UNA MATTINA (Relato breve)

UNA MATTINA (Relato breve)

D Carles ML

04/06/2017

Sentado en el banco de la plaza que quedara vacío, bajo la cálida manta que ponía el sol esa mañana de primavera, produje una extravagancia: dejé mi mente en blanco.

Sí, así como lo cuento, no bien había asentado el culo en las maderas repintadas millones de veces por los servicios de mantenimiento del ayuntamiento, dicho sea de paso que esos excelsos pintores deberían dedicarse a cúpulas como el de la Capilla Sixtina o el Mural de Guernica, por la calidad de sus trazos y el buen uso de la amplia gama de colores con que realizan sus magníficas obras; como decía, no bien mis posaderas aterrizaron en la blanda madera, se me ocurrió dejar de pensar, desconecté el sistema reflexivo que generalmente llevo conectado, arranqué las terminales nerviosas que llevan y traen información del entorno inmediato, quité los mazos de hilos que movilizan la musculatura, bajé las llaves termo magnéticas de cada uno de los sensores externos y solo permití que siguiesen en funciones, los órganos vitales.

Absolutamente inerte, inmóvil, inconsciente, imperturbable, con la mirada fija en la nada celeste, quedé como si fuese parte del mobiliario urbano. Quién me vio, debió pensar que estaba trabajando de “estatua humana” o que era una bella obra de un escultor ignoto, que la olvidara allí tras el paso indecente de una señorita sin gota de frío matinal. Los pardales, bichos con una capacidad innata para detectar los mínimos movimientos nuestros, volaron confiados a posarse en mis hombros, mis manos y la cabeza, para explorar el nuevo elemento decorativo de la plaza; tal fue la confianza que generaba mi figura, que varios de ellos me cagaron a modo de bautismo de bienvenida. Mis sensores apagados no respondieron a su soez saludo, como lo sabían hacer a los manotazos tal si fueran moscos de un verano pegajoso.

El grupo de avispados ancianos, que recurrentemente se adueñan del espacio recreativo y educacional que les significa la plaza, a poco de desconectarme advirtieron que mi situación era anormal, que había adquirido una posición y un halo que me circundaba para nada bueno, ni común a las personas que habitan la Tierra. De inmediato convocaron a una reunión extraordinaria y se acercaron entre sí, con las señales claras de haberse declarado el estado de emergencia naranja a rojo; el que se utiliza por ejemplo cuando un grupo de chavales llegan a la plaza con un balón de básquet o cuando un grupillo de adolescentes niñas con sus faldillas cortas, se han citado en un banco y conforman un coro de cotorras juveniles y desquiciadas. A los jubilados emplazados (puestos en una plaza) hay tres cosas que les alteran su existencia, los jóvenes con sus lenguajes libres y sus faltas de prejuicios, los niños que juegan a la pelota y las vecinas de menos de treinta años que hacen las compras regularmente con total desenfado matinal. El mal día en el que se dan las tres circunstancias al mismo tiempo, la fatalidad se adueña de sus vidas y es seguro que alguno muere de un infarto coronario. Hay quienes dicen que los Iluminatis tienen adoctrinados a grupo de jóvenes de ambos sexos para concurrir a las plazas y deshacerse de un par de jubilados por día, de modo de ir disminuyendo el número de viejos que viven gracias a la codiciada caja de pensiones y la seguridad social.

Tengo un amigo que trabaja en La Caixa, que me aconseja qué hacer con unos dineros ahorrados, él me ha contado esta versión del exterminio de la clase abuelos, pero en catalán, y es tan horrorosa que no me atrevo a escribirla.

Como iba contando, los ancianos y sabios hombres se juntaron alrededor del que va en silla de ruedas eléctrica y evaluaron la situación.

– A mi entender, porque he sido enfermero de la Cruz Roja, cuando recién era amarillo pálido, que ese individuo no se encuentra bien de salud.

– Yo creo que debe ser un sudaca que se hace el desentendido y en realidad es uno más que viene de allá para robarnos todo, oro, mujeres, vino, ¡hasta el toro de Osborne se van a llevar!

– Para mí que está catatónico, paripléjico y conturbado. Ja! No sé qué coño dije, jejejeje.

– No, lo que debe tener es que sufrió un susto y allí se ha quedao, tieso como si estuviese escayolao el pobre.

– Se ha dormido solo.

– ¿Pero cómo va a estar dormido, si tiene los ojos abiertos?

– Cuando te mueres de un ataque sorpresa, te quedas así, mirando pa’rriba.

– ¿Y cómo es un ataque sorpresa? ¿Sale un bicho de un estuche de magia, o aparece un payaso y te asusta?

– No sé… pero deberíamos hacer algo ¿o dejarlo al sol hasta que se achicharre?, personalmente me inclino por lo segundo, al menos veremos en vivo y directo como se achicharra un tío.

– Yo escuché que no se puede tomar sol, que los rayos que lanza ahora te atraviesan de lao a lao y te dejan como corteza de cerdo, crujiente y lleno de ampollas.

– ¿Después que se fría, podremos comerlo? Es que la dieta me tiene loco… no me miréis así, es la dieta, yo que sé.

– No es mala idea esperar que se convierta en corteza y luego repartilo entre nosotros. Yo quiero las nalgas.

– Por mí se lo pueden llevar entero, no me gusta el cerdo.

– ¡Si no es cerdo! Es un tío que la palmó y allí está, bien muerto.

– ¿Ya murió?

– ¿Quién llama a emergencias?

– Yo no tengo saldo.

– Yo no traje el teléfono, el cable no llega hasta aquí.

– Yo no puedo usarlo, tengo los dedos gordos y no acierto las teclas.

– Yo no tengo teléfono, soy pobre.

– Yo no uso móvil, dicen que te mueres antes si lo usas.

– Yo no lo traigo porque hay muchos sudacas en el barrio y mi mujer dice que solo saben robar.

– Yo no lo sé usar y tengo cuatro.

– Está bien, llamo yo. ¿Cuál es el número?

– 092.

– 062.

– 901 222 222.

– 91 562 04 20.

– 600 531986… ¡Ah, no! ese es el mío.

– 900 123 505.

– 060.

– Creo que es 1006.

– No, es 11818.

– Ese es Información Nacional, es 1008.

– Tampoco, 1008 es la operadora de Europa, yo la llamo cuando estoy solo.

– Es el 11888.

– Eso es páginas amarillas, es el 1005.

– No, esa es la operadora internacional, la llamo cuando la de Europa no me contesta.

– ¿No es el 954 28 93 00?

– No, eso es Andalucía y acá estamos en Catalunya.

– ¡Ya sé cuál es! El 112.

– Eso, el 112.

– Sí el 112.

– Claro, el 112.

– Cómo no nos acordábamos, el 112.

– Ya me parecía que el 11818 no era.

– Eso, llama al 112 y si es una chica, deja que la atiendo yo.

– ¡A ver si os calláis que no escucho si llama!

– ¿No tienes que marcar primero?

– ¿Seguro que has marcado bien? Era el 113

– El 112 y ya marqué.

– ¿Suena?

– ¿Hace algo?

– ¿Contesta la señorita?

– ¿Hay alguien allí?

– ¿No se habrán ido a comer?

– ¿Atienden a todas horas?

– ¿Son las emergencias catalanas? Si son españolas no atienden cuando hace calor.

– Eso es en Andalucía.

– Yo llamé al 113 y no vinieron nunca.

– ¿Hola, emergencias? Le llamamos nosotros desde la plaza… ¿Cómo que plaza?

– Ya te digo, no saben dónde estamos.

– Eso en España no sucede.

– ¿Y dónde crees que estás? ¿En Alemania?

– ¿Esta es plaza Alemania?

– Hola, esta es la plaza del barrio… ¿Cómo que barrio? ¡El de Can Boada!… Sí señorita, en Terrassa, en Terrassa. ¿Qué cómo se llama la plaza? Yo que sé… plaza.

– Se llama plaza de Galicia.

– No, es plaza Josep Plá.

– No, plaza Lluis Companys.

– ¿Hola? Plaza Lluis Companys, enfrente de la Botigueta y La Caixa, donde tengo un amigo que se llama Pepe, como Pepe Rubianes… el cómico ese que putea en el teatro ¿no lo ha visto nunca usted? ¡Ah, es muy bueno!… si, si estamos en la plaza… ahora no me acuerdo cuál era…

– Plaza Rubianes.

– No, plaza Rubiales.

– Ese era el Pepe, y este es el Josep, Josep Plá.

– No, era Josep Rubianes.

– Cabezones, era Lluis, Lluis Companys.

– ¡Ah! Ya me acuerdo, plaza Lluis Companys… ¿Cómo que quiero? Que vengan… ¿Para qué? Pues no me acuerdo…

– Porque hace calor.

– No, porque tengo que ir a mi casa a mear.

– No, era por el muerto.

– ¡Ah sí, por el muerto! ¿Hola? ¿Hola? Sí, señorita, por el muerto, por eso llamamos… ¿Cómo quiénes? Nosotros… un grupo de buenos amigos que nos reunimos en la plaza todos los días… ¿Qué muerto? ¡Ah perdone! Sí, por un tío que parece que se ha muerto.

– Dile que soy de la Cruz Roja… bueno lo era.

– No señorita, no le estoy haciendo una broma… aquí en el banco de al lado hay un tío que se está friendo al sol, se está achicharrando y está muerto. Mis amigos quieren esperar que se convierta en corteza de cerdo para comerlo, pero yo les he dicho que eso no se come, pero ellos son jubilados como yo y ya sabe, estamos a dieta por el colesterol alto, por los triglicéridos… me cortó.

– Deja que llamo yo que soy de la Cruz Roja, a mí me van a atender.

– ¿Suena?

– ¿Llama?

– Si es la señorita dile que más tarde la llamo para conversar con ella.

– ¿Has marcado?

– ¿Qué número era?

– El 113.

– No, el 112.

– ¿Hola, emergencias? Habla Gustav Heiddeger Hunter de la Cruz Roja… no, no le llamo de Alemania, de la plaza de Terrassa… sí, sí señor soy de la Cruz Roja, de cuando era amarillo pálido… ¡me cortó también a mí!

– Esta vez llamo yo, que ustedes no saben de esto… ¿Hola, emergencias? Señor le llamo de la plaza Josep Plá…

– ¡No! plaza Lluis Companys.

– ¡Ah sí! De la plaza Lluis Companys, hay un señor que está muerto y necesitamos que vengan antes que se convierta en cortezas de cerdos, está al sol achicharrado y no se mueve, los pájaros están haciendo nido en su camisa y los perros lo mean… sí señor, así es… sí somos un grupo de jubilados… no le estoy tomando el pelo señor… sí señor, mi apellido es González de la Gonzalera… es mi apellido señor, que quiere que le haga… sí señor, en la plaza, en un banco… al sol, señor… no sé si respira, está quieto hace dos horas o más, desde que la rubia del 5º C bajó a la verdulería, desde esa hora está allí… no señor, no está vivo, nadie aguanta el sol tanto tiempo… vale, vienen ¿no?… gracias señor, buenos días.

– ¿Vienen?

– ¿Ya vienen?

– ¿Viene la ambulancia?

– ¿No le dijiste que me estoy meando?

– Si al menos viniera una médico con la chaquetilla medio desprendida.

– Ahora van a tardar una eternidad.

Yo seguía disfrutando de la placidez de la mente en blanco. Las conversaciones y especulaciones de los jubilados, y las miradas extrañas de las personas que pasaban, solo se registraban en una lejana parte de mi cerebro por una razón que desconozco, y que poco me importaba. Estaba en el limbo, ese lugar al que muchas veces me hubiese gustado estar, por ejemplo cuando mi exsuegra me reclamaba que sacara la basura y fuera a trabajar, o cuando mi exmujer me decía que había que pagar las cuentas y que con su sueldo no alcanzaba. Tantas oportunidades en que debería haber ido al limbo y quedarme allí para no escuchar tantas chorradas. En este lugar ni siquiera me importa que ese perro me orine los pantalones, ni que esa mujer me señale con el dedo, o que el jubilado de la silla de ruedas se acerque y me pise un pie con su artefacto de movilidad. Esto es la hostia, el nirvana hindú, el cielo de los cristianos, el infierno del Dante… ¡qué calor está haciendo! Debe ser que estoy a más temperatura que lo aconsejable. Mi mente en blanco es un lienzo en el que se puede pintar la realidad más hortera o la más irreal, tengo una mente superior, no hay dudas. Nada de lo que sucede en el mundo podrido que habito, me toca o conmociona, puedo ahondar en la filosofía socrática sin haber escuchado nunca de ese griego, o comprender a Hegel o Schopenhauer sin saber quiénes son esos tíos. Qué maravilla de estado nirvánico, ¿se dirá nirvánico o plano búddhico? No importa cómo coño se diga, yo sé a qué me refiero y no estoy dando clases de yoga o de semántica, solo dejo que mi prodigiosa mente prodigiosamente se propague en todos los planos posibles y dimensiones cuánticas. Lo que no comprendo aún es porqué un tío de amarillo me está dando de hostias en la cara…

– ¡Señor! ¡Señor! ¿Me escucha, puede responderme?

– Ese no responde, está más muerto que mis partes bajas.

– Tú no tienes partes bajas, tú eres bajo todo.

– Jajajaja… tan bajo que las axilas le huelen a pies.

– No soy bajo, estoy en sillas de ruedas, viejo verde.

– ¿Si estoy de marrón? ¿Cómo sabes si soy verde?

– Porque no dejas de mirar a la asistente del médico de emergencias.

– Es que me parece conocerla.

– Pregúntale si te conoce.

– Eso mismo, pregúntale porque tal vez la conozcas de alguna de esas aventuras que nos cuentas.

– ¿En serio que conoces a ese pibón?

– ¿Quién la conoce? ¿Tú y de dónde?

– ¡Señor! ¿Puede responderme con la cabeza al menos?

De blanco a gris pálido, de gris pálido a gris oscuro, de gris oscuro a varios colores, de varios colores a la cara con granos de un tío de amarillo, mi mente regresa.

– Sí, sí, pero no me sacuda más ¡coño!

– ¿Cómo se siente? Soy el médico de emergencias. ¿Me escucha, me entiende?

– ¿Habla en catalán o español?

– En castellano señor, veo que me puede responder. Ha sufrido un ataque de lipotimia, debemos trasladarlo al hospital, señor. ¿Me comprende?

– ¡No! ¡Qué liposucción ni coños! Estaba descansando con mi mente en blanco. ¿Qué piensa que me pasa?

– Su presión está por debajo de los niveles normales, su sudoración es fría y la temperatura corporal menor a 34º a pesar que está hace horas bajo el sol, se le debe aplicar de inmediato una vía con suero para rehidratarlo, ha perdido muchos minerales y sales bajo su estado de lipotimia. Por eso debemos trasladarlo, además hay pérdida de la realidad lo que nos indica que puede haber alguna secuela neurológica en ciernes.

– Dime una cosa… ¿Nunca tuviste ganas de estirarte al sol en un banco de la plaza, tal como lo hacen estos viejos a los que no les pasa nada si están toda la mañana y mediodía al pedo aquí?

– ¿Qué nosotros estamos al pedo?

– ¿Quién se tiró un pedo?

– Yo no fui, no sé por qué siempre me miran a mí.

– A mí se me cayó el pelo y no digo nada.

– Sí, a todos se nos cae el pelo, es de viejos.

– Tú serás viejo, yo aún no he cumplido los setenta.

– Setenta, setenta, como si fuera una edad tan avanzada.

– Usted guapa, ¿qué opina? ¿estamos viejos?

– ¿Ya llamaron a emergencias? El número era 112.

Me incorporé y le di las gracias a los de emergencias por acudir en mi supuesta ayuda, y les expliqué con más calma, que no estaba mal, que solo meditaba y que eso hizo que las personas de la plaza me tomaran por un tío que tenía mal el cuerpo. Luego les di las gracias a los jubilados por preocuparse de mí y lamenté el susto que se habían llevado, en recompensa les invité a unas cañitas en el bar del chino.

Al fin mi incursión en el limbo me resultó onerosa y los viejos se bebieron tres rondas sin pestañear.

De todo lo que ha ocurrido esta mañana de introspección profunda, lo único que no comprendo, es que hace un pardal que me acosa desde que regresé, y qué hago con estos huevos de pájaro en el bolsillo de la camisa.

– Oiga joven, la morena de la ambulancia, ¿No le dejó el número para llamarle por si tenía una recaída…?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS