El Tetramorfo

El Tetramorfo

D Carles ML

26/03/2017

Soy hombre.

Soy león.

Soy toro.

Soy águila.

Soy un Tetramorfo que vive suelto por la ciudad, invisible nadie se percata de mis garras, de mis cuernos poderosos, de mis alas portentosas, nadie me ve alzar vuelo por la mañana apenas despunta el sol, ni tampoco cuando al llegar la noche mis garras se aferran al dintel de la iglesia y soy la sombra de una gárgola agazapada, mojada por la tenue llovizna, ardiendo por los errores humanos.

Observo.

Mi mirada animal está en constante alerta sobre mi país de vuelo, soy el vigilante sin misión, el capitán sin timón, mi vuelo es libre sin destino, sin ruta estipulada, solo vuelo por el placer de observar.

Busco vidas a las que robar su triste existencia, las persigo, las acoso, me muestro ante ellas rugiendo y con las garras alzadas, quiero que me teman, que entren en terror y así apoderarme de sus males, sus fracasos, sus errores, sus maldiciones; les libero del peso de la culpa y regreso a los cielos con mi carga sagrada en búsqueda de un lugar donde aposentarme y examinar el botín obtenido.

Solo con mis pensamientos dejo que cada uno de mis animales se dé el banquete que merecen, el hombre, el león, el toro y el águila; cada uno sabe que parte le corresponde y respetan sus lugares en la improvisada mesa.

La noche cómplice afortunada, me acompaña con su capa de grises y negros, todo es uniforme bajo ella.

Regreso al vuelo.

Observo.

Una joven con las manos ateridas de frío, un paraguas escaso para su figura, un abrigo que lleva más de cinco años usando, zapatos bajos que no se quita hace siglos, su rostro refleja el hastío, la rutina mortal en que está, el agobiante ir y venir de su hogar al trabajo y nuevamente a refugiarse en la cueva solitaria que comparte con su madre enferma. Los grises le han asaltado ya mucho tiempo atrás y se ha vuelto como ellos, apática, abúlica, sin motivo para creer en algo, atea de la vida y de los cielos. No piensa ya, solo reacciona a los llamados del instinto, es un animal herido en su espíritu, es un animal exiliado en la ciudad.

La espero tras un viejo árbol lustroso y enmohecido por la humedad continua de la urbe maldita.

No me ve. No sabe que estoy allí observándole y al acecho.

Se acerca. Sus pasos son lamentables, llorosos, se arrastran por las baldosas pidiendo que la jornada finalice de una vez y por todas.

Está a solo cuatro palmos de mí. Con sigilo extremo abro mis alas y cubro su cuerpo.

El acto solo dura una fracción de segundo. He violado su espíritu y me llevo el botín para la cena, en el dintel de la iglesia.

Ella siente un escalofrío, ve una sombra que se aleja diluyéndose en la fina llovizna, piensa que su cansancio le hace ver lo que no es. Piensa que su vida no vale la pena. Piensa que el aire de la noche ha cambiado en un santiamén. Piensa. Piensa.

Al siguiente paso que da, una tranquilidad pasmosa le invade y cree que los cielos se abren sobre su cabeza. Levanta la mirada y por primera vez en años sonríe sin motivo, sin esforzarse, sin que haya algo que le de alegría, solo sonríe.

Yergue su espalda encorvada, ajusta su abrigo viejo que ya no parece tanto, afirma sus pasos, y piensa alegremente que pronto estará en su casa con su madre. Piensa que desea estar a su lado para darles esas caricias que suele guardarse cada noche. Piensa que le preparará una cena con los restos que hay en la nevera y que será de su gusto, que se irán a las camas satisfechas y contentas de tenerse una a la otra.

Apura el paso, el camino debe transitarse rápido, ansiosa sin quererlo desea llegar ya.

Abre la puerta y abraza a su madre.

Está todo bien.

El hombre toma un trozo de desaliento, el león desgarra un fracaso, el toro abre con sus cuernos los sueños rotos y el águila rompe un desengaño. La cena es buena esta noche.

Levanto nuevamente el vuelo.

Un hombre sale de un bar de luces tenues, amarillentas, empobrecidas por los vahos de los eternos comensales.

Trastabilla y se pone de pie esperando que la calle y sus árboles dejen de bailotear en una noche más de alcohol y frustración. No quiere regresar a su casa.

Intenta dar nuevos pasos, pero el espectáculo de baile no ha terminado, ni siquiera se ve que haya un final esta noche. Seguirán bailando hasta que el sol les haga retroceder a sus estáticas vidas, alumbrado, calle y árboles.

Extiendo las alas y arqueo las puntas de las plumas para que el vuelo sea controlado, silencioso y eficaz.

Observo al hombre con su mano derecha apoyada en un árbol, equilibrista noctámbulo ahíto de bebidas de mala calidad, beodo de tristes historias, cansado de una senda tortuosa.

Un solo aleteo.

Estoy a sus espaldas.

Soy su sombra.

No se percata de mi presencia.

Mis alas le cubren, pasa solo medio segundo y con un fuerte aleteo me elevo por el aire espeso y aborrecible de una noche cargada de malos presagios.

Ya no estoy a su alcance visual, mi vuelo me lleva al agrietado dintel.

El hombre respira profundo. La mente se ha aclarado como si los cielos se hubiesen abierto de pronto y se mostraran límpidos y puros.

Ya no necesita estar apoyado al árbol, se yergue.

Cierra sus puños y maldice.

Malditos días perdidos por noches insignificantes.

Malditas noches inacabables, eternas, perdurables, húmedas, sin sentido.

Liberado emprende el camino a su hogar.

Sus pasos son firmes, seguros, sabe dónde debe ir, cuál es su destino inmediato.

Piensa.

Piensa en su mujer que deberá levantarse para trabajar como una mula.

Piensa en sus dos hijos que descansan para reanudar su jornada en el colegio.

Piensa en su olvidado trabajo, perdido por su pobre voluntad de vivir.

Piensa. Piensa.

Siente que su cuerpo se ha liberado de una enorme carga.

Piensa que desde hoy volverá ser un hombre con todas sus letras.

Ansioso apura sus pasos para llegar a su casa, su hogar, su verdadero refugio.

Mis garras abren en canal las obsesiones enquistadas y los triunfos no alcanzados, destrozan el pasado; mis cuernos desgarran la piel dura de los malos hábitos y las costumbres anquilosadas; mi pico afilado y corvo despedaza la frustración adquirida tras siglos de generaciones desengañadas; el hombre contempla las vísceras sucias de alcohol barato y las diluye en un aliento de furgo para purificarles.

La cena de esta noche es buena.

Me elevo.

El hombre abre la puerta de su hogar, con paso resuelto va hasta la cama donde descansa su mujer y le besa levemente en los labios. Ella despierta y le dice que no huele mal, que no ha bebido y se alegra.

Va a la habitación de sus hijos y les besa sus frentes acariciando los desordenados cabellos negros.

Piensa que les hará el desayuno en pocas horas y desayunará con ellos. Luego irá a buscar un trabajo.

Su mujer sin entender mucho de lo que ocurre, se ha levantado y le espera en el pasillo entre las habitaciones. Le da un abrazo que huele a bienvenida.

Ha regresado de su pasado dejando las culpas y debilidades en algún lugar de la oscura y maloliente noche.

Un largo abrazo que puedo ver al pasar cerca de la ventana con las cortinas descorridas.

La cena de esta noche ha sido buena.

Regreso a mi refugio en lo alto del edificio antiguo.

Me siento frente al teclado y me dispongo a escribir.

Tengo dos vidas a las que he fagocitado esta noche. Las he canibalizado. Las he destrozado y vueltas a la vida.

Soy el tetramorfo que ha salido a cenar.

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