Frente al sol

Le ayudó a bajar las escaleras desde el altillo hasta el portal que daba a la playa. Solo sesenta metros que le llevaban a su arena, a su mar, a su meta.

La mano cálida le infundía el valor que necesitaba para dar esos pasos, acariciaban sus arrugas mientras iba con lentitud, arrastrando la silla playera y su sombra que se hacía larga esa mañana. El sol, ese sol que tantas veces le quemara la piel, que tantos mediodías le sacaron sudores y templaron sus músculos, fuertes, firmes, invencibles, en permamente desafío a la muerte y al tiempo que pasaba inexorablemente. El sol, motivo de tantas de sus obras y desvelos, decía que llevaba en alguna parte de su mente, un recuerdo de adorardores del gran disco de luz.

Tras él, una historia tan compleja como la tela de una araña, se había tejido con esfuerzo, sorteando fracasos eternos y éxitos efímeros, su vuelo en la Tierra fue raudo y de altura, decía vivir en un risco y observar desde allí a toda la humanidad, la que aborrecía y amaba con la misma intensidad.

Esa mañana despèrtó con el deseo de ir hasta la orilla de la playa, sentarse en su silla y mirar de frente al sol que salía a recorrer el día. El viento apenas se animaba con un susurro que ni las gaviotas más avezadas podían usar para levantar vuelo. Solo quería sentarse frente a él, tener a ella a su lado y dejar que el tiempo fluyera, tal vez por primera vez en su vida, sin tropiezos, sin obstáculos, sin piedras, liso, llano, amable a la vista como la playa y el serenísmo mar que se extendía a sus pies.

El paso vacilante le llevó a su lugar preferido, miro al mar su amigo y le hizo una breve reverencia, a modo de aceptación de un destino claramente escrito. Elevó la vista hasta el horizonte y por su mente pasó rápido el capítulo de uno de sus cuentos, era hora de levantar vuelo y poner a él en la mitad del tablero. La línea que definía todo, separando lo terrenal de lo eterno.

Entonces sí, se dio el tiempo que necesitaba, miró al sol de frente. Majestuoso rey de los cielos, le devolvió al desafiante acto con una abrazadora luz que no consiguió cegarle, le miraba a él por dentro, en sus mismas entrañas, miraba su núcleo de fuego y pensó, también a ti te llegará el día que tu luz no sea la misma, ni tan fuerte, ni tan bella, ni tan potente, ni tan abrazadora, tú tendrás ese día y me buscarás para mirarme de frente, y allí estaré yo, para comprenderte.

Se sentó poco a poco hasta que su espalda reposó sobre el tejido plástico; acomodó su camisa y ajustó el sombrero, sus temblorosas manos buscaron las de ella. Sintió como su cabeza se apoyaba en sus rodillas huesudas, sintió esa piel tan joven, tan delicada, ensoñación de tantos años a su lado.

El sol se elevó un grado, el viento cesó por completo, enmudecieron las gaviotas de su parloteo matinal, el cielo parecía estar abierto sin una sola nube y el horizonte se acercó mostrando con nitidez la recta inalcanzable. Posó la mano sobre la cabeza de ella y su respiración fue siendo cada vez menos audible, la mano se deslizó a un costado.

Algo brilló en el cielo, una sombra pareció rondar la pareja, envuelta en un inesperado remolino de viento. Los ojos de él estaban fijos en el sol.

Ella presintió el momento, sus ojos se llenaron de lágrimas y tomó con delicadeza la mano ya inerte.

Él había partido a su cita con el sol.

El día había llegado.

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