Tomó el camino que el destino le había señalado.

La guitarra llevó sus notas más altas en las manos del maestro. Su voz aguardentosa, marcada por las noches de humo y alcohol, marcaban su paso. Set me free, soltó al aire su sentencia, Libérame.

Lo comprendió como solo se puede hacer ante un llamado de tanta fuerza, se incrustó en su alma, fue un hierro candente que dejó la señal para la eternidad.

Libérame. Y bajó por la escarpada ladera hasta llegar al mar que abría sus olas generosas, francas.

Buscó el hueco en la helada roca gris y acomodó su cuerpo, como lo haría un recién nacido en el seno de madre, la buscaría a ella.

En sus ojos se reflejaba el sueño de más de cuarenta años, la línea del horizonte y el mar, su mar.

Era ese momento en que todo llega a un final de etapa, no era la conclusión del esfuerzo, ni el último desenlace; solo un alto en el recorrido, un descanso para avizorar el futuro. Eso buscaba.

El cielo estaba límpido, transparente, una cúpula de fino cristal celeste, la eternidad se podía ver sin dificultad.

Roca, mar y cielo, sin interrupciones, sin nada que distrajera su atención.

Un punto oscuro, negro, una pequeña mancha se hizo visible en medio del gradiente de azules con el marco gris pétreo. Un águila buscando su presa.

Centró su mirada en el lejano trazo que apenas se movía y dejó su mente en blanco.

Meditó bebiendo el aire salino que le entregaba el mar; primero fueron bocanadas anchas que entraban en sus pulmones, luego fueron más débiles, hasta que solo un hilo penetraba por sus labios.

Cerró los ojos y se miró por dentro. Escudriñó cada parte de sí mismo, minuciosamente, no quería nada, solo comprobar y tomar consciencia de su existencia.

Él estaba allí, vivía, existía, con eso le bastaba.

Su respiración fue cada vez más tenue, su corazón latió lentamente, la sangre dejó de correr alborotada y era como el arroyuelo tranquilo que baja por una pendiente suave.

Vio toda su vida, recordó cada paso dado, cada fracaso, cada obstáculo, las lágrimas desperdiciadas, los gritos perdidos, las ofensas recibidas, los errores cometidos.

Sus ojos permanecieron cerrados, lo necesario como para sentir la fuerza que ejercía ni permitir que alguna imagen se filtrara por entre las pestañas.

Estiró un brazo y dejó que la mano se relajara sobre la pierna. El calor de sol quemaba la piel fina y blanca de la palma. Las marcas del trabajo durante tantos años, se habían esfumado en los últimos tiempos.

Su alma vibró, así como lo suelen hacer las ventanas en un sismo, al principio un leve movimiento que fue creciendo hasta que parecía desprenderse de algo.

La larva que agita su caparazón hasta que este se suelta, abre sus alas y queda inmóvil con la esperanza que el aire y el calor las seque y endurezcan, para soportar el vuelo inicial. De igual manera lo percibió.

La agitación cesó.

Tenía la visión nublada y esto sucedió en un segundo, de la mirada límpida ahora una frágil telilla cubría el paisaje que delante tenía.

Movió la cabeza intentando disipar su vista, pero solo consiguió que se sintiese más liberado de algo que no comprendía.

El sol ya no quemaba la palma de su mano vuelta al cielo.

Pensó, la sombra me llega.

No estaba equivocado, ya llegaba para cubrirle con una manta algodonosa y húmeda.

Tuvo el deseo irrefrenable de abrir sus brazos cuán largos eran, y así lo hizo.

De un momento a otro sintió al viento que le rodeaba y abrazaba con calidez.

Experimentó una nueva sensación en la piel, se creía desnudo y a la vez cubierto por una sutil presencia plumosa, agradable, excitante.

Movió los brazos a la vez y levantó vuelo.

Sorprendido no hizo preguntas, ni cuestionó sobre sus conocimientos que portaba. Solo aleteo y subió.

Respondiendo a un llamado sordo, inexistente, inaudible, pero con un mensaje claro y concreto: elevarse.

Giró su cabeza y vio la tierra que se alejaba mientras se adentraba en el mar y el cielo; subía cada vez más. Su alma se estremeció, tenía alas y se deslizaba por el aire, no había miedo y el asombro desapareció.

El horizonte comenzó a acercarse, la fina línea que separara lo humano de lo celeste se volvía más y más presente, como si el final de algo se viniese encima.

Su vista se había recobrado, la niebla que la cubría unos instantes antes, había abandonado sus ojos, sin embargo una nueva bruma venía a su encuentro.

Pocos aleteos más y estaba dentro de una nube gris que se convertía en espeso telón que le separaba del mundo que estaba dejando atrás.

Silencio absoluto le envolvió. Solo una música gloriosa sonaba en su mente, no sabía de donde procedía, y lo único que comprendía en el canto era una frase: Libérame.

Desde dentro de su cuerpo alguien le daba el nuevo rumbo y sentido: Libérame.

Notó que el vuelo se ponía dificultoso, las alas le pesaban al avanzar, la niebla se volvía sólida. No sintió miedo, la voz interna no dejaba de repetir la orden: Libérame.

Quiso recordar y no había que buscar en su memoria. Solo gris como lo que le rodeaba.

Intentó pensar en alguien, pero ya nadie existía para ser nombrado.

El esfuerzo pareció imposible de repetir, un cierto sentimiento de abandono le sumió en sopor y se dijo a sí mismo: Hasta aquí llegué.

Comprendió que no había regreso, solo ida, solo futuro, todo por hacer, todo por conocer. La niebla dio paso a un cielo igual de gris, y una tierra del mismo color. Todo fundido en un mismo todo.

La voz había callado su reclamo. Ahora solo silencio dentro y fuera de él.

Voló mucho más de lo que pensaba que podía, aunque parecía estar en un mismo lugar, el gris no daba la pista de cuanto avanzaba.

Tras un largo tiempo en el aire, abrazado por el monótono color, una voz se hizo oír. Era potente sin aturdir, fuerte pero con suavidad y amabilidad, clara y cercana pero con un dejo de lejanía eterna, desconocida y a la vez familiar.

La voz dijo: Eres bienvenido, he aquí está el todo y la nada, tu cuerpo está cansado, construye un risco y descansa.

En su mente pensó, ¿cómo he construir un risco, si no hay nada y solo soy un ave?

La voz regresó y le dijo: Eres lo único creado aquí, construye un risco, he aquí el todo y la nada, todo sirve y la nada rodea.

Pensó, no tengo conocimiento ¿Cómo lo obtengo?

La sabiduría emergió desde su interior. Supo qué hacer. Construyó un risco y descanso.

Regresó la voz y él estaba descansado, la voz le dijo: Tienes tu risco, el todo es la materia y la nada lo que le rodea, construye tu universo, he aquí materia sin organizar; organízala.

Él pensó, grano a grano se hace una playa, roca a roca se hace una montaña, mundo a mundo un universo.

Y comenzó a levantar su obra.

Él pensó mientras edificaba, ¿cómo puedo estar yo haciendo esto?

De la lejanía la voz le dijo: Te hice a mi imagen y semejanza, eres un dios.

Él comprendió y siguió con su labor.

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