Chile

1

Chile es el manifiesto perfecto con que el cielo

del sur helado hasta el de la desértica Atacama,

se hace humana esperanza en la rugosa tierra.

Dice Neruda de “una tierra recién secada, recién

fresca de flores, de polen de argamasa”.

Chile es celebración donde brota el vegetal

del hielo azul aquí y allá, y una delicada

luna rota brilla el orgullo del salitre

y la entraña cobriza donde la roca madre.

Es en toda su extensión cordillerana

pueblo de lado a lado, de orilla a orilla,

de hombre a hombre, de mujer a mujer,

del rigor de la piedra a la sustancia verde

y misteriosa del océano Pacífico

donde toca el abismo helado de las aguas.

Es el toqui perpetuo del misterio guerrero

donde Lautaro y Caupolicán siempre regresan

en la forma combativa de la filuda flecha.

En la cúspide de la montaña, Chile es todo,

allí se agrupa la nieve con el cielo

y surge día a día el cóndor en busca del futuro

hasta el momento preciso de la insurgente soberanía.

Donde Lautaro fue dominio camina el pueblo en dirección al viento.

En cada combatiente vuelve Bernardo, subversivo,

la bandera en sus manos, palpitante, y amanece un Maipú a brazo partido

donde acabar para siempre el dominio de los usurpadores.

2

En cambio Piñera es Villagra, nuevamente el martirio.

Vuelve a la guerra del Arauco. Como entonces,

el estandarte ensangrentado de los conquistadores,

la matanza cruel, la patria sepultada.

Mataquito de los carabineros de Piñera,

así el infame retorna la pasada carnicería

en el afilado relámpago de las bayonetas,

en la centella del artero disparo,

en el acerbo golpe de la vara de luto.

En una misma ruca como la que albergó a Lautaro

la juventud renueva los combates,

y algunos inocentes son asesinados

en la puerta misma de la lucha.

A los ojos del mundo, el pueblo, como Lautaro, es apaleado.

Vejado como Lautaro fue vejado cuando su derrota,

Piñera y sus carabineros vejan a los sublevados.

Hambrean. Torturan. Secuestran. Matan.

Celebran su pinochetista carnicería

y ofrecen los suplicios a manos llenas.

Como en la primera Mataquito luego de Peteroa,

ofrendan sus trofeos al dios de los imperios

que celebra la muerte en las doradas capitales

del odio de los monopolios.

Sólo es el comienzo como lo fue aquella historia,

nada volverá a ser como antes. Ni el agua, ni el fuego,

ni la tierra, ni el aire, y mucho menos el pueblo.

3

Con el toque de queda llega renovada la degolladura.

Un aullido del fuego busca al hombre donde no se lo espera.

Llora. Llora. La tierra esconde todas las sepulturas

y los jóvenes cadáveres huelen rabiosos

al naufragio del ácido entre los tejidos podridos.

Grita. Grita. Chile demuestra toda su estatura andina.

La piedra golpea a la tormenta donde la luz genuina

y surge de entre las tinieblas un ramo de puñales

con que defender la aurora. El combate persiste

pese a todo. ¿Qué hará Piñera, el carnicero?

Sacará todas las sombras a la calle. ¿Y luego?

Hará rencor los panes, vinagre el agua,

la carne barro. Diseminará el hambre en todas direcciones

y las garras deshacerán las rudas entrañas palpitantes.

Lucha. Lucha. Llega la primavera, en cascadas entrega su linaje

a los nuevos combatientes. Germina el guerrillero que, como entonces,

cruzará el gran Biobio; Piñera sanguinario tendrá su Andalien

renovando el espanto contra el perverso huinca.

Otros dos mil conas cruzarán a nado las aguas turbulentas

y se arrojarán tempestuosos sobre los nuevos verdugos.

La Libertad en la unánime lágrima romperá las cadenas.

4

Todos los muertos.

Todos tus muertos.

Los tuyos, los míos, los nuestros.

En las alamedas de la patria.

