Los amores de Ámbar y Guadalupe, cap. 28, «Trelew espera»

XXVIII

Trelew espera

1

Ziploc rezongó lo que pudo.
—Me toca siempre la mala.
—Trelew no es tan feo –lo consoló el viejo que sabía de viajes imprevistos.
—Que andá a poner la geta en la marcha de los negros planeros, que andá a juntar los pibes para tirar cascotes en el Congreso, que andá para acá, que andá para allá. Y ahora esto.
—No es tan grave, Ziploc. Tomalo como turismo. Date una vuelta por Madryn y mirá las ballenas.
—Con la que tenemos acá me alcanza.
—Son más lindas, esas. Te cantan en sánscrito.
—Mirame bien –y el viejo lo observó desde donde estaba sentado– soy un chabón. Mirá el tamaño que tengo. Ni que me disfrace de lobo marino paso desapercibido. ¿Qué puedo hacer en un Encuentro de locas aborteras, lesbianas malcriadas, travestis, pendejas maleducadas y toda esa fauna?
—Enriqueta va con vos. Ella trabaja, vos controlás. Hacé de cuenta que son como Perón y Evita. “Perón cumple y Evita dignifica”.
—¡Dejate de joder! ¡Enriqueta es como la Yiya Murano!
—La Yiya era más aplicada y salió mejor parada de lo que va a salir esta. –Ziploc prefirió no opinar sobre ese comentario del viejo sobre Enriqueta.
—¿Y ahora dónde se metió?
—Está juntando las Modart para el laburo.
—Para tirar piedras, putear, cagar en la calle, mear adentro de un taxi no precisan que yo vaya para allá.
—Schopenhauer, no tenés que tomarte las cosas tan a la tremenda.
—¿No? ¿Tengo que ir con ese mono a Trelew y no debo tomarme las cosas a la tremenda? ¿Por qué no va con el extranjero de la risita estúpida?
—“Foreign” no nos va a acompañar más, se fue, lo relevaron de su experimento, tarea cumplida.
—¿Así que el gringo se rajó?
—No se rajó, lo transfirieron. Se va en viaje con un asesor del gobierno. Después de todo él estaba de paso. “Investigando”. Un experimentador.
—Buena noticia, la mejor hasta ahora.
—Tal vez.
—Vino, hizo todo mal y ahora se fue.
—Lo mandaron de gira al norte.
—¿A Jujuy?
—¡No! a visitar a Scrotus. Los amigos de la CIA quieren precisiones. La DEA también. Asuntos de mercado, viste que acá decís mercado y todos se tiran al piso.
—¿Te das cuenta? Al tipo lo mandan de paseo y a mí a Trelew a padecer todas esas locas degeneradas.
—Anticuerpos, sirve para generar anticuerpos.
—¿Otra vez con lo de la Catedral? Ya está, no da para más.
—El escrache a la Catedral es como Boca-River, es un clásico. ¿Qué sería de nosotros sin Boca-River?
—Vos sos de Racing.
—Como Perón.
—Como “Él”. –Ziploc señaló el cielo.
—Sin un buen clásico es como sin un buen vino.
—Yo no pongo más la cara en la Catedral.
—La última vez no te pintaron la cara.
—Por eso. Estuve tres meses para sacarme la pintura del pito.
—Un poco de color…
—Porque no es el tuyo.
—Lo de la Catedral no la hago más. Aviso ahora antes que empiecen a delirar con eso. Nos putean las minas, nos empujan los curas, no usan los templarios del Río de la Plata.
—No hay Catedral en Trelew.
—Menos mal.
—Una iglesia.
—Que la hagan mierda.
—Molotov pero no a la iglesia. Ya está arreglado.
—¿Muchas minas?
—Calculan cincuenta mil.
—¡Cincuenta mil! ¿De dónde salen?
—De todos lados.
—¿Por qué no les paran los micros? ¿Para qué están los gendarmes?
—Alguno les van a parar, pero todos no se puede. Cincuenta mil minas puteando sería un escándalo mundial.
—¿Y cuál sería el problema?
—Votos. Algunos votos. Imagen negativa. No sé. Esas cosas.
—¡Bah! La democracia es una enfermedad.
—Será, Schopenhauer, pero ni vos ni yo somos doctores.
—¿Viste el quilombo de la mina del río?
—No pasa nada, amigo. No te des manija. No pasa nada.
—Pero estos burros hicieron todo al revés.
—No, hicieron lo que les ordenaron. Ya te lo dije. Dale la bienvenida al loco de la ruta. ¡Viva la orden del día N° 5!
—Otra vez con la orden esa. Espero que algún día me digas qué dice esa orden.
—Hasta el loco de la ruta te puedo decir. Lo otro lo sé por viejo y porque conozco en qué lugar hay información que no circula en cualquier oficina.
—¡El loco de la ruta! ¡Por favor! Eso va a durar lo que un pedo en una canasta. No lo puedo creer.
—Creelo. Creeme. Ellos sabrán. Nosotros no estamos para evaluarlos, estamos para cumplir órdenes.
—Trelew me espera.
—Trelew te espera.
—¿Hará frío, che?
—Ponete pulóver y llevá perramus.
—¡Perramus! ¡Eso sí que es una antigüedad!
—Y galochas. Así no te mojás las patas.

