Un gol en el tiempo

Miércoles 1 de noviembre de 1967 (partido revancha)

―¡Lo logré! … ¡no lo puedo creer! ―exclama Heriberto, y solo él se escucha en su taller-laboratorio del fondo de la casa― Viajé en el tiempo, aunque solo haya sido por menos de una hora volví hacia atrás, lo logré… ¡viajé en el tiempo!

Heriberto sale con mucho cuidado de la cápsula que ha completado después de más de diez años de estudios, trabajo y experimentos. Quisiera comentar su hazaña con todo el mundo, pero comprende que ello sería muy riesgoso, la gente no está preparada para algo así. Prefiere esperar, perfeccionar su invento y luego decidir qué hacer. Por ahora, si fuera posible mañana mismo, intentará viajar de nuevo, pero yendo más atrás: uno, dos o tres días. Está entusiasmado con su creación, sorprendido por haberlo logrado, sin embargo es una realidad, una realidad a la que no está siquiera preparado para calificar. Se ríe, porque además, como un logro menor, una banalidad tal vez, en la hora escasa de su retorno al pasado pudo volver a mirar el final del partido de fútbol en su televisor en blanco y negro; por cierto que vio exactamente lo mismo que había mirado tan solo un ratito antes, pero ahora sin sufrir porque ya conocía el resultado. Se sienta a la mesa y continúa con el mate que había dejado previo a su partida, sigue caliente: claro, el tiempo del viaje no cuenta, salió y volvió recién, en el mismo momento, eso es viajar en el tiempo, piensa y no deja de sonreír.

Vive en Avellaneda, cerca del Cilindro, estadio de fútbol de su Racing querido. Desde afuera le llega un clamor, viene de la tribuna de la cancha, es que el “equipo de José” le acaba de ganar al Celtic de Escocia el partido de revancha por la copa intercontinental; el sábado deberán jugar la final. El clima de alegría que le llega desde el aire contagia y acrecienta aún más la suya propia.

Sábado 4 de noviembre de 1967 (la gran final)

Una multitud apenas cabe en El Centenario de Montevideo, se está jugando la gran final de fútbol intercontinental, Racing y Celtic vienen de ganar un partido cada uno, y ahora se juega el definitivo. El partido es vibrante, en realidad es más que eso, es casi salvaje, una verdadera batalla en la que ambos equipos están decididos a ganar de la manera que sea. No existe otra cosa más que el triunfo. Ya pasaron diez minutos del segundo tiempo, Rulli le hace un pase corto a Cárdenas, el Chango se escapa con la pelota, el avance es peligroso, el delantero se está acercando al área enemiga, apunta y de un derechazo envía la pelota hacia el poste derecho del arquero… los protagonistas y los hinchas aguantan la respiración por un instante. El balón roza el palo, pero por fuera del arco, por pocos centímetros no fue gol. Rápido saque de meta y contraataque, Gemmell corre por izquierda, se la pasa a Clark quien ve que John Hughes está solo, se la coloca a media altura y el delantero patea de volea desde fuera del área. Agustín Mario Cejas se estira en un vuelo felino, elegante, altísimo, pero el esfuerzo es vano: la pelota ingresa al arco rozando ambos palos del interior de un ángulo. Gol del Celtic.

Heriberto está solo, mirando el partido desde la casa; no puede aceptar lo que ve en el televisor, se le escapan lágrimas de sus ojos de científico racional, pero es que le brotan desde su corazón blanquiceleste. Sigue mirando, con ansiedad y dolor, el partido termina uno a cero: Celtic es el nuevo campeón intercontinental, Racing perdió una oportunidad histórica. “Si hubiese entrado el tiro de Cárdenas” piensa Heriberto, “tal vez si hubiera pateado con la pierna izquierda la comba hubiera sido para el otro lado y entraba, yo creo que entraba…”. De pronto, abre los ojos, como sorprendido, y exclama: “aunque no todo está perdido, todavía puedo intentar algo”. Corre al taller, a su máquina de viajar en el tiempo.

Jueves 2 de noviembre de 1967 (las vísperas)

Heriberto comprueba con una sonrisa que de nuevo pudo viajar en el tiempo. Y ahora fueron dos los días que retrocedió. Sale de la cápsula y corre a su habitación, abre el ropero y rápidamente se viste con su mejor traje, su mejor camisa y una corbata celeste y blanca. Parte corriendo hacia la cancha de Racing, sabe que los jugadores aun no han emprendido el viaje a Montevideo, donde se jugará la final. Llega casi corriendo al estadio y pide por su amiga Tita Mattiussi, virtual ama de llaves del plantel y del club. Ella lo atiende a las apuradas, es que están preparándose para el viaje, le explica, él le suplica que lo conecte con Cárdenas, solo unos minutos, es muy poco lo que tiene que decirle, pero no puede esperar: “Tita, no puede esperar, créame…” Tita, buenaza, llama al Chango y le presenta a Heriberto con el agregado de “profesor”, tal vez para justificar la urgencia del llamado.

―Mucho gusto señor Cárdenas, solo quisiera decirle algo… tengo que pedirle algo, como hincha de la Academia y eh… ah… como científico.

―Usted dirá…―responde el Chango con evidente curiosidad.

―No me pregunte por qué, no me lo pregunte ahora, pero le aseguro que en el partido del próximo sábado, a los diez, once minutos del segundo tiempo, usted va a recibir una pelota limpita de Rulli, y enseguida se va a encontrar con el arco despejado, lejos, pero despejado; por favor, patee desde allí, sin pensarlo, pero con la zurda, al rincón derecho del arquero; recuerde: con la zurda. Es muy importante, créame que no se va a arrepentir.

Sábado 4 de noviembre de 1967 (la gran final)

Una multitud apenas cabe en El Centenario de Montevideo, se está jugando la gran final de fútbol intercontinental, Racing y Celtic vienen de ganar un partido cada uno, y ahora se juega el definitivo. El partido es vibrante, en realidad es más que eso, es casi salvaje, una verdadera batalla en la que ambos equipos están decididos a ganar de la manera que sea. No existe otra cosa más que el triunfo. Ya pasaron diez minutos del segundo tiempo, Rulli le hace un pase corto a Cárdenas, el Chango se escapa con la pelota, mira hacia el arco, está preparado para rematar con la pierna derecha, pero una corazonada, un pantallazo ajeno a la razón, le hace cambiar de perfil en plena carrera y patea con el empeine de su pie izquierdo, la pelota vuela hacia el arco, pasa por sobre varios jugadores que están al pie del área grande, el arquero John Fallon vuela, se estira con su mano derecha apuntando al ángulo superior del arco, no llega, la red se estremece… ¡gol!, ¡gol de Racing! Se abrazan los jugadores, abrazan al técnico José, media tribuna ríe, canta, salta, grita y la otra media enmudece. El Celtic apura el reinicio desde el centro del campo, quiere empatar. Continúa el partido, “la batalla de Montevideo” lo llamarán después por su desbordada intensidad, se sucederán peleas y expulsiones, pero no más goles. Gana Racing y es el nuevo campeón.

Heriberto, con la mirada fija en el televisor de su casa, al igual que lo hacen los hinchas de la tribuna, salta y grita de alegría, pero se lamenta por no haber viajado a presenciar el partido a Montevideo. “Qué cobarde fui… por miedo a que perdieran, tendría que haber ido igual, esto no se va a repetir…”, admite. Piensa un momento, de pronto abre los ojos, como sorprendido, y exclama: “aunque no todo está perdido, todavía puedo intentar algo”, y corre al taller.


3er. premio concurso literario Racing Club 2019.

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