Historias del Guardían: Dagas en la Oscuridad.

Historias del Guardían: Dagas en la Oscuridad.

Vikthor Melkhor

14/11/2019

Capítulo I

GURB

—¡Venga Ávery, quédate un rato más! —insistió Marty algo embriagado.

—No puedo, tengo que irme ya —dijo el hombre mientras apuraba la jarra de cerveza.

—Venga que es sábado, una más, seguro que Lisa no te dirá nada.

—De verdad que no Marty, el sábado que viene hay mercado de Lienna y quiero ir a Highwood, Ron cumple diez años y me gustaría comprarle algo bueno. Ya he gastado suficiente por esta noche.

—Bueno como quieras, aunque puedo invitarte a una última jarra.

—No, gracias, además nos vemos mañana ¿no?

—Sí, ¡es verdad! —se rio Marty llevándose la mano a la cabeza—, ya no me acordaba.

Los dos amigos se dieron un abrazo y se despidieron hasta el día siguiente.

Ávery salió del Abeto Blanco, mientras Marty se quedaba charlando con otros conocidos del pueblo que también empezaban a estar un tanto borrachos. El Abeto Blanco era la taberna de Gurb, una pequeña aldea a poco más de medio centenar de kilómetros al noreste de Highwood, la ciudad más grande de la zona y de la cual dependía.

El hombre se montó en su mula y dejó que ésta iniciara el camino de retorno a casa. El tiempo del recorrido hasta la pequeña granja no llegaba a una hora a lomos del animal. En invierno el trayecto se hacía muy largo debido al frío, pero ahora, a principios de abril, la temperatura era ya mucho más agradable. Fue durante el transcurso de la vigésima hora cuando Ávery llegó a casa. Todo estaba en silencio, exceptuando algún esporádico gruñido de alguno de los cerdos.

La construcción era sencilla. La entrada daba a un espacio abierto que servía de comedor y sala de estar. Una mesa y cuatro sillas ocupaban la parte central, mientras que, en una esquina, entrando a la derecha, había un horno de leña, la encimera, y todos los utensilios para la cocina. Al lado una puerta daba a la pequeña despensa. En el extremo opuesto se encontraba la chimenea, rodeada por un balancín, una mesita y un cómodo sillón junto a una ventana. En la pared opuesta a la entrada había tres puertas. La de al lado de la cocina daba a la habitación de matrimonio y la del medio a otra más pequeña donde dormía Ron. La tercera estaba precedida por un par de escalones, y tras la puerta se hallaba la letrina. Ésta estaba elevada, ya que por detrás daba al corral y así se podía limpiar más fácilmente.

Los muros de la construcción eran de piedra, pues por seguridad, las pequeñas haciendas alejadas de los pueblos se reforzaban para dificultar las incursiones de bandidos y criaturas salvajes. Por eso tampoco abundaban las ventanas grandes y los portones que las cubrían eran de madera reforzada.

Ávery entró en silencio. La luna creciente había sido buena compañera durante el viaje, pero para alumbrar el interior de la casa utilizó una pequeña lámpara de aceite. Se desnudó en la sala para no hacer ruido, cortó un trozo de longaniza, se bebió un vaso de agua y a tientas entró en la habitación para meterse en la cama junto a Lisa. Ésta se revolvió un poco pero no llegó a despertarse.

El granjero se despertó mediada la tercera hora, aunque Lisa y Ron ya correteaban por la casa desde la primera, poco después del amanecer. Los sábados y domingos eran días diferentes en la granja, o bien porque iban a Gurb tanto a vender como a comprar, o porque quedaban con sus vecinos más próximos y mejores amigos, Marty y su familia. Así que se limitaban a dar de comer a los animales y a repasar el huerto, pero nada de ir a los campos, a no ser que fuese en plena temporada de siembra o colecta.

