De pronto me encuentro agazapado en la oscuridad de un confesionario. Huele a madera vieja y lo estrecho del recinto me lastima los huesos. No comprendo cómo he llegado aquí, pero antes de que pueda dilucidar mi situación, un rechinido sombrío se escucha a lo lejos, captando completamente mi atención.
Pongo un pie fuera del confesionario con el corazón en los oídos. La luz está extinta, las bancas de la iglesia parecen muertas, como si alguien les hubiese quitado la voz; ratas corren apresuradas entre mis pies haciendo que brinque del susto. El miedo que me toma por huésped me indica que algo no anda bien.
Camino despacio, alerta, mirando a mí alrededor con los labios separados. Mis ojos se elevan para captar una figura a los lejos, cerca del altar, siendo tragada por las tinieblas. Me acerco sin detenerme a pensar, pareciera que mis piernas tuvieran voluntad propia. Conforme voy avanzando, logro distinguir la forma de un hombre parado con los brazos extendidos en una T.
—¿Disculpe? —pregunto con voz trémula, sin embargo, no obtengo respuesta.
Me acerco más y más hasta que el hombre adquiere un rostro iluminado por la lechosa luz de la luna que atraviesa los ventanales. Me quedo absolutamente horrorizado por lo que veo. El hombre es un Padre que ha sido crucificado en una cruz, le han sacado los ojos y en su lugar se encuentran dos hoyos negros y profundos. En sus manos y pies le incrustaron tornillos, un hilo de sangre fresca escurre por su inmunda piel.
Pero lo que me provoca un asco aterrador, son sus intestinos expuestos por todo su abdomen. El olor a putrefacción me revuelve el estómago bruscamente que no puedo impedir vomitar frente a él. Me siento desfallecer en cualquier momento, necesito salir de aquí cuanto antes.
Cuando recobro la compostura, me enderezo un poco para esquivar la presencia de aquel infausto hombre, no deseo cruzarme de nuevo con esos agujeros negros. Aunque algo me dice que será una imagen que nunca olvidaré y me perseguirá hasta en mis peores pesadillas.
Vuelvo sobre mis pies y en ese instante una criatura monstruosa aparece a escasos centímetros frente a mí, observándome con una sonrisa macabra que me hiela de pies a cabeza. Mi corazón deja de latir y pierdo fuerza en mis músculos, haciendo que caiga hacia el vacío mientras mis ojos se cierran y la oscuridad me aprisiona.
Despierto exaltado, con una sensación de vértigo interminable y con un nudo en el estómago que me obligo a ignorar. Estoy recostado sobre mi cama, todo ha sido un sueño, no obstante, todavía conservo las marcas de terror grabadas en mi piel y el sabor del pánico en mi mente.
Siento como una enorme roca pesada sobre la espalda que me dificulta la movilidad, me limpio el sudor de la frente con el antebrazo y entonces caigo en la cuenta de que Ethan no está a mi lado. Salgo disparado hacia la habitación de mi hijo, tampoco está. Una oleada de ansiedad e inquietud me corroe en todas direcciones, hasta la última célula que compone mi cuerpo.
—MinHyun…—escucho la voz de Ethan como un susurro distante.
—¿Ethan? ¿Dónde estás?
—Aquí…
—¡¿Dónde?!
Camino fuera de la habitación, tratando de localizar la procedencia de esa voz. La vuelvo a escuchar cerca de las escaleras y no tardo en seguir el rastro melódico que termina por guiarme hasta la entrada del sótano.
—Estamos aquí abajo…
Giro la perilla de la puerta con cautela. Frente a mí se abre paso un túnel sombrío, saturado de negrura y matices espeluznantes. Los peldaños de madera crujen tenebrosamente a cada paso que doy en tanto desciendo por ellos hasta llegar al final. Extiendo el brazo para encender el interruptor de la luz y aparto la mirada, disgustado por el cambio de claridad.
—¿Ethan?
