismo contestó: “…con que todos ustedes me tienen harto”, esto sin duda fue un factor determinante en el fin de la relación con sus amigos de secundaria. No era común en Eduardo, pero en ciertos momentos le florecía un carácter pendenciero y muchas veces estaba asociado a su aflicción por no tener fantasías al dormir. Aquel fue el fin de una etapa muy mortificante para él, junto con lo que había representado irse a vivir solo, así que decidió ir en busca de ayuda.
Pasaron unos meses hasta que por fin encontró lo que buscaba, un grupo llamado “Soñar nos cuesta tanto”, dicho grupo se reunía todos los jueves en el Teatro Lavalle, y todos sus integrantes eran personas que tenían numerosas dificultades a la hora de soñar. El número de personas que asistían variaba mucho de semana a semana, entre los que finalmente lograban soñar y no iban más, los que decidían quedarse durmiendo para aumentar las probabilidades de soñar, y gente que se sumaba al grupo para ver de qué se trataba, pero que en realidad soñaban perfectamente. No faltaba el gracioso que inclusive hacía alarde de sus pomposos sueños y de sus tenebrosas pesadillas, generando con esto un momento de tensión y desconsuelo en el grupo. Eduardo asistía rigurosamente a todas las reuniones a pesar de haber comenzado al mismo tiempo sus estudios de Psicología. En el grupo desarrollaban técnicas como por ejemplo imaginar lo que podrían haber soñado el día anterior, e inclusive, el juego que era muy esperado por todos, el que les hacía sentir lo más próximo al sueño real, se trataba de un ejercicio donde debían hacerse los dormidos e imaginar algo. Los que se tomaban muy en serio el ejercicio, a veces, luego de realizarlo, mostraban cierta dificultad para recordar lo que habían pensado recién. El grupo comenzó a desestabilizarse cuando muchos integrantes comenzaron a quedarse dormidos en las reuniones, sin, desde luego, poder soñar, lo que tornó las reuniones algo aburridas y desconcertantes. Por otro lado, en las clases de Psicología no hacían más que hablar de los sueños, analizar los sueños y relacionar todo con los sueños. Seguramente Antonio Caldas, ex compañero de la facultad, no olvidará nunca las palabras de Riveros, cuando este le confesó que se sentía como un mudo estudiando locución. Sin duda a Eduardo estudiar tanto sobre los sueños no le hacía bien, se lo veía muy desequilibrado por esos días. Todo esto llevó a Eduardo a alejarse de la facultad y a recluirse en su casa. El sueño se había transformado en una obsesión para Riveros, se pasaba un día mirando películas, leyendo, escuchando música y demás actividades que sirvieran de motor a su imaginación y luego llegaba a dormir por uno o dos días seguidos. Eduardo les manifestaba a los pocos amigos que lo visitaban que cada vez le costaba más conciliar el sueño debido a su poca actividad física. Lo peor del caso, era que al despertar Eduardo recordaba perfectamente no haber soñado, lo que no dejaba abierta la posibilidad de que soñara, pero no lo recordara. Algunos amigos que lo visitaban ya no sabían cómo consolarlo, entre ellos, Jorge Centeno que para intentar darle ánimo le llevó una estadística que afirmaba que el 85% de los sueños eran pesadillas, y que por lo tanto no era tan grato soñar. Viéndolo tan mal Jorge, decidió quedarse a vivir un tiempo con Eduardo, a parte, las cosas no andaban bien con su esposa, la que le solía reprochar que se gastara toda la plata en apuestas y pastillas DRF. Para Jorge la vida con Riveros no era fácil, debía compartir la vida con alguien que dormía la mayor parte del día y cuando se despertaba no tenía nada que contar. Para colmo, Eduardo le pidió a Jorge que, mientras él dormía, le hablara sobre diferentes temas. Un intento fallido más, en la búsqueda del sueño, el desconsuelo de Riveros era máximo, no encontraba la forma de fantasear durmiendo. En un momento, inclusive, comenzó a delirar, entonces mientras pensaba algo gritaba a viva voz:” estoy dormido, no me despierten”. También se hizo una lista, que pegó en la heladera, donde detallaba con todas las cosas con las que no había soñado, la lista era ciertamente larga, lo que hacía incómodo el desplazamiento en la cocina.
Corrían sus sesenta y cinco años, cuando una mañana, ante la pregunta diaria de Jorge acerca de los sueños, Eduardo no recordaba cabalmente no haber soñado, esto le generó cierta alegría. Por otro lado, Jorge aseguraba que por la noche había escuchado su voz, inclusive algunos gritos, y que fue a mirar a su cuarto y estaba dormido, lo cual indicaría que estaba soñando, probablemente una pesadilla. Pasaron los años y nunca supieron si realmente había sido un sueño de Eduardo o un sueño de Jorge, ninguno de los dos podía asegurarlo, ni yo tampoco estoy capacitado para dar tal certeza. Lo que queda claro es que Eduardo Riveros, a pesar de no ser un soñador, dejó toda su vida por un sueño.
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