Ávery desayunó un par de huevos revueltos, pan tostado untado con ajo y aceite y unos rábanos. Todo ello regado con una jarra de cerveza. Menos la cerveza todo era de producción propia.

La granja era pequeña, no tenían mucha extensión de campos para grandes cultivos ya que éstos daban mucho trabajo y no tenían suficientes recursos como para pagar a jornaleros. Así que decidieron dedicarse más a cultivar productos de huerto y a criar animales. Los animales eran caros de comprar y de mantener, pero a la larga daban más dinero, eran una inversión a largo plazo. Ávery tenía pensando ir comprando más animales poco a poco hasta tener la cantidad que tenía Marty, que, aparte de gallinas y cinco cerdos, poseía ya tres vacas, y lo más importante, un caballo. Él, por el momento, sin contar la mula, sólo tenía una vaca, diez gallinas y tres cerdos. Pero Ávery era algo más joven que Marty y Ron aún era demasiado pequeño como para ayudar en el campo. En cambio su amigo tenía a Hoss y Elsa que hacía años que arrimaban el hombro en tareas más duras que las que actualmente podía hacer Ron.

—¡Papa! —exclamó el niño entrando a tropel en la casa—, ¡ya he acabado de dar de comer a los animales! ¿Podemos irnos ya?

—No seas impaciente, acompáñame que hemos de ir a ayudar a tu madre al huerto, cuando acabemos saldremos más rápido que el vuelo de un halcón —y levantándose acarició a su hijo haciéndole unas cosquillas y fueron hacia el huerto.

La zona de regadío estaba tras la casa, en una hondonada en donde había un gran depósito de piedra que almacenaba el agua de la lluvia. Normalmente solía tener agua suficiente, aunque, a veces, en la época más seca del verano tenían que cargarla desde el pozo de al lado de la casa o del pequeño río que discurría algo más abajo del huerto.

—¡Lisa! —gritó Ávery en cuando divisó a su mujer—, ¿qué falta por hacer?

—Regad los tomates, cebollas, remolachas y lechugas que yo recogeré unas cuantas habas para llevar a casa de Marty y Katja.

No tardaron en acabar, tras lo cual descendieron a lavarse al rio. Lo hicieron rápido y con precaución ya que bajaba frío y caudaloso debido a los deshielos. Subieron tapados con una manta hasta la casa donde se vistieron de forma adecuada para visitar a los amigos. No fueron con la ropa de trabajo, pero tampoco con las ropas buenas con las que iban al pueblo, sino que utilizaban las que habían sido buenas pero ya estaban algo ajadas. Ávery también se enfundó una espada mellada, Siempre acostumbraba a tenerla cerca, pues fuera de los pueblos nunca se sabía que podía pasar, incluso Lisa cogió una vieja ballesta que había aprendido a disparar hacía ya unos años. Ávery cerró con llave la casa y los cobertizos, nunca se arriesgaban a dejar a los animales en campo abierto cuando abandonaban la casa.

—¡Ya verá Cris la paliza qué le voy a dar! —exclamó Ron mientras blandía su espada de madera dando estocadas al aire.

—Cariño, no te emociones demasiado, que luego siempre eres tú el que acaba con moratones —le dijo su madre dulcemente.

—Claro, porque él es mayor y practica con Hoss que le enseña trucos, pero yo también he practicado mucho estos días.

—Vamos Ron, deja de hacer el ganso y sube a la carreta —. Dijo Ávery una vez hubo terminado de enganchar el carro a la mula.

Ron era un niño delgado y bajito, con el pelo castaño oscuro algo más corto que la mayoría de los otros críos, lo que hacía que resaltaran unos ojos grandes y oscuros que reflejaban todo lo que tenían delante. Su madre era guapa, de rostro afilado, delgada y de larga melena cobriza. Él en cambio había sacado unas facciones más cuadradas, lo que le hacía parecer un tanto cabezón. Lisa siempre le decía que cuando tuviera la complexión de un hombre sería igual de apuesto que su padre, pero él no acababa de creérselo.

