LA MUJER DE LOS LABIOS FUSCIA

LA MUJER DE LOS LABIOS FUSCIA

LA MUJER DE LOS LABIOS FUCSIA

A primera hora de la mañana el metro va lleno. Todos van apretados y Olguín apenas se fija en los otros viajeros. Unos aparentan leer un libro o un periódico, otros bostezan. Los hay que se quitan las legañas con disimulo y otros duermen, sin más.

Cuando el tren llega a Alvarado, Olguin, que viaja de pie en el segundo vagón, se prepara. Sabe que el señor de la cazadora de cuero que va sentado junto a él, se bajará en Estrecho y él ocupará su lugar. Con el tiempo ha adquirido gran facilidad para aproximarse al lugar adecuado, todas las mañanas igual, se lo sabe de memoria. No necesita mirar ni ver nada.

Estación de Tetuán. El tren aún no se ha detenido y ya pueden observarla sus ojos. Todas las mañanas lo mismo. Nunca falla. Efectivamente, nada más parar el tren la tiene ante sí. Ella está allí, en el andén, esperando, siempre en el mismo lugar, más o menos a la altura que ocupa Olguín en el asiento. No parece preocupada, a veces consulta el reloj, pero nada más. Él la mira con cara de imbécil, embobado, enamorado. Estaría mucho tiempo así, pero a los pocos segundos el tren arranca y ella queda en el mimo sitio, esperando como todas las mañanas, pero no obstante, él no dejará de verla en todo el día. No podrá evitarlo. La verá sin verla.

En realidad, la primera vez que la vio, sus ojos solo se fijaron en sus labios. Nada más. Sus labios fucsia. Y desde entonces está obsesionado con ella. Y la verá sin verla a toda ella, aunque solo haya visto sus labios fucsia.

La verá durante el trabajo, a la hora de la comida, a la vuelta a casa. La verá junto a él en el despacho, en la reunión con los jefes, junto a la maquina del café…

No puede hacer nada contra esa obsesión. La ve. La ve. La ve. Llega a casa con ella, cena con ella y cuando se acuesta la ve junto a él en la cama.

La ve como se desnuda y ve sus pechos pequeños, provocadores, sus nalgas, todo su cuerpo, que ve sin verlo, y lo que más le gusta de ella: sus labios fucsia.

Por que no solo se puede ver con los ojos. también se puede ver con el tacto, con el olfato, con el gusto…

Cuando la acaricia la ve, cuando lame su sexo húmedo la ve y cuando rie gozosa la ve. Y cuando ve sus labios fucsia no puede resistirse. Es presa de una pasión que no puede controlar, que le desborda.

Ha perdido la cabeza. Ya no es dueño de sí. En los ocasionales ratos que no la ve, no se reconoce a sí mismo. Ha abandonado su aseo personal, su vestimente, su alimentación. como un muerto viviente, solo vive para verla sin verla, y en los breves momentos de lucidez presiente que va explotar, por que necesita tenerla, además de verla.

Mañana se bajará del tren en Tetuán.

En la estación de Estrecho, el hombre de la cazadora abandona su asiento, pero Olguín no lo ocupa. Cuando llega a Tetuán se baja entre otras personas y cuando se despeja el andén la ve. Está alli. como todos los días. Llamará su atención y cuando se vuelva verá sus labios fucsia de cerca y le confesará su amor. Su demencia. Le dirá que solo vivirá para ella, que hará todo lo que le pida, que será su esclavo, solo para poder tenerla y mirarla. Para verla.

Ya está decidido y cuando va a dirigirse a ella, un hombre se le adelanta y se acerca a la joven que lo recibe con una sonrisa en sus labios fucsia. Se abrazan y se besan, y ella lo coge por la cintura esperando en proximo trén.

Olguín la ha visto y ha visto como el hombre la abraza y la besa otra vez. Y ya no quiere ver más. Se ha roto el hechizo. Se maldice a sí mismo. Si no hubiera bajado del tren, todo hubiese seguido como antes, pero ya no hay marcha atrás y maldice a sus ojos por verla, por mostrársela. El siguiente tren se aproxima. Otra vez los ve como se besan. Olguín no puede soportarlo. El tren está cada vez más cerca. Otra vez ella le besa a él. Olguín no aguanta más. Tiene que acabar con ese sufrimiento, con esa locura. Solo tiene tres segundos para empujarlos a las vías. El tren está llegando.

Jesús Oliveira Díaz.

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