La magia es eterna
La niñez, ese momento mágico
en el que todo posible.
No recuerdo cuántos años tenía, sólo recuerdo que era de noche y mis padres estaban discutiendo. Los bols eran de un color naranja intenso y estaban algo resquebrajados por el uso y el tiempo, teníamos uno grande que usábamos siempre para las ensaladas y seis pequeños para diferentes usos; esa noche tendrían un uso especial. Hoy, cuando intento recordar mi infancia y las cosas que me rodeaban, por algún motivo sólo recuerdo los bols naranjas y una servilleta floreada quemada en una esquina, la memoria es así de extraña y caprichosa.
Esa noche, como esta noche, hacía mucho calor. Sentada en el piso del comedor lloraba mientras miraba a mis padres disimular la discusión cada vez más intensa, mejor dicho a mi madre porque para mi papá era imposible. Recuerdo que decidieron irse por un rato, pero al verlos marcharse así, tan enojados, tan mal, sentí que se iban para siempre, que no volverían, y mi llanto se convirtió en un berrinche, grité y pataleé pero no logré que se quedaran, me quedé llorando mirando la puerta, no sé en qué estaría pensando, era muy pequeña y sólo recuerdo esa imagen, la puerta cerrada, las lágrimas en mis ojos, y de pronto.. mi hermana con los bols naranja.
– Vamos a juntar agua y pasto para los reyes?- me dijo disimulando también su tristeza tras una sonrisa que logró convencerme. Al principio creí que era una trampa, que querían que me olvidara que mis papás se habían ido, que no volverían.
– Dale!- me insistía mi hermana. – Van a venir muertos de sed y de hambre, imaginate lo contentos que se van a poner cuando encuentren comida y aguita, y ahora cuando vuelva mamá le contás que ya les preparaste la comida a los reyes.
Me levanté del piso, agarré un bol y miré a mi hermana, su sonrisa me convenció. Juntamos pastito como para diez camellos y les dejamos mucha agua porque hacía mucho calor. Cuando mi mamá volvió al rato, llorosa, le conté la gran noticia, quizás ella así también se alegrara; le mostré dónde habíamos dejado el agua y la comida, pero le dije, aunque en realidad esperaba lo contrario, que creía que los camellos iban a llegar ya muy llenos a casa y no iban a querer comer nada.
– Vas a ver que sí van a comer mucho y se van a tomar toda el aguita, vos andá a dormir, dale?
Y me fui a dormir, con la esperanza de que los reyes pasaran por mi casa y con la triste idea de que quizás despreciaran mi regalo.
Esa mañana desperté temprano, me acuerdo perfecto que me levanté rápido y sin darle tiempo a nadie salí derecho al patio, no recuerdo qué me regalaron ese año, ni el otro, ni el otro, sólo recuerdo ese día de reyes en el que me levanté y encontré los bols desparramados por el patio, con un poquito de agua en uno de ellos y algunos restos de pasto tirados por ahi, y recuerdo la felicidad de saber que habían comido mi pastito y tomado mi agua, la felicidad de saber que habían retomado fuerzas para seguir repartiendo regalos, y las palabras de mi mamá:
– Viste que pasaron? Y se comieron y tomaron casi todo! Se ve que tenían hambre pobres, aunque andaban a las apuradas, mirá cómo dejaron el patio de mugriento!.
Hoy. gracias a esas pequeñas grandes cosas la niña que juntaba pastito para los reyes, sigue vive en mi, pidiendo tres deseos al ver una estrella fugaz o guardando piedritas para la buena suerte; porque la magia existe y está en todo lo que nos rodea, porque no es sólo un cuento para niños sino un cuento que los niños entienden fácilmente y los adultos debemos aprender con dificultad. La magia está en no cerrar los ojos a lo invisible, en respirar los sueños y creer en ellos más allá de lo que diga la razón…
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