No se secan estas lágrimas
que pican en los ojos
y escuecen en el corazón:
se han ido los que no están.
Sólo queda el alivio;
como un pequeño hilo,
retrospectivo, casi olvidado,
del obturador, al
que me parece oír
con su clic lejano, como
un bálsamo necesario
en su vago intento a
la inmortalidad.
Imágenes plagadas
y henchidas de miradas
nostálgicas; se «decoloran»
en sepias escurridizos,
islotes difuminados
quedos sobre
sus marcos rectangulares.
En el alféizar,
sobre la chimenea;
las fotos del ayer.
En las del hoy;
el tic tac monótono,
«martilleante», implacable;
del viejo reloj que
comprime el aire
de su recuerdo.
Suspiros sin tregua
en la noche de aguinaldos,
de sonrisas forzadas
ante las voces pedigüeñas
de los niños.
Al son de otra
Nochebuena que,
como en un clic
también se irá:
tic, tac, tic, tac…
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