Hay un niño en la resbaladilla roja de Satanás, ese niño está jugando.

Hay una niña en el columpio impecable del Dios que vencerá a Lucifer, esa niña está jugando.

Y Bbabbayaga los está cuidando.

Los niños son mimados por la misma nana: Bbabbayaga, la llaman. Maman de sus pechos mientras Bbabbayaga anhela, no tan en secreto, comerse a uno de los críos. Pero, ¿a quién? ¿Al niño seducido por el diablo o a la niña sobreprotegida de Dios? Mientras revuelve la olla, piensa en qué pasaría si se come a la niña… Dios sin duda la castigaría de forma horrible. ¿El mal entonces reinaría otros mil años? –No–. Dios reemplazará a esa niña con una de las millones que tiene jugando a la vida en la caja de arena. Ella sería fácil de reponer. –Sí, debería comérsela–. Aunque, Dios lo ve todo: Pasado y futuro en un eterno presente continuo, incluso este momento. –Qué espeluznante–. No, de esa manera la nana no tiene oportunidad, será mejor que se coma al niño. Sí, entonces Bbabbayaga va con el diablo y le dice:

–¿Jugado con fuego de nuevo? Ha sido demasiado tiempo el que llevas ardiendo, ya sin sentir el calor de las brazas, el calor de una nana –paseó los huesudos dedos, pero tibios, por el rostro de aquel ser al que llama el «hermosísimo».

–¿Te parece que soy hermoso, aun? –preguntó a Bbabbayaga, escuchando sus pensamientos.

–Mi niño, tu hermano será el «altísimo», pero tú aun con la piel al revés serías la gema más hermosa y brillante del cielo, una sola de tus pezuñas es más preciosa que todas las plumas de tus hermanos –respondió, pues Bbabbayaga cuidó también de él y su hermano, allá en aquel principio y cuna del todo–. Pero, mi niño, sin importar las veces que lo intentes, vas a perder.

–Lo sé, nana –respondió el diablo, y luego recompuso su tono nostálgico–. Saberlo no me hace menos de lo que soy, ni perder me quita algo de todo lo que poseo. Tú, en cambio, tienes nada.

–¡Grosero desde la cuna! ¡Y putrefacto morirás!

–¿Morir? Qué divertido sería eso. La muerte es la perra de la familia. ¿Por qué no vas mejor a pasearla? Ve a la tierra, escoge un par de niños y cómetelos, me viene igual, mi hermano tiene millones.

Bbabbayaga guardó lo mejor para el final, tamborileó sus dedos en el aire colmado de azufre.

–¿Qué hay del niño que cuidas? Si renuncias a él puedo cuidarlo para siempre, mejor que hice contigo.

–No, morirá como está predicho. Y si se te apetece cambiar lo que fue predestinado, no es conmigo con quien deberías hablar, lo sabes, nana estúpida. Anda y vete ya, Bbabba –le corrió de su antesala.

Bbabbayaga se enfadó. –¡Qué desperdicio!–. Deberá tener que comerse al niño, aunque su pobre niña quedará sola y sin propósito, y no hay destino más cruel, entonces tendrá que comérsela también. –Es sólo lo justo. Bbabbayaga es justa–declara de sí misma, da igual que la castiguen, el tiempo es vieja amiga de la nana, ambas ancianas saben que Dios escogerá otra niña y así el diablo hará también, –¡Ellos son los egoístas! Yo les cuidé y amamanté, y así hago con sus escogidos–. Bbabbayaga ama a los niños, sabe que un niño necesita a su madre, aunque cruel, que sepa bien lo que es mejor para ellos, a diferencia de un padre soberbio al que le da igual la vida o la muerte y al otro que no ama a otro ser más que a sí mismo. –No, no, no–. Ella los devorará con amor mientras les canta una canción de cuna y se quedan dormidos en su pecho de antaño. Sí, será lapidada, pero sus niños ya estarán dentro de ella y nadie podrá separarlos. Bbabbayaga excretará sus huesos y sus almas seguirán dentro de su pecho por la eternidad… La nana suspira. Eso hará el castigo menos pesado. –Sí. Las penas con pan son menos–.

Pasan mil años más y continúa castigada, jugando a los dados, tejiéndose abrigos con sus cabellos canosos y las plumas tersas de los ángeles que pasan volando, revolcándose con algún jinete que pasa por su prisión entre el cielo y el averno, en el olvido y las pesadillas de los niños de la tierra que no la sacian. La vida sigue sin Bbabbayaga, hasta que un día desde el Monte Sion y desde el fondo del abismo, la llaman:

–¡Bbabbayaga, ven a cuidar a los niños!

¿Es que Bbabbayaga se perdió el Apocalipsis otra vez?

–¡Y esta vez no te los comas! –gritan ambos padres, cansados y ataviados de terminar el juego, mientras el universo se reordena. Big Bang primero, Big Crunch para después, y Bbabbayaga con los niños otra vez.

Y así, la liberan. Porque más vale una nana cruel que dos padres soberbios. Bbabbayaga está feliz otra vez. Canta, baila, barre los huesos y tiende las camas, ¡tiene trabajo! ¡tiene propósito! De hecho, tiene hambre otra vez…

–Vengan, niños. Nana Bbabbayaga les cantará una canción de cuna que puede que hayan oído antes –la nana entrecierra los ojos y sonríe.

¡Bon appétit, Bbabbayaga!

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