Mis queridas manos sensibles reconocen todo tipo de fastuosas telas,

Mis oídos desarrollados reconocen hasta el más desnudo bisbiseo,

Desapercibida ninguna fragancia escapa de mis sentidos,

Siento al mundo entero en mis pies,

Reconozco el tacto de cualquier ser…

Soy vulnerable a la distancia y también a la ausencia…

La altura es mi enemiga y el viento mi devoto compañero…

No hay rostro alguno en mi memoria y mi arte no tiene color,

No sé de hombres ni de mujeres, se de rudeza y de suavidad…

No importa cuánto me lo implores, jamás te amaré.

No tienes voz… no tienes tacto… nada que pueda yo apreciar…

Ya no noto siquiera cuando estoy sola en la habitación.

Sólo escucho las burlas suaves en la lejanía cuando me pierdo en las calles…

Ya el mismo rocío de todas las mañanas en mis pies no tiene gracia…

Me siento tan frustrada, ciega, ciega, ¡no veré a mi niños crecer…!

Ya no quiero escuchar al pájaro que no puedo ver…

Ya no quiero escucharte hablar, no te conozco, no te conozco

Eres una voz sin identidad.

Hoy siento lo mismo que tú, la ceguera.

¿Ciega? Sí, estoy ciega.

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