Mátelo ahora

Mátelo ahora

Juan Gomez

07/12/2019

I’m afraid you will have to live with it…


Nunca le di demasiada importancia a los sueños. Más que para ganarme alguna vez unos pesitos en la lotería, los sueños nunca me sirvieron de mucho. Mitología y psicoanálisis siempre fueron materias demasiado densas para una cabeza como la mía. Además no soy alguien que sueñe con frecuencia y encima si sueño es muy raro que pueda acordarme de lo soñado.

Pero hace unos días tuve un sueño extraño. Si bien, como suele decirse, todos los sueños en realidad son, en mayor o menor medida, extraños, a este lo sentí especialmente absurdo. Tal vez por eso lo recuerdo.

Incluso hay algo más curioso y extraordinario (para mí, por lo menos) en lo sucedido. Como lo veo ahora, no fue tanto el sueño lo que llegó a conmoverme sino más bien el pensamiento que tuve inmediatamente al despertar.Aunque no sé si llamarlo pensamiento, tal vez esa viva impresión, ese sacudimiento haya sido más que eso, quizás fue un sentimiento, como una certeza definitiva, una especie de verdad irrebatible que nos toma por asalto y desde afuera, sin haber sido buscada y sin poder defendernos en absoluto.

Usted, mi amigo, tiene mucho que ver con mi sueño, ya va a ver por qué. Solo me limitaré a relatárselo, sin quitar ni agregar nada a mi experiencia, aunque ya sabemos que con los sueños eso es un poco más difícil.

Yo soñaba que en una calle cualquiera, de cualquier ciudad, veía un niño, semidesnudo y expuesto a la cruel obscenidad del mundo. No me pregunte cómo, pero en mi sueño yo sabía perfectamente que ese niño era uno de sus poemas, el más querido por usted, su íntima alegría, su tesoro.

Usted estaba junto a mí pero ninguno de los dos podíamos hacer nada para ayudar a esa pobre criatura. Solo, sentado en el umbral de una puerta, el niño miraba pasar el mundo. Yo podía ver los ojos del niño que miraban al mundo sin entenderlo. Tampoco el mundo entendía al niño.

Más extraño aún era que en mi sueño usted, que estaba junto a mí, no sabía que ese niño, hermoso y sucio, era su poema. Yo le gritaba, cómo es posible que no lo reconozca. Usted intentaba calmarme, (ahora no hablaba del niño, hablaba del poema) diciéndome que el poema es cosa de un momento. Que en realidad el que había escrito ese poema era otro, que usted no tenía ya nada que ver, ni con el poema ni con ese otro que lo había escrito en su momento.

Verlo a usted tan tranquilo dándome una explicación tan absurda y riéndose de mi desdicha más me enfurecía y aún más me angustiaba.

Ahora la escena había cambiado abruptamente (vio cómo son los sueños) y estábamos en una verdulería. El verdulero exponía el poema suyo para la venta al lado de las lechugas y de los tomates, y a muy buen precio. Una señora compraba su poema mientras me explicaba que esa misma noche lo iba a cocinar sancochado a fuego lento junto con unas cebollas de verdeo. No sabe lo rico que quedan, todos juntos, revueltos. Y a los chicos les gusta tanto, se zampan el poema al sancocho con una avidez que da gusto verlos, tan bonitos ellos, mis amores. Y allá se marchaba el niño, o su poema, en la bolsa de la señora, con las lechugas y los tomates sobre la cabeza, riéndose como solo se ríen los niños, como no volvemos a reírnos nunca.

Cambia la escena nuevamente. Ahora estamos sentados frente a frente, usted y yo. Me atrevo a hacerle una confesión, como en una parresia. Lo digo (o tal vez no lo digo sino que lo pienso, lo siento) con una claridad en el sueño que no sé si podré reproducirla ahora que se lo vuelvo a contar, despierto y con palabras, pero lo voy a intentar. Yo nunca escribí un poema. Ninguno, ni uno solo. ¿Y sabe por qué? Porque soy lo que he sido siempre: un cobarde. Y el poema no es para cualquiera, solo es para aquellos que se animan a romperse en mil pedazos. Pero yo tengo miedo de quedar en carne viva, ¿me entiende? Todo eso le dije, sin mirarlo a los ojos. Ahora yo era un niño y lloraba con ese desconsuelo como solo lloran los niños y no tenía vergüenza de llorar. El niño, el poema, solo me miraba, sin decir nada. Me miraba como había mirado al mundo, sin comprenderme.

En mi sueño yo sabía (de la manera como se sabe en los sueños) que el niño, su poema, no sabía hablar. Su poema no hablaba, solo escuchaba.

Sé (como uno recuerda los sueños, de una manera vaga y confusa) que soñé muchas cosas más en mi sueño, pero no las recuerdo ahora. Creo que en algún momento del sueño, no sé por qué, se me ocurrió preguntarle por qué, para qué había escrito usted aquel poema. Su contestación no la entendí, y tampoco la entiendo ahora. No aguantaba más, me contestó.

Es la primera vez que cuento este sueño, o lo que puedo reconstruir de él. Fue (es, sigue siendo) como dije, una sensación rara, extraña.

Pero, y como le dije al inicio de mi relato, lo más terrible y extraño para mí no fue el propio sueño en sí sino el pensamiento que tuve al despertarme. De golpe me asaltó la vocación de decirle que entierre su poema. Pensé: sí, entiérrelo, bien hondo. El poema debe ser como la carta sin enviar, esa que nunca llegará a destino. Guarde su poema más querido, el más verdadero, en el último cajón de un viejo ropero, y olvídelo. O mejor, rómpalo en mil pedazos, o tírelo, apenas escrito. No acune su poema. No lo cobije. No lo salve. Mátelo. Mátelo ahora, antes que lo despedace el mundo.

¿Se da cuenta, ahora, de mi desconcierto? Suerte que fue solo un sueño y que afortunadamente estamos a salvo, usted, yo y el mundo, que sigue girando, como ha girado siempre, como siempre girará.

Y una cosa más: yo no soy ningún cobarde.


Epílogo

Los gringos tienen una expresión feroz, “I’m afraid you will have to live with it…”, algo así como: me temo que tendrás que vivir con eso.

Nicanor Parra, poeta chileno, Santiago de Chile, 12 de Octubre de 1991.

(De una entrevista publicada en el libro América Latina, del periodista y escritor chileno Sergio Marras, Zeta Editorial, Buenos Aires, agosto de 1992, página 384)

¿Tiene alguna importancia saber de dónde vienen las historias, los sueños, las palabras? No lo sé, pero estoy casi seguro que unos días antes de haber tenido ese sueño tuve ocasionalmente entre mis manos el libro del periodista chileno. Le estaba dando una lectura muy superficial hasta que me encuentro con la expresión citada de Nicanor Parra: me temo que tendrás que vivir con eso, (en inglés suena más feroz, más seca)

Sentí que libro y el mismo Nicanor Parra me estaban hablando a mí, especialmente a mí (qué locura). Y sin embargo todo es puro azar.

Es cierto lo que dicen, que el mundo es un lugar extraño.

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