Ron iba detrás, en la parte de carga de la carreta. No paraba de juguetear con un cuchillo de cocina. Se lo pasaba entre los dedos de ambas manos y lo lanzaba con la habilidad suficiente para que se clavara entre las maderas de la carreta.

—¡Ya está bien! —gritó Lisa mientras se giraba— ¿es que no puedes dejar los cuchillos de cocina en paz?, ¡los dejas todos inservibles!, anda vente aquí con nosotros que aún te harás daño —. Ron puso mala cara y refunfuñó un poco pero hizo caso a su madre y pasó a sentarse en el pescante.

El trayecto duró una media hora. Nada más vislumbraron la granja de Marty, Triky, el perro de la familia, se acercó ladrando y removiendo la cola seguido por Cris, que blandía una espada de madera en el aire a forma de saludo mientras gritaba— ¡Ron, Ron, desenfunda! —No había mucho que desenvainar ya que no tenían vaina alguna, pero Ron bajó del pescante y con la espada en alto corrió al encuentro de su amigo— ¡Maldito bandido, no conseguirás ni una moneda de estos viajeros! —Mientras tanto sus padres prosiguieron el resto del camino hasta la casa.

La granja de Marty era más grande que la de Ávery y Lisa. El edificio principal era muy parecido, sólo que un poco más amplio y con una planta superior en la que había tres habitaciones. Los cobertizos también eran mayores.

Ron y Cris se pasaron toda la mañana batiéndose con las espadas de madera. De vez en cuando Hoss se les acercaba y les daba unos cuantos consejos. Mientras tanto los padres y Elsa preparaban la comida y hablaban de sus cosas, sobre todo de la ya próxima boda de Elsa. Ésta se iba a casar con el hijo mayor del carpintero de Gurb. Era un buen mozo y tenía una agradable familia, de hecho Ávery los conocía bien, pues durante un tiempo trabajó como aprendiz en el taller. Eso fue antes de decidir casarse con Lisa y embarcarse en la aventura de la granja.

Cocinaron al aire libre, colocando la parrilla sobre un fuego hecho en tierra. Ahí cocieron las habas con sus vainas, que acompañaron con una salsa hecha a base de picada de almendras, tomate, ajo, sal y aceite. Como plato principal, Marty había comprado tierna carne de cordero que todos devoraron con avidez. A Ron le encantaba, porqué normalmente la carne que probaba era la de los conejos, liebres, jabalíes o ciervos que cazaban. Pero nada sabía cómo el cordero, y menos si lo untaba con “all i oli”, una salsa hecha a base de aceite, perejil y ajo. Para regar la comida Marty también fue generoso. Abrió un vino negro de Poledouris, uno de los reinos del sur donde se hacían muy buenos vinos. Evidentemente también hubo cerveza de la región, hidromiel del Macizo y lo mejor, el licor de zarra de Kans que acompañó a los pastelillos que tomaron de postre. Hicieron una larga sobremesa jugando a cartas y a los dados y pasada la décima hora Ávery decidió que ya era hora de despedirse. Antes de marchar Ávery y Marty quedaron para unirse a la caravana comercial de Gurb a última hora del viernes para asistir al mercado de Lienna de Highwood. Una vez cerrado el encuentro, Ron y sus padres subieron a la carreta y pusieron rumbo a su casa.

—¿Te lo has pasado bien? —preguntó Lisa a su hijo.

—¡Genial!, le he ganado un combate a Cris —empezó a contar emocionado el niño—, y ha habido otro que también se lo he ganado, le he dado en la mano pero justo luego él me ha pegado en la barriga, ¡pero yo le había dado antes en la mano!, así que no podía pegarme porqué se la había cortado, pero él ha dicho que no, que le había pegado en la guarda de la espada, ¡pero no es verdad!, le había dado en la mano, ¡de verdad que sí!, pero bueno, seguro que no me ganaría ni un combate si pudiera lanzarle el cuchillo, antes de llegar a mí ya estaría muerto.

