I’NOT ALONE (NO ESTOY SOLO)

I’NOT ALONE (NO ESTOY SOLO)

D Carles ML

18/07/2017

Caminaba por la playa de mi mar, sí, lo llamo mi mar como si lo hubiese comprado. Preguntaran por qué, pues diré solo que hace cuatro décadas soñé con estar a su lado, recorrer sus costas, bañarme en sus aguas como si fuese un bautismo tardío, hundirme en su mansedumbre de verano y galopar sus olas bravías en invierno; cambiante, mutable, inconforme, ciclotímico como mi misma personalidad. Fue cuando lo adopté como mío, bajo el cantar del poeta que hablaba de él diciendo:

…A tus atardeceres rojos

Se acostumbraron mis ojos

Como el recodo al camino

Soy cantor, soy embustero

Me gusta el juego y el vino

Tengo alma de marinero

Qué le voy a hacer, si yo

Nací en el Mediterráneo

Nací en el Mediterráneo…

No nací en él, pero sí he renacido como el ave fénix entre sus aguas, sus amaneceres y sus playas cortas y empedradas de la costa catalana. Soy un adoptado por esta tierra y mi mar, es mío por amor puro que se manifiesta en mis letras y la sal de mi boca. Quien quiera saber cómo sabe, que me bese y entenderá de qué hablo.

Sus playas esa mañana eran mi único refugio a la nostalgia que apuraba en mi puerta, que le abriese para herirme de muerte. Pero no, no le dejaré y me hundiré en tus azules para olvidar otros colores que me atormentan. Fantasmas errantes que no tienen destino, que llegan a martirizar mi pena y mi desconsuelo, al ver la sangre tan lejos de dónde la quisiera ver.

Arrastraba los pies para sentir más a la arena, dejaba una huella de estrella fugaz. Nada presagiaba un cambio en los cielos, ni una nube, ni el viento que rotara a tramontana. Nada preveía que la brújula enloquecería, que los vientos detuviesen su camino azorados y perplejos por los sucesos. La calma era absoluta, esa calma tensa, que se huele, que se mastica, que se come.

El aire era denso como pocas veces lo había sentido, no se colaba por los pliegues de la vestidura, ni secaba el sudor que el sol del mediodía cercano hacía brotar de mi frente.

No había nave en el horizonte, que cortara la fina y decidida línea diferenciando cielo y tierra. Las gaviotas reposaban alertas si aparecía un pesquero para lanzarse presurosas tras la migaja de una sardina o un caracol. Todas ordenadas con sus picos afilados mirando de dónde provenía el viento, prestas a abrir sus alas y lanzarse al celeste cielo, con un minúsculo esfuerzo, solo con un suave batir de sus alones perfectos. Quién pudiera extender los brazos y volar hacia aquellos momentos de felicidad, tan esquivos, tan insoportables, tan preciados y a la vez repulsivos.

Alquimia extraña es la vida, destila dulzores y amarguras en un permanente sinsentido.

Pasas todo el tiempo preguntando en cada esquina, qué sentido tiene y cuándo crees haber hallado la respuesta, solo por deducción, resulta que no hay nada que lo sostenga, ni lo justifique.

Hace un largo tiempo que te fuiste de mi lado buscando otro amor, otra manera de expandir el horizonte, a pesar de tener todo el espacio para ti sola; pensaste que el cambio siempre trae un porvenir, que el alejarse viajando te devolvería tus alas quietas, cuando aquí podías volar con solo abrirlas.

Habrá sido eso, lo del mínimo esfuerzo, lo que te llevó a intentar un nuevo rumbo; no sé si por ti pasa el recuerdo de nuestra playa y nuestro mar, solo sé que la soledad es insoportable y sin ti no hay que la mitigue.

Mis días y mis noches es un eterno peregrinar entre remembranzas y lugares comunes que siempre están vacíos. Huecos en la arena que el mar no llega a borrar, huellas que el viento no se lleva, marcas que la lluvia de octubre elude mojar, para que queden quemando en mi piel como si al irte hubieras incendiado todo para hacer desaparecer lo perversamente constante.

Una vez más. Otro día en el infierno que he construido para refugiar mis angustias; tu imagen me flagela la córnea, me hunde los sentimientos, la mirada se me pierde en larguísimas letanías imposibles de olvidar.

He caminado algunos kilómetros en la arena gruesa que lastima las plantas de mis pies, me regocija sentir dolor más que solamente en el corazón, me dice que sigo vivo contra lo que se suponía que debía ser.

Levanto el puño al cielo y declamo:

– ¡No podrán matarme los desafíos que prometí pasar! ¡Los convenios son para cumplirse y aquí estoy, de pie enfrentándote! ¡Habla si eres tan real como dicen que eres! ¡Me dices hijo y me abandonas mirando hacia otro lado como desconociéndome! ¿No juraste aliviar mi peso, compartir mi pena, ungir mi cabeza con aceite? ¿No proclamaste el día que nací que no te separaría de mí? ¿Dónde estás hoy que te necesito? Enmudeces como un cobarde, das vuelta tu cara para no verme, rompes tus juramentos como el peor de los mortales. Ya no creo en ti. ¡No existes, eres solo una fábula más con que me han engañado!