Vuelvo a preguntar, observando los estantes vacíos y las cajas de cartón polvorientas, amontonadas en una pila, cerca de un pequeño ventanal.
—Por aquí. Ayúdanos…
La voz de Ethan se escucha detrás de una pared marchitada por los años; hecha de concreto y cubierta por un manto grisáceo. Me aproximo con desconfianza a flor de piel, tocando con mis manos la pared como si de alguna forma aquello me diera las respuestas de lo que está sucediendo.
Entonces pego la oreja sobre el tabique, frío y duro; agudizo mis sentidos para atisbar cualquier señal. Y es en ese momento cuando vuelvo a preguntar, con una masa estorbosa en la garganta.
—¿Ethan?
No escucho nada, más que mi respiración siseante.
De pronto me quedo petrificado al sentir una presencia detrás de mí. Puedo percibir su hediondo aliento chocar contra mi nuca. Volteo con un miedo cerval que me estremece cada fibra emocional y mis ojos quedan impactados cuando veo el sótano despejado. No hay nada. En ese instante la luz comienza a parpadear intermitentemente hasta que su fulgor se agota, dejándome en una oscuridad asfixiante.
Quiero salir de ahí, pero mis piernas se han convertido en sacos arena y me cuesta trabajo caminar. Todo mi cuerpo tiembla de pavor, las escaleras que conducen al primer piso se hallan más cercanas. Si tan solo consigo llegar a ellas…
Crack
Un sonido ininteligible hace eco entre las paredes del sótano, giro la cabeza para descubrir un par de cajas que se han caído misteriosamente. Necesito salir ya. Aprieto los músculos para salir corriendo, pero antes de que pueda dar un paso más, una mano huesuda y ennegrecida me aprisiona la garganta con fuerza.
Es la misma criatura aterradora que vi en mi sueño. Me levanta del suelo con una facilidad increíble; trato de patalear, desesperado, me siento sumido en un pánico descabellado. A través de sus largos cabellos negros y pegajosos, su boca se tuerce en una mueca perversa.
De pronto lanza un aullido gutural y me arroja por los aires hasta que caigo violentamente contra el piso. Grito de dolor al haberme golpeado la cabeza y he escuchado un par de huesos romperse, pero no puedo adivinar cuales han sido.
Me encuentro boca arriba, trato de mover las piernas pero soy incapaz de hacerlo. Miro hacia ambos lados y entonces una sombra amorfa comienza a emerger desde las profundidades de la oscuridad. Se retuerce en cada movimiento, rugiendo y crepitando hasta que adopta una posición siniestra sobre sus cuatro extremidades.
Jadeo repetidas veces siendo víctima de un horror indescriptible que me estremece el cuerpo en arrebatos brutales. Mi rostro empapado en sudor frío, inmóvil ante la criatura tenebrosa que se arrastra en mi dirección con una rapidez mortífera hasta colocarse encima de mí.
Expulso un grito desgarrador y el demonio abre la boca, dilatándose de una forma anormal que logra intensificar mi turbación. Entonces comienzo a escuchar la voz de mi esposa y el lloriqueo de mi hijo y una furia se propaga con magnitud por todo mi cuerpo al pensar que ese monstruo les ha hecho daño.
La criatura suelta una risa escalofriante que me perfora los oídos, su rostro desfigurado permanece a una corta distancia del mío, como si se regocijara al verme sufrir. Luego el tiempo se detiene y un silencio sepulcral gobierna en el aire. Presiento que ha llegado mi final.
—¡Aléjate de él, demonio!
De repente la voz de un hombre resuena en el interior del sótano y enseguida se escucha un disparo que impacta en el pecho de aquel ser maldito, convirtiéndolo en diminutas partículas de algo que nunca debió salir del infierno.
En ese breve instante suspiro aliviado para después perder la consciencia. Y lo último que percibo es la calidez de un par de brazos, sujetándome los hombros.
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