—Ron, no digas estas cosas, tú no has de lanzar cuchillos ni matar a nadie —le reprendió Lisa.

—Vamos mujer, deja que se explaye un poco —intervino Ávery.

—No, no me gusta tanta espada, tendría que pensar más en el huerto y los animales y no tanto en peleas.

—Déjalo, ya tendrá tiempo para nabos y vacas, además va bien que aprenda a manejar armas, nunca sabes lo que puedes encontrarte.

—Si mamá ya habrá tiempo para nabos y vacas —repitió Ron riendo— mira papá, Hoss me ha enseñado un movimiento nuevo—. Ron se puso en pie en la parte trasera de la carreta para enseñar la nueva táctica a su padre.

—¡Pero qué haces! —exclamó la madre girándose, mientras estiraba a su hijo del pantalón y le obligaba a sentarse otra vez—. ¿Quieres sentarte de una vez?, aún te caerás del carro y te abrirás la cabeza, ese sí que sería un buen movimiento.

—Joooo mamá —protestó Ron—, no me dejas hacer nada. Bueno papá, en casa te lo enseño, es así —el niño puso la espada plana en el aire— yo paro el ataque de mi enemigo así, y luego hago un giro y me pongo detrás suyo y entonces, ¡zass! —Ron bajó la espada con fuerza en el aire y dio a su madre en el brazo.

—¡Ayyy! —gritó Lisa del dolor— ¡mira que eres burro!, anda y dame eso, ¡se acabó la espada por hoy! —y le arrancó a Ron la espada de madera de las manos mientras le daba una colleja—, atontado, que eres un atontado.

—Jooo mamá, lo siento —sollozó— nooo, no me la quites —protestó intentando recuperar su arma—, dámela. Vaaa, no lo volveré a hacer.

—¡Qué no!, se ha acabado la tontería por hoy —a Ávery se le escapo una risita e inmediatamente recibió una colleja él también —. Y tú no te rías, que eres peor que él, sólo hace falta que te lo tomes a broma. Si es que menuda desgracia me ha caído encima, ¡vaya par de bobos que me han tocado¡

El resto del trayecto fue más silencioso que de costumbre. Lisa estaba de morros masajeándose el brazo dolorido. Ron, también de morros, se había hecho un ovillo en la parte trasera de la carreta e iba refunfuñando entre dientes, mientras que Ávery conducía tranquilamente la carreta y una sonrisilla iba aflorando en su rostro de vez en cuando.

Pasaron dos días tranquilos trabajando en la granja, hasta que el miércoles, después de comer, Ávery propuso a Ron ir a cazar.

Ésta era una de las tareas que más le gustaban al muchacho, y además se le daba muy bien, ya que, aparte de buen rastreador, era sigiloso y ágil como un gato.

Por los prados y colinas abundaban los animales, zorros, ciervos, jabalíes y corzos, pero lo que más predominaba en las proximidades eran los conejos y las liebres. A éstos los podían encontrar en los márgenes de los campos y no necesitaban alejarse mucho de la granja. Ron era muy bueno encontrando las madrigueras, una vez hallaba una, hacía salir a las presas rápidamente. Mientras tanto su padre estaba al acecho con la ballesta preparada. Normalmente esta estrategia les funcionaba una de cada tres o cuatro veces, por lo que lo ideal era encontrar al animal husmeando distraído por el campo. Entonces se acercaban sigilosamente hasta tener una buena posición de tiro, y ¡zas!, ballestazo. De esta manera conseguían, cobrar una pieza con menos intentos, pero esto era más habitual con las presas grandes como los corzos. Con los conejos o las liebres era más complicado, ya que la ballesta que tenían era vieja y pesada, y aunque Ávery no era mal tirador, tampoco era el mejor de Gurb. En cambio Ron, parecía que tenía una habilidad especial con los cuchillos, por eso desde hacía un año, muchas veces era él quien se encargaba de las pequeñas capturas. Conseguía acercarse mucho a ellas sin ser advertido, y entonces les lanzaba el cuchillo de su padre. Casi siempre acertaba en el blanco, aunque en ocasiones impactaba con el mango en lugar de con el filo de la hoja, en ese caso, si el animal se quedaba un tanto aturdido, Ávery lo remataba, sino, lo más probable es que perdieran la presa. A veces dejaban trampas, pero las que tenían eran caseras y no muy fiables. El tema de cazar aves era mucho más complicado, tan sólo, y muy de vez en cuando, conseguían cobrarse un ganso o un pato. Sin saber usar bien un arco eran presas casi imposibles.

