Me niego a recordar el día que decidí saber de ti.
Me retraigo de alargar la mano en el polvoriento baúl de mi mente, donde muy en el fondo, guardada en un sobre pálido y con moho, descansa la brillante sonrisa que me atrapó.
Mi hipocampo cuenta que de tu boca salió y el traidor de mi corazón se apresuró a decir que no la olvidó.
Mi pulso inquieto reprocha por qué no la ocultaste aquel día, por qué motivo cautivaste mi brújula al caminar y torciste el norte a tu antojo, dirigiendo ahora tú mi travesía.
En este momento tengo los dedos impregnados de tinta, siempre fui torpe. ¿Y qué con eso? Mi felicidad tu rostro pinta, no hay otro paisaje que me importe.
Me niego a entender por qué no me respeto ni a mí misma de un renglón a otro. ¿Qué es lo que quería?
Creo que escribí «Me niego a recordar el día que decidí no saber de ti».
Eso era.
Si.
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