Sueños del arrabal.

Sueños del arrabal.

Juan Gomez

10/02/2019

En una madrugada de insomnio en Buenos Aires, un hombre sigue la programación de una muy lejana radio universitaria que emite desde la capital de México.

Entre sueños, escucha o cree escuchar y lo sueña:

“… En una roca perdida en los confines del Universo, éste descubrió su existencia…” y vuelve a dormirse.

El domingo transcurre como siempre sin mayores novedades para él. El hecho íntimo, trivial, ínfimo, es completamente olvidado.

Por la tarde continúa leyendo un libro de Física, una materia para él lejana y extraña. En el transcurrir de una lectura que a veces se vuelve ardua y hasta abstrusa, lo detiene un párrafo que dice: “… las leyes de la Naturaleza deben ser tales que permitan la aparición de seres inteligentes capaces de estudiarlas…”

Entonces, de un salto, recuerda la frase que escuchó (o creyó escuchar y en realidad la soñó) en la madrugada.

Quizás por tratarse de alguien entrenado en una eterna rutina de archivista de oficina pública, acostumbrado a clasificar y ordenar papeles, intenta poner en orden los hechos, como si se trataran de sus propios documentos de trabajo.

Algo parecido a la lucidez le hace elaborar un par de simetrías.

Es una persona simple, llegará a conclusiones simples. Resuelve que Buenos Aires es esa roca perdida en los confines del Universo, resuelve también que el hombre y el Universo son una y la misma cosa y comparten el mismo estupor y el mismo desamparo.

Piensa en la Tierra, esa roca perdida, como un arrabal del Universo; en Buenos Aires y su barrio como un arrabal del mundo; imagina a los dos, hombre y Universo, tratando de entender, de entenderse. (Ambos aún son inocentes, no sospechan que acaso no haya nada que entender).

Con algo de secreta satisfacción y mucho de ingenuidad, el hombre cree, como otras tantas veces, haber llegado a conclusiones ciertas y definitivas.

El lunes, como todos los lunes, volverá a su trabajo.

Nota: este texto no es necesario, lo que realmente importa de todo esto es que el hombre pudo comprender, en un instante y sin necesidad de largas explicaciones, qué significa exactamente eso que llaman «hacer radio».

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