2

El señor presidente lo recibió entre abrazos. A Consiglieri se lo notaba feliz. Llevaba con él varios cuadernos Gloria donde había hecho anotaciones de todo tipo. Estadísticas complejas, deducciones epistemológicas, determinaciones filosóficas. De todo eso iba a hablarle al señor presidente. Pero competir con Netflix no fue tan fácil, fue una ardua labor. Titánica.
Una miniserie entre decreto y decreto se justificaba. Consiglieri explicó que hasta podía ser considerada como una gratificante acción reparadora desde la perspectiva de la soledad existencial del gobernante.
El señor presidente en cada oportunidad que podía hablarle le mencionaba el asunto del estrés. El estrés de no poder eludir algunas responsabilidades. Ni hablar del que le provocaba una contienda deportiva trascendente. El estrés era un estado que hasta podía inhabilitarlo institucionalmente. Netflix era una cura, ¿un placebo? Sí, pero un placebo magnífico que alejaba al hombre de los pesares de la rutina diaria.
Consiglieri comprendía ese estado espiritual e intelectual liviano, ligero como una hoja de otoño al viento. No lo juzgaba del modo, para él, simplón, que lo haría una persona ajena al entorno del gobierno. ¿Cómo valorar desde una perspectiva populista –pensaba Consiglieri –, las inquietudes de un presidente progresista? La intimidad de la familia en los torneos de golf postergada por la infinidad de actos protocolares que consumían la acción de gobierno. El sueño postergado del esquí matrimonial en las más hermosas pistas europeas, en especial las alpinas, que tantas veces disfrutó durante sus largos años de función pública como simple alcalde citadino.
Consiglieri no podía ser severo en el juicio sobre el señor presidente. Su espiritualidad y la versatilidad de la inteligencia de su asesorado, debían ser consideradas a la luz de su formación, de su propia práctica y, además, por la impronta familiar que era por demás significativa. El estado bucólico de la oligarquía bonaerense y su mestizaje con la sangre de un terrateniente de Calabria, imprimía en sus herederos, características en la personalidad imposibles de no tener en cuenta. La combinación de una alcurnia forjada a base de la explotación feroz de los rurales y la manera de ‘Ndrangheta que arribó transformada para su implante en la llanura pampeana donde las sierras daban un marco espectacular, resultaba en una descendencia que acentuaba las dos posibles características heredables. Ocio improductivo y audacia arribista.
Y aunque el consejero desestimara el valor de los caracteres heredados y no los tuviera en cuenta para razonar los actos de la gobernanza, Consiglieri podía refugiarse en sus propias elucubraciones que daban a sus angustias atajos que tomar para liberar tensiones y menospreciar atenuar descalabros.
Desde que leyó a Kundera en su juventud, consideraba todas las cosas de una manera bastante diferente. Todos los actos humanos podían tener una interpretación nietzscheana, incluso la obsesión del señor presidente por Netflix. Y ese era una salvaguarda para cualquier simplificación.
“Netflix mata lectura”, podía ser –creía Consiglieri –, una revelación por llegar, un enigma de la voluntad del poder. Un misterio moral trascendental, un eterno retorno a las fuentes del propio Schopenhauer, a quien debía distinguir obligadamente del sicario que así era llamado en su más íntimo entorno, por su aversión a la esperanza y su manifiesto apego al escepticismo estoico expurgado mediante el calibre nueve milímetros u otros mayores.
Cuando Consiglieri le habló al señor presidente de todas las derivaciones filosóficas de su comportamiento de tipo neflixiano, este no supo cómo tomar sus palabras. Las pensó, brevemente, pero las consideró. Luego sonrió porque la sonrisa era su modo de alejarse de un problema que era aburrido y complejo y del que no estaba en condiciones de dar cuenta. Respondió un poco de compromiso que se entregaría a la introspección budista para abordar los asuntos que su consiglieri le planteaba. No pediría una reunión ministerial para reflexionar sobre sus dudas. Eso le pareció en verdadero exceso. “Más vale usar pantuflas, que alfombrar el mundo”, fue su conclusión más inmediata.
—¡Brillante! –saludó exultante Consiglieri.
Y luego, llevado de ese estado de conformidad, de sentir una verdadera iluminación espiritual, una experiencia con lo divino, el señor presidente le pidió al consejero que lo aguardara porque estaba elaborando otro pensamiento que, seguramente, sería de utilidad para alguna de esas investigaciones que prolijamente escribía pormenorizadamente en esos cuadernos Gloria con los que deambulaba de un despacho a otro del gobierno. El consejero permaneció expectante.
—¡Qué angustia deben haber sentido los congresales cuando tuvieron declarar la independencia de España! –exclamó el mandatario, convencido de lo difícil que debió hacer aquella aventura. Y pudo haber agregado que esa misma angustia sentía él en esos momentos trascendentes para la refundación de la nación. ¿Fundación o fundición? Casi una duda shakespeariana. El ser o no ser de la dependencia.