Los que mata Piñera.

porque es parte del negocio.

Vuelven entre asesinos y ladrones

los mismos intrusos de espada,

yelmo y cruces que asolaron entonces

en nombre de otros reyes sanguinarios.

Los tuyos, Piñera, iracundos

piden a gritos la nueva carnicería,

y tú, tú ¡justo tú!, quién otro,

ofrece el crimen de los inocentes

en todas direcciones. ¡Mata! ¡Mata!

Es la consigna de los nuevos dioses

la vista el norte y la rodilla al suelo.

Largos colmillos entre el barro y la sangre,

los verdugos avanzan sonrientes

y lucen los cascos enlutados

y sus escudos llenos de sangre,

de martirios tan nuevos como antiguos

cuando cortaban a los hombres

en pedazos como cortaron la tierra

para repartirla. Tuya es la sangre, Piñera,

tuyo es el crimen de la muchacha,

tuyo es el crimen del niño y de la madre,

tuyo es el crimen del que sólo ha contado

los pasos del soldado antes de percibir su muerte

en el borde del arma o del garrote vil

con que ajustician a los prisioneros.

Piñera reparte las cicatrices, nada mezquina.

Son las mismas manos con la que firma

los sabidos decretos de la crueldad,

de los tormentos que devoran la carne

juvenil de los hastiados. Reparte Piñera

hambre y cicatrices, degüellos en la noche

cuando surgen los violadores de las sombras.

Fracasa Piñera. Los prisioneros viven el destierro

de la libertad con heroísmo. Fracasa Piñera

en el amasijo de sus mazmorras,

y aunque repita los verbos de todos los cautiverios,

aunque decrete empalar las arterias de los desposeídos,

y arranque el ojo a la mujer exánime en la calle,

Fracasa. Sangre en las manos de Piñera,

el que porta el estandarte de Valdivia.

Chile no se rinde. Como entonces.

Vive en la gloria de Lautaro

y vencerá al tirano.

América es Chile y sus muertos,

todos sus muertos, nuestros muertos

conduciendo a la muchedumbre

en la renovada batalla del Arauco.

5

Llegan los jóvenes. El viento

lleva la geometría del perfume nuevo

donde germina el Chile del futuro.

Llueve pura el agua del infinito

recinto de los cielos andinos. Llueve

sobre la superficie empetalada

de la tierra chilena. La juventud

entierra los azotes a pesar de tanto carabinero

persiguiéndolos como sepultureros.

Los jóvenes traen voces, algarabías

entre las calles y entre las arboledas

Sus blancas camisas abiertas

y el pecho tembloroso del aire fresco

renueva la voluntad de lucha. Ya no hay fatiga.

Se suda un lenguaje renovado

boca a boca, lengua a lengua; los labios

se desentienden de verdugos y cantan

los himnos de la patria como hacía tanto

no se oía en todas las latitudes.

Llegan los jóvenes que llenan las plazas

de banderas y pueblan de tormentas

de canciones las auroras.

6

Los carabineros disparan a los ojos

Manifestantes Chile

Tus ojos

párpados

la forma

de la luz

la forma

humedecida

lágrimas

rojas

en silencio

gotas

de vida

tus ojos

cuentan

la verdadera

historia

y miran

los resplandores

de la lucha

todavía

miran

la magnitud

del futuro

tus ojos

respiran

el aire

los colores

humeantes

la estatura

del tiempo

lo que vendrá

lo saben

porque

ya lo han visto

antes

mucho

antes

del crepúsculo

y el alba

antes

antes

han visto

la victoria

7

Mujer, no quieren que veas. Te cegaran

entonces. Los carabineros de Piñera

disparan a tus ojos. No quieren que veas

que Chile no les pertenece, como ellos dicen.

A ti, y a tantos otros, les pertenecen los ríos

y la cordillera y la forma del cielo o la palabra

del viento en la delgada geografía suramericana.

Las maneras del fuego también te pertenecen,

y los silencios en las noches de nieve,

de arena, piedra o mar con sus misterios.

La guerra del Arauco sigue, gente de la tierra,

substancia de la memoria que no cesa,

viene de entonces, de Quilacura,

la primera batalla a orillas del Biobio y sigue.

Pero ellos no quieren que veas

que Tucapel está al alcance de tus manos,

cuando la patria en batalla campal

se alzó victoriosa guiada por Lautaro.

Por eso los carabineros de Piñera,

hijos de Valdivia, disparan a tus ojos y te ciegan.

Y como aquellas mujeres de la patria primera,

tus ojos derraman alfojaradas lágrimas de sangre

que en rojas flores de sangre se convierten.

El copihue también te pertenece de ese modo,

coágulo y contulmo, definitivamente vivo.

8

Primera línea

Llegó el embajador con su traguito

de whisky en la barriga. Suda la grasa

americana de sus burgers y habla

fast food (maldice a Whitman)

y reparte chewing gum cuando

ordena a Piñera que salte con más gracia

(pequeña porción de osario americano).

Trump pregunta montado a su serpiente

intercontinental balística:

¿Qué es eso de la primera línea?”

En voz alta Trump, minut man

de bombas y metrallas y cianuros

pregunta mientras ensaya hambres

y desgracias en cada continente.

¡Viejo Trump! Golpeándose el pecho

aúlla por “su patio trasero”

siempre buscando un guerra,

un golpe de Estado, una matanza

que resucite el sueño americano

cuando devoraban carne humana

desde el Jardín Dorado de Tijuana

hasta la helada costa de la Patagonia.

Lo pide con furia, tuitea sangre a sangre

sus maldiciones imperiales

y decreta “ejecuten a Meryl Streep,

de paso a De Niro (odioso irlandés

mafioso de ojos claros) y acaben

con la revuelta de piedras y coraje

de los jóvenes suramericanos”.

La primera línea es la primera patria

combatiente. Las voces juveniles

tañen como renovadas campanadas

que propagan la revuelta más allá

de la substancia azul del océano

y la inmutable y nevada cordillera.

Son como las banderas

nuevas que nacieron cuando

la independencia. Piedras al viento

se enarbolan con ellas ante verdugos

y sicarios de Piñera que ríe humillado

gastando sus promesa inservibles.

¡Debe conocerse tanta proeza joven!,

desbocar sus enseñanzas por América

toda piedra a piedra, escudo a escudo,

en la primera línea donde el iracundo

carabinero ruge en el perdigón de acero

su amenaza y va cegando a su paso

sin conseguir victoria cierta.

La primera línea es indomable,

es patria altiva, amor bravío,

tempestuosa forma de lo nuevo,

rescate del toqui, venganza de Lautaro,

clamores de las sangres proletarias

tantas veces vertidas en la historia.

La primera línea revuelca la soberbia

de los pálidos carniceros del pinochetismo

que Piñera manda la risa sangrienta

decreto a decreto para la masacre.

Son soldados de la muerte, de armadura

en armadura, el brillo verde de sus cascos

y el crimen de la sangre como espuma roja

en las manos de rabia, desfilan por las alamedas

de la destrucción como serpientes negras.

Los jóvenes los enfrentan

envueltos en sus banderas, el rostro

en el secreto del día y de la noche,

apenas ojos entre los gases que pueblan

el aire en medio de pequeñas hogueras.

La multitud escribe las nuevas leyes

en el idioma del pueblo, letra a letra

rescata de los dolores y las penurias

la antigua sangre de la que germinó

la sabiduría, el valor, la verdadera historia,

la patria primigenia que sembró Lautaro

y Bernardo germinó entre pólvoras

y fatigas. Así los bosques retoman

el desorden de la vida buena,

los ríos sus limosos contornos

de la fecundidad de la tierra angosta,

el cielo su elevación de lámpara dorada,

las mujeres su fertilidad desnuda,

el hombre sus solemnes espaldas.

En la primera línea se unieron los mejores

pabellones de los aventurados hijos.

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