El sol pega justo sobre mi cara, desafiante le miro buscando la ceguera que llegue a mi interior. Quiero no ver lo que soy, en lo que me convertí, lo poco que queda de mí.

El grito que he dado ha echado a volar a un grupo de gaviotas, dan una vuelta por mi cabeza y aterrizan pensando que todo ha pasado.

– ¡Ignorantes pájaros! ¡Os asustáis por un grito destemplado, pero no os percatáis del verdadero grito que debería asustaros! Solo porque Él no responde, solo porque se encierra en su silencio. ¿Sabes una cosa? No soy tu creación. Solo soy un entretenimiento de una mente perversa y egoísta. No me mereces, no es que yo te haya fallado. ¡Tú me has fallado a mí!

El sol ha dejado de alumbrarme. Una densa nube, colosal y negra se aproxima por levante; en su interior luces cruzan la negrura con violetas intensos y blancos imposibles. El viento se ha detenido tal vez escuchando mi herejía, mis blasfemias.

A traición una ventisca helada acuchilla mi espalda y hace que me dé vuelta asombrado por lo inesperado. Una nube de arena fina se levanta en mi contra y me cubre la piel de innumerables puntos rojos por el estallido del impacto.

El cielo se cubre por completo. La noche oscura y anticipada enciende las luces del paseo a lo lejos.

Rio por dentro hasta que la carcajada explota en mi boca.

– ¿Ves? Ni la adversidad de los elementos hace que pierda mi postura, no te temo, es más te desafío a que me dañes, que me destruyas, que me hagas hincar la rodilla. ¡No lo haré! Me hiciste duro para soportar, me diste escudo y espada, si es el momento moriré de pie pero no me rendiré. ¡Y serás tú, el que dé explicaciones; no yo, esta vez!

La tormenta que llegó sin anuncios, se posiciona sobre mí. El viento se arremolina a mí alrededor, cada vez más fuerte; un torbellino que puede transformarse en huracán hace levitar mis ropas. Alzo la cabeza y fijo mi mirada en el mismo centro de la tempestad que está en ciernes. El mar se agita furioso como defendiendo un mandato celeste. El rugido de las olas tapa todo sonido y la lluvia comienza a caer. No me inmuta, sigo allí, clavados mis pies en la arena y la cabeza en alto. Estoy harto de las indulgencias, los perdones, los actos de sumisión, de las plegarias infructuosas, de los lamentos plañideros.

Abro mi camisa dejando el torso al vendaval que me azota. Golpeo mi pecho y le digo:

– ¡Aquí! ¡Aquí estoy! ¡No tienes que buscarme escondido detrás de una roca, ni estoy a refugio de un hogar, tampoco debajo de un árbol que me cobije! ¡Aquí estoy! ¡Soy yo y estoy ante ti, solo, como debe ser! ¡Responde!

No hay respuesta. La sinfonía de la tempestad continúa su in crescendo con timbales y afilados violines.

La música enloquece, el cielo se enciende.

Desde lejos se puede ver mi figura hierática, clavada, un trazo grueso de lápiz como marca entre el cielo y el mar, apuntando hacia lo alto, lo inconmensurable, lo eterno.

La lluvia cesa, el viento se calma, el mar deja de rugir, el cielo se abre, el sol regresa a su posición de privilegio y quema mi frente.

Caigo de rodillas en la arena y mi cabeza pende como un badajo de campanario.

No tengo fuerzas para seguir. Solo deseo terminar de desmoronarme y dejar que le tiempo pase hasta la hora de morir. Allí, al lado de nuestro mar, mi mar.

El calor parece que va a fundir mi espalda y en primer momento no he sentido nada más que el abrasante sol, pero en seguida comprendo que mi piel es tocada por una mano.

En mi inconsciente sale una voz de alivio, al fin puede ser que me esté contestando.

– ¿Te sientes bien? Te observaba desde mi balcón y me dije, ¿cómo es posible que ese hombre esté en medio de la que está cayendo? Así que cuando mermó toda esta locura vine a saber cómo estabas. ¡No se puede hacer eso, de estar de pie en medio de una tormenta eléctrica! Te puede caer un rayo… o yo qué sé.

Levanté la cabeza y vi a una mujer espigada vistiendo un vaporoso vestido blanco que no retiraba la mano de mi espalda. Aquel hombre que aún subyacía en mi interior, el macho, el mono sabio, salió de su escondite y me hizo incorporar.

– Es que… bueno, estaba aquí… – las palabras no me salían.

– No hace falta que digas nada, te comprendo más de lo que piensas. Yo también he estado clamando y no me han escuchado.

– ¿Cómo sabes que hacía?

– No me imagino otra razón para que un hombre levante sus puños contra el cielo en medio de una tormenta. O está loco o tiene mucho que reprochar. ¿Te apetece un té helado?

Miré nuevamente al cielo y me pregunté si eres más sabio que perverso.

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