Consiglieri sonrió sorprendido por las palabras presidenciales, y decidido tomó algunas notas, pero no lo hizo en ninguno de los cuadernos Gloria, como creyó el señor presidente que haría. Las hizo en su pequeña libreta de hojas blancas que lo acompañaba a todos lados y a toda hora.
Sobre esas palabras elaboraría un ensayo de corte filosófico como tributo a la inteligencia del oficialismo, su materia gris, que esperaba ansiosa sus reflexiones. Versaría sobre el ajuste, deuda externa, privatización, deuda externa, ¿déficit cero?, deuda externa, unicornio azul (no blanco, ni negro, ni rojo, azul, sencillamente azul), deuda externa, desindustrialización, deuda externa y más deuda externa, y todo ello desde la perspectiva de la iluminación intelectual y espiritual. Aufklärung y Erleuchtung (palabras que el señor presidente no conoció sino hasta ese momento en que Consiglieri las pronunció). Ir de rodillas hasta la esencia de la nueva doctrina de la nueva política, y alcanzar la experiencia de lo divino para manifestar todo eso en paz, amor y felicidad. Poco menos que el Canon Pali del capitalismo globalizado.
El señor presidente logró distenderse de cierta angustia que le produjo todo aquel inesperado ejercicio intelectual que le propuso su asesor estrella. Palmeó paternalmente al visitante para expresarle su afecto y agradecimiento y se distrajo mirando un pantagruélico televisor de 75 pulgadas en altísima definición. Cuando pudo sustraerse a la imagen, habló para despedir al amigo, al consejero, a quien casi consideraba como su confesor.
—Se va, amigo, por un tiempo, ¡cómo lo vamos a extrañar! –exclamó conmovido– ¡cómo lo voy a extrañar!
—De viaje, una breve temporada a colectar verdades. El capitalismo global es victorioso y Scrotus quería que le dé consejo para acabar con asuntos en su propio terruño.
—¡Maravilloso!
—Quería manifestarle, señor presidente, que en estos tiempos de permanencia en vuestro país me ha dado una perspectiva única de la realidad política. He estado excitado como nunca antes.
—Creí que iría a Trelew a vivir esa experiencia o que al menos despacharía a su asistente de nombre… –el presidente no recordaba cómo se llamaba el ayudante de Consiglieri–, ¿cuál era su nombre?
—“Foreign”, señor presidente.
—Eso, “Foreign”.
—Él viaja conmigo, señor. Puedo decirle en su nombre, que todo lo que anhelaba conocer se ha satisfecho con creces. Ahora, al norte, como las aves que emigran una temporada para sostener su continuidad con la mejor herencia.
Además, señor presidente, allí, en esa, para mí, extrema localidad austral, yo sería como uno de los personajes de Thriller de Michael Jackson, una especie de zombi, aterido de frío, indispuestos de vientos húmedos y ralentizado por el deambular de las damas allí presentes. ¡Tantas mostrando los pechos podría confundirme en mi cruzada agnóstica que debo sostener porque es asunto de principios!
En la patria del norte cultivaré las nuevas semillas de la política moderna y eso lo fortalecerá a usted en su difícil lucha contra el populismo de raigambre peroniana, contra el papa peronista, el predicador estereotipado que quiere imitar a San Francisco, pero que vende sus bendiciones todos los días por moneditas. Además, debo interesarme más en otros temas. Aquí hay mucho fake news, mucho fake news. Deberíamos hacer algo al respecto, y pronto.
—¿Fake news? ¿Fake news? –el presidente pareció tomar muy en serio ese asunto–. Me voy a ocupar del tema, no se preocupe, lo hablaré con el jefe de ministros.
—Lo que ocurre, querido broder, es que todavía suenan voces como salidas de décadas pasadas, antiguas, lamentadores seriales que parecían en extinción, pero que ¿se habrán reproducido en los últimos tiempos? ¿Usted qué cree?
—No lo creo para nada –respondió el presidente la duda del visitante–. Son de personas que no comprenden la trascendencia de estos cambios y han quedado prisioneros del pasado. El pasado es perseverante y no deja que la gente mire con optimismo el porvenir.
—¡Exacto! Miremos el porvenir de un modo esperanzado. Pobreza cero, comida cero, educación cero, salud cero. