Qué breve la infancia

Qué breve es la infancia

Jujuy, enero 2019

Escucho al locutor del noticiero que habla

de una niña que era hermosa, niña pequeña,

apenas alta, así como otras niñas. Mansa

como el momento calmo de la brisa a la orilla de un arroyo

que lleva un nombre que no recuerdo

porque los nombres de todos los arroyos se me olvidan.

El hombre, espléndida voz, hace pensar en cosas trascendentes

y lee con lentitud el relato que alguien le ha arrimado

tal vez momentos antes de empezar su trabajo.

Breve es la infancia, dice y lo repite como si quisiera

despertar en nosotros un sentimiento oculto,

un odio merecido que otros reconocerán cuando pasen a nuestro lado,

indiferentes, como si todo lo que se dijera no les interesara.

Breve es la infancia y agrega ¡cuánto la tuya, niña! exclama

¡cuánto la tuya! repite amargo y despierta una lágrima

que rueda desde los ojos tristes hasta la boca abierta.

Apenas doce años, ¡doce años! y recuerda

los cálidos abrazos que a esa misma edad su madre, su padre

y sus abuelos le dieron para consolarlo de algún triste suceso.

Niña de sólo doce años que transcurrieron desprevenidos

en un tiempo en que sonaba con emoción la voz materna

entonando la delicada canción de cuna para una niña

que deseaba dormir estrechada en los brazos de la madre.

Quien te violó ha sembrado su podrida semilla dentro tuyo

¡y un coro de gorrinos nos viene hablar de las dos vidas!

Él esconde su rostro de las cámaras que lo filman a mansalva

porque el rating es negocio en todas las latitudes,

y el monstruo ríe y ríe y abarquilla la lengua para reírse mejor

debajo de una sombra que se posó de golpe

sobre su cabeza y le ha dibujado una máscara mortuoria.

El alboroto de los falsarios, los hipócritas con sus negros rosarios patinados

ensordece hasta el aturdimiento a los pocos que se atreven

a observar el paso de ese hombre que no deja de reír

cuando alguien le grita no sé qué de una niña.

¡Somos la vida! responden los guarros desafiantes

¡Somos la vida! y sobre ellas gobernamos como nos viene en ganas.

Un abogado siembra dudas en montañas de expedientes

porque nunca se sabe qué no hizo la niña para excitar al hombre.

“A veces” –dicen los letrados–, “los hombres no pueden contenerse”.

Ese mismo día se mostró el señor gobernador.

El señor gobernador puso cara de amigos, de esos

que conocen las picardías de los otros en las noches calientes

donde sobran ademanes y palabras cuando encuentran a una niña

que vuelve del mercado asiendo apenas una bolsa de tela.

El hombre la toca, sabe el gobernador de esos modales,

¡claro que sabe si conoce de sobra los hábitos hombrunos!

El hombre la lame con su lengua negra,

el hombre le ausculta su rosada entrepierna y no hay nadie,

pero absolutamente nadie, que pueda protegerla. Está sola,

absolutamente sola, apenas la luna sobre su cabeza y en la mano

aferrada con fuerza su bolsa de tela para ir de compras al mercado.

El gobernador ya no quiere oír de abusos,

“¡basta! ¡basta!” exclama “tengo cosas serias de qué ocuparme”.

Lo dijo claramente; todo es exageración de revoltosos

que no saben cómo joder al gobernante

si no es ventilando asuntos que deberían

mantenerse siempre en absoluta reserva.

“¡Discreción!” –pide el gobernador– “¡Discreción!”

En la intimidad de su despacho dice a boca llena

que sólo se trató de un exceso de pasión surgida

en el sopor de esa noche tan parecida a otras noches antiguas,

noches de naturales pernadas, herencia de los conquistadores

que arrasaron a cruz y espada a las naciones primordiales.

Pernada, algo tan habitual como cuando se reza,

o cuando se pregunta sobre el sol en la mañana,

o cuando se come un trozo de pan o se bebe un poco de agua fresca.

Así fueron, así son, y así serán las pernadas en esa tierra

que cruje a la noche cuando el frío desciende de las nubes hasta las piedras.

Y la niña, las niñas, descubrirán su lugar en el mundo

en esas mismas noches en que sus madres las busquen

oyendo sus propios latidos desesperadamente.

El señor gobernador está harto de la voz del locutor

repitiendo “¡qué hermosa era la niña de tan sólo doce años!”

“¡Triste la niña violada y su podrida semilla dentro de ella!”

Y harto sentenció administrativamente “ya basta, es suficiente”

dese a conocer, divúlguese y archívese este asunto

y dio la orden (nunca escrita) para que un funcionario

inicie la subasta de los porvenires de cada una de las niñas

que vuelven casi de noche del mercado con apenas una bolsa de tela en sus manos.

Discurseó el gobernador con esa voz propia de los mandamases:

“al fin y al cabo sólo se trata de una simple mercancía,

un intercambio de beneficios, un eslabón de la libre competencia.

¿No quieren modernidad? He aquí el futuro con su rostro descubierto.

Ella parirá su hija, como corresponde;

a sus doce años será una incubadora, como corresponde,

y luego licitaremos a la beba al mejor oferente, como corresponde”.

Un subsecretario, uno de rango bajo por supuesto,

escribirá, como corresponde, en el magnífico Libro de las Hipocresías:

“Como marca le Ley de los Tormentos,

los hijos producto de las violaciones,

son como cualquier mercancía,

tienen su precio establecido (es su precio más IVA, ¡por supuesto!)

porque para eso fueron oportunamente producidos.”

De ese modo el futuro de esa y de muchas otras niñas

es regido por la sacrosanta y todopoderosa Ley del Mercado,

la que rige la vida desde los tiempos remotos,

oferta y demanda de la carne humana.

Al fin y al cabo, cree el gobernador, sólo se trata de otro embarazo,

otro de tantos, dentro de un vientre nuevo (una joven incubadora a la fuerza),

un cuerpito de breves carnes, de huesos frágiles,

que abastecerá de niños como curiosos muñecos

para gente importante de billetera prominente

como esa que luce en su mano el señor gobernador

cuando sale de compras por el shopping con su pituca esposa.

Curiosos muñecos humanos que servirán para hacer reír

a sus propietarios que les arrojarán en premio algunas migajas,

o que trabajarán a destajo en sus latifundios

para llenar sus arcas con el tesoro de la plusvalía.

La gente importante come carne humana,

(mejor si es del vientre de una niña violada

y más aún si es de su rosada vagina).

El gobernador aplaude en modo matarife

porque alienta el menudeo de la carne infantil

a la mesa de los prominentes pederastas.

Él aclama la indulgencia sexual de la gente importante

que suele lubricarse con notables intereses bancarios.

La falsedad suena, cascabel perverso, en ditirambo.

La hipocresía es titular en la tapa de los importantes matutinos,

“¡Salvemos las dos vidas!” estampan en letras

afrodisíacas

biseladas,

abigarradas,

mentirosas.

En este territorio del poema repetimos lo que dijo el locutor

mientras lloraba sus palabras bien aprendidas,

¡Qué breve es la infancia!, sin duda ¡qué breve!

¡Y más aún la de todas las niñas abusadas!

Su deseo de jugar sin dolor nos recuerda

que son frágiles como las deliciosas hojas que anhelan

desde sus nervaduras las caricias del viento matinal

junto a la taza de leche humeante que sirve una abuela a la mesa de la dicha.

Las niñas juegan en todos lados, cuando las dejan

los gobernantes de siempre que llegan en jaurías

a comprar en sus subastas los rosados ovarios de las niñas violadas.

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