EL MAR DE SIRIA

Momentos antes de que los gendarmes franceses disparasen sobre él, Aureliano, recordó cuando sun padres lo llevaron a ver el mar. Era buna mañana luminosa como esta, cuatro años atrás.

Salieron de Raqqa, donde su padre trabajaba en la industria del petroleo, camino de Tartús. Hicieron parada en Tabqa, junto a la Gran Presa del Éufrates. A Aurelio, todo le parecía maravilloso, los jardines las avenidas, la mezquita. En el mercado, los comerciantes le regalaban dátiles.

Llegaron a Hama y sus padres lo llevaron al mercado de camellos donde la gente reía y bailaba. Era una fiesta.

En Masyaf, le impresionó el el castillo, que ni el mismo Saladino osó conquistar.

Y por fin Tartús.

Cuando Aureliano, vio aquella inmensa superficie de agua, quieta como una balsa´se quedó mudo y asombrado. Allí había más agua que en la Gran Presa, mucha más. Luego el le enseñó que no siempre estaba en calma, que a veces también se enfadaba y se agitaba como aquellos jóvenes que por la tarde se manifestaban contra el gobierno de al-Assad. No eran grupos numerosos y unos cuantos policías se bastaban para ahuyentarlos.

Todo iba más o menos bien, hasta que un día se corrió el rumor de que un joven manifestante, había sido detenido y torturado. A la mañana siguiente, ya no era un grupo de jóvenes los que protestaban, sino una multitud que exigía la caída de al-Assad. También exigía Libertad y Democracia. Aureliano y sus padres eran testigos sentados en la terraza de un café.

De pronto vinieron soldados y los manifestantes, lejos de escapar, se enfrentaron a ellos con palos y piedras. Mas tarde los soldados hicieron uso de las armas.

Fue una masacre con muchos cuerpos sangrantes por el suelo. En pocos instantes, Aureliano vio como caía su padre por un disparo. Después , su madre fue atropellada por un vehículo militar. Cuando Aureliano corrió en su auxilio, un soldado le golpeó con la culata de un fusil. Cayó en la calle sin conocimiento.Alguien lo había llevado al hospital y cuando despertó, Aureliano ya no era en mismo de antes. Ahora era un opositor más contra el régimen, clamando contra al -Assad. Los soldados del dictador lo habían dejado huéfano.

La oposición al gobierno no tardó en organizarse, y por supuesto, Aureliano formó en sus filas. En poco tiempo, las manifestaciones acabaron convirtiéndose en una guerra civil. Adeptos al régimen contra opositores. La caída de al-Assad parecía cercana, pero en última instancia contó con la ayuda de Hizbolá y otros grupos chiitas. La guerra entonces tomó una dimensión inmensa con la implicación de otros países apoyando a los dos bandos. Pero faltaba otro protagonista. Tal vez el más importante.

El llamado Estado Islámico (ISIS) encontró en la guerra de Siria una caja de resonancia.

Financiado por otros países árabes, llegó a conquistar pueblos y ciudades y hasta crear un califato con capital en Raqqa, donde había nacido Aureliano de madre egipcia y padre francés.

Pero la guerra de Siria no era suficiente para el ISIS. Necesitaban más. Necesitaban notoriedad y que todo el mundo los temiese. Y necesitaban soldados, no solo para luchar en las trincheras. Necesitaban soldados que pudiesen «combatir» en América o Europa sin levantar sospechas.

Muchos de estos soldados fueron reclutados en Occidente y solo unos pocos en la misma Siria. Aureliano fue uno de ellos. Ahora era un yihadista convencido, tenía unos estudios estimables, hablaba árabe y francés sin acento y por su aspecto físico, podía pasar por un ciudadano de la periferia de París. Era perfecto para los planes del ISIS´

No fue difícil prepararlo. Aprendió a fabricar bombas y como colocarlas para hacer el mayor daño posible. Le entregaron un fusil UCI y le enseñaron su manejo.

Solo faltaban siete días para que cumpliese los veinte años y allí estaba él, en aquella ciudad de la Costa Azul llena de infieles y mujeres pecadoras que merecían la muerte.

Colocó cuidadosamente las bombas en la furgoneta Citroën que había alquilado el día anterior y guardó el fusil en la guantera. Después repasó el trabajo. Todo estaba preparado.

En ningún momento estuvo nervioso. Había dormido bien y desayunó con apetito. Sería un día espléndido de sol. Un día perfecto para morir. Estaba convencido de que Alá es grande y que le esperaba en el Paraíso.

Pronto serían las doce. La hora elegida. Cuando más gente caminaría hacia la playa. El motor arrancó a la primera y condujo despacio por la avenida. En un semáforo dedicó una sonrisa a una joven que lo miraba. En el siguiente semáforo acabaría todo. Faltaban pocos metros.

Y de pronto sucedió algo. Una fila de niños cruzaba en ese momento. Y luego otra. Y otra. Era una fiesta infantil.

No -se dijo Aureliano al verlos-. Los niños, no.

No podía hacerlo con los niños allí. Jamás mataría a un niño. Entonces se bajó de la furgoneta, amenazante con el fusil en la mano. ¡Fuera! ¡Fuera! gritaba. Algunos niños se alejaron asustados. ¡Fuera! ¡Fuera todos! ¡Alá es grande! ¡Alá es grande!

Ahora la gente corría despavorida. Aparecieron gendarmes y lo apuntaron con sus armas. Cuando Aureliano supo que iba a morir, se acordó del día que sus padres lo llevaron a ver el mar.

Jesús Oliveira Díaz Madrid, noviembre del 2017

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