Chiquita de boca

Hoy es domingo 22 de octubre, y estaba recordando mis Domingos con mayúsculas, los de mi niñez, los anteriores a los siete años, los de mi casilla verde (bien pintadita) con lajas amarillas. Con un sol amarillo y un cielo azul, y los mismos colores en la vieja radio, que mi padre tenía sobre el dintel de la cocina, mientras se afeitaba, pausadamente, escuchando los goles de Boca en la radio; entonces, todo era triunfo, todo era amarillo y azul: Norma, Amalia, Herminia, Abel…

Caín no, Caín tenía el pelo negro y los ojos oscuros, como yo, y jugaba en el fondo del terreno con sus primas más grandes. Las ataba alrededor del tronco y ellas gritaban como si estuvieran prisioneras, sobre todo Sara que ya estaba por casarse y Ercilia que también tenía novio; yo dejaba mi juego de té de porcelana y mi muñeca articulada que me llamaba: «Ma-má, ma-má», y me quedaba mirando bajo la sombra de la higuera sin entender. (¿Los grandes pueden entender? ¿Los grandes también juegan?)

Entonces aparecía Abel, tan alto, tan bueno, tan macho: nunca vi una cara de hombre tan linda. Yo lo adoraba, y él a mí también. Cuando me alzaba a upa, me parecía que estaba volando, volaba en realidad, estiraba mis piernas largas hacia atrás junto con la cabeza y quedaba como un arco, mi pecho sobre su pecho; entonces pasaba una brisa entre la higuera y mi pelo y yo le decía: «Abel, tenés el cielo en los ojos, y en el pelo el sol«, y en ese momento se sentían los mismos colores en la boca de mi padre.

Chiquita

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS