La Carta

La mayoría de las personas suele quejarse por las labores que realizan para ganarse la vida. La vida, ese transcurrir de color áspero y consistencia blanquecina, ese recurso temporal que nos asocia con los recursos de lo sólido y nos aleja de la tranquilidad de lo amniótico.

Las personas no saben lo que es oscurecer con cada segundo y que tus plumas recuerden el miedo, esas que antaño eran un símbolo de pureza entre los iluminados. Yo el más noble, fiel y devoto de mi padre, yo el condenado hacia la tristeza pestilente. La gente no entiende lo que es odiar lo que uno hace para vivir, solo creen odiar.

En mi caso, el sufrir va adquiriendo una nueva categoría, se convirtió en el color que me rodea e invoco al aparecer. Hace mucho tiempo, cuando solo había colores, sonoridad y esperanza, mi padre me aparto de mis hermanos con los que estaba hablando del devenir de la construcción, para encargarme una tarea ingrata, pero que solo yo podía llevar a su correcta finalidad.

Mi padre con su melena larga y blanca como la nieve en el mar, con sus ojos azules como los olores del placer, su voz tranquila y carrasposa como una tormenta de verano, me rodeo con su gran brazo y me dijo al oído.

-Hijo, te encomendaré la peor tarea de la existencia, pero solo el más fiel, devoto y empático de mis hijos puede llevarla a cabo.

Mis ojos se rompieron en la arcilla de la sal, pero comprendí su pedido.

Hace años, siglos y milenios, que cumplo con mi deber, pero con cada misión mi corazón desaparece y el miedo a la corrupción de mi empatía me atormenta. Represento lo desconocido y eso despierta el temor, el odio, el miedo y solo en algunos la alegría.

Sin descanso, sin tregua, sin días libres y con solo una misión de tristes proporciones. Pero que no se entienda mal, yo no me pongo mal por brindarles la bienvenida, me entristece que ellos piensen en mí como un monstruo a evitar. ¿Por qué soy lo que soy o solo tengo que ser lo que soy?

Los segundos pasan, los minutos crujen, las horas se evaporan, los años rugen, los siglos chillan, los milenios florecen y mi tiempo sigue de forma estoica. Le suplique a mi padre cientos de veces que busque un reemplazante para tan desolador recibimiento, pero siempre dice lo mismo.

-Hijo, tus hermanos no tienen el amor que te llena el interior. ¿Quién mejor para una bienvenida que tú?

Estas líneas son mi único desahogo posible, mis hermanos me rehúyen por mi solemne misión, mi padre me subyuga con su ser y las personas me temen. Cada día que pasa, mi corazón se desgasta como las rocas de un río. Solo queda arenilla.

Solo quiero que esto termine, solo me gustaría que alguien me dé la bienvenida a mí.

Miguel.

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