Es el segundo miércoles de abril; un día que, en principio, no debería ser distinto a cualquier otro segundo miércoles de abril. Aunque, bueno, vale decir que este está un poco más nublado, húmedo… y esta humedad está claramente visible en mi pelo, que se rebela en direcciones insospechadas. Aun así, la mañana no se sale mucho del guion: típica, predecible, como esas canciones que sabes cómo terminan incluso antes de empezar.
Mientras camino, observo. Hombres con barba candado pasan a mi lado; parece que sigue siendo la moda entre ellos. Mujeres con tacones que claramente no fueron hechos para correr, tratando de apurar el paso sin perder el equilibrio. Yo, en cambio, avanzo a un ritmo más pausado, al compás de mi curiosidad, pero sin permitirme demasiadas distracciones.
Hoy no puedo llegar tarde. No quiero que se terminen el café antes de que empiece la jornada, porque si algo rompe mi rutina, que no sea la falta de café. Aunque, en el fondo, algo me dice que este miércoles no será tan típico como parece. Y, para ser sincera, no sé si estoy lista para averiguarlo.
-Hola Maria como andas! Entraste ya? La llamo por teléfono como cada vez que me acuerdo a veces no tan seguido pero nunca supera la semana
-Hola, Si ni me preguntes por estos lados la verdad es que me ando cada vez peor y vos llegaste ya?
-si termino de entrar, pero como me dices que peor si las cosas parecían irte tan bien allí? Peor! me pregunto si hace tiempo que esta ahi y todo marchaba excelente… me digo para adentro.
-SI! (me afirma, decidida) las cosas no son como antes, mi jefa ha cambiado la actitud sabes ya no nos llevamos igual y la jornada se hace más extensa cada vez. De repente tengo nuevas reglas más Trabajo y menos beneficios…
-tranquila, le digo con voz casi de comprensión; ¿?… me quedo con la mirada perdida pensando respuestas que no nos llevan a nada; me despido y cuelgo
Y ahí viene el otra vez ya lo puedo sentir por el sonido que hacen sus zapatos al caminar sobre el brillante piso flotante que reviste esta oficina, me mira y trato de interpretar esa mirada profunda que emerge autoridad por donde le mires Y yo nuevamente con mi cara de niña inocente escondida tras el rojizo de mis mejillas recibo mi trabajo con una leve sonrisa, como cada día de la semana un alto de legajos para archivar, facturas perdidas ¡que claro se pierden por el apuro!
-Estimada, buen día! Exclama con cara de felicidad parece que le alegrara este lugar mientras mi cara sin emitir ningún gesto lo mira concentrada.
-buen día; Respondo bajito
-Te traje para que no te aburras… “típico comentario cuando te dan algo que hacer…
-Que emoción empezamos desde tempranito… respondo con ironia
Se sonríe nuevamente como si fuese tan divertido mi aburrido comentario y ahí se va acomodándose lo que lleva entre sus piernas y si poco decente para ser el jefe
Y entonces vuelvo a pensar, peor! esa palabra es inmensamente frustrante en mi nose si habrá día en que pueda ponerle una traducción a lo que percibo cada vez que la escucho; en fin me sirvo mi café y comienza el día para mí. Con rico olor a café por las mañanas vaporcito que sube por la taza roja que guardo en este lugar…
Comienza a sonar el teléfono y a ver el captor leo su número de interno 113 y ahora que quería me pregunte!
-Jose dime
-Carol venite
Es enserio? Me llama al teléfono y su escritorio está a cuatro pasos del mío! Me muerdo el labio inferior en busca de soportar mi enojo revoleo los ojos y voy hasta él
-Jose acá estoy que necesitabas?;- debo admitir que su escritorio es muy prolijo es un lugar que cualquier oficinista quisiera conservar tiene una hermosa vista al mar una silla aparentemente cómoda y en verdad no puedo evitar no mirarle la hermosa mirada que tiene, no hace falta acompañarla con algún buen gesto para que se luzca…
– Carol podes pedirme estas cotizaciones, hablar con el proveedor de cada una de las empresas que solicitamos cotización y enviarme por mail la gráfica comparativa… «Y todo lo dicho por él es sumamente profesional hasta el momento en que esa mirada que tanto admiro me recorre cada parte de mi cuerpo como si pudiera ver más allá de las paredes de mi piel así que me sonrojo trato de ocultar que me está intimidando… le contesto casi murmurando esquivando su mirada y me retiro
Así que me pongo en marcha el día por lo visto será largo pero me bastaran las extensas horas que aun me quedan aquí para pasar los suficientes mails. Luego de unas horas ya tengo toda la documentación adjunta la gráfica echa en una planilla de Excel y le envió su mail como había pedido. Y por un momento pienso porque ¿yo no? Porque no abrir mi propia empresa? y dejar esta esclavitud necesaria; debo confesar que actué rápido empecé a buscar posibles nombres, logos, hasta me arme el informe… esta sería de limpieza sabia que no necesitaba mucho conocimiento y me iba a postular en las oficinas que parecen tan simples de limpiar todo cerraba a la perfección porque iba a fracasar ¿no?
Así que pensé encontarle a él ya que podría aconsejarme… y me dirijo rápidamente hacia su escritorio.
Entonces me ofrece conversarlo en un after office que había hoy en el piso 40.
El ascensor subía lento, aunque mi corazón iba a mil por hora. Al llegar al piso 40, la vista era imponente, pero él parecía más interesado en hablarme de estrategias para tener éxito. Tomábamos algo; yo saboreaba mi copa lentamente mientras él, con esa seguridad arrolladora, usaba su tarjeta de acceso libre como si el mundo fuera suyo. Me dejé llevar por su energía, por su risa contagiosa. En un momento, estábamos riendo como si no hubiera un mañana.
Me levanté para ir al baño, distraída, y choqué de lleno con un mozo. Un vaso cayó al suelo, estallando en mil pedazos. ¡Qué vergüenza! Sentí el calor subir hasta mis mejillas mientras trataba de balbucear disculpas, deseando desaparecer. Pero ahí estaba él, riendo a carcajadas y, con un gesto encantador, suavizó el momento. Pidió disculpas por mí con una naturalidad desarmante, como si romper vasos fuera parte del espectáculo. Lo miré, incrédula, y me sorprendí riendo con él.
Más tarde, nos subimos a su auto. La ciudad brillaba a través del parabrisas, pero nada parecía más cálido que su sonrisa. Terminamos en su casa. El ambiente cambió; las palabras dejaron de importar. Sus manos eran fuertes, decididas, y su mirada me desarmaba. Cada beso suyo sabía a fresa, una mezcla embriagadora de dulzura y deseo. Sus brazos me envolvían, su piel tibia me quemaba suavemente.
Los gemidos escaparon de mi boca sin permiso, y él, como si lo supiera todo, llevó cada movimiento a la perfección. No quería que terminara, pero cuando lo hizo, quedé rendida, plena, con un calor en mi pecho que no sabía si era del placer o del momento.
Me llevó a casa, como un caballero, dejando un beso en mi frente. Para mí, el día había terminado.
—¡Carol! ¡Carol, despiértate ya! —la voz de mi madre taladró mis sueños.
—Oh, no quiero ir, odio ese lugar… —protesté con los ojos apenas abiertos.
—¡Pero, Carol, ¿para qué demonios sales si luego no puedes levantarte?!
La puerta se cerró de golpe. Y ahí quedé, entre las sábanas, con un recuerdo que me hacía sonreír y una resaca que me hacía maldecir.
¿Cómo le explicaba a mi madre que no iba a volver a ese lugar? La vergüenza me estaba matando. Fue, sin duda, la noche más sabrosa de mi vida… pero con la persona menos pensada. ¡Jamás me habría imaginado cruzarme con él en ese contexto! Y ahora, la idea de verle siquiera para presentar mi renuncia me resultaba insoportable.
Me revolvía entre las sábanas, reprimiendo una carcajada nerviosa al recordar cada detalle. Sí, fue un desastre en muchos sentidos, pero, curiosamente, también entendí que las cosas pueden ir peor y aun así no sentirse tan mal. Porque ayer, contra todo pronóstico, dejó de ser otro típico día de mi rutina. Y por muy incómodo que me sintiera ahora, no podía negar que lo disfruté.
Espero que les haya gustado mi relato; pronto escribire mas historias 🙂
Gimena Deledon.
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