También solían pescar en el río, normalmente truchas o carpas, pero aparte de que a Ron no le gustaba mucho el pescado, pescar se le hacía aburrido, sólo disfrutaba cuando el río andaba bajo y podían pescar con una caña con la punta abierta a modo de lanza, o incluso con las manos si conseguían arrinconar al animal en un vado pequeño y muy poco profundo.

Aquel miércoles salieron después de comer y regresaron un poco antes del anochecer. El botín fue relativamente generoso, tres conejos y una liebre, lo que les proporcionaría carne para unos días, más si la conservaban en salazón. También les darían algo en Highwood por las pequeñas pieles.

El viernes Ron se fue a dormir con las ansias de que llegara el Domingo por la noche. Pues su padre el sábado marchaba al mercado de Lienna de Highwood, y cada vez que iba le traía alguna chuchería, como regaliz aromatizada, caramelos de palo de varios sabores e incluso “pastelillos de mar” de las costas de la luz. Pero esta vez había más. Si no estaba equivocado, el sábado de la semana siguiente era su cumpleaños, y por lo tanto su padre le traería algo especial. Esperaba que no fuese ropa. Alguna vez le había traído zapatos y se había desilusionado, aunque el año anterior le regaló una capa con capucha de loden que no dejaba pasar el agua y le iba ideal para cazar, aunque se lo compró algo más grande para que le durara más. De todas maneras esta vez esperaba algo bueno, pues antes de dejarle en la cama, Ávery le había dicho que este año le iba a traer el mejor regalo que le había hecho nunca. Mientras Ron cavilaba, sus padres charlaban en voz baja sobre lo mismo.

—¿Qué piensas comprarle este año a Ron? —preguntó Lisa.

—He pensado en un cuchillo o una buena daga —el hombre cambió la vela de la sala que estaba a punto de extinguirse.

—¿Tú crees? ¿un arma? ¿tan pronto?, y más después de lo qué pasó el otro día.

—Va a cumplir diez años, ya no es tan pequeño, y tiene un una asombrosa habilidad con los cuchillos, ya le has visto, su puntería es extraordinaria, ¿y qué me dices de cómo se lo pasa entre los dedos? En la taberna intimidaría a cualquiera.

—Ya, si hasta a mí me pone nerviosa cuando hace eso, ¡menuda manía!, no sé…

—Vamos mujer, además así dejará de coger los cuchillos de la cocina.

—Bueno, visto así…, además supongo que le hará mucha ilusión.

—¡Ya te lo decía yo que es una buena idea!, seguro que le encantará, y tú, la mujer más preciosa de todo Krom —Ávery se acercó juguetón a Lisa y la achuchó agarrándola por la cintura y apretando una de sus nalgas—, ¿qué quieres que te traiga de Highwood? —le susurró sonriente rozándole la oreja.

—Ja,ja,ja vamos Ávery, suelta —dijo Lisa haciendo un tímido intento de apartar las manos de su marido— yo no necesito nada, gástalo todo para Ron y las especias. Pero esta noche sí que necesito algo—, y agarrándolo de la entrepierna se lo llevó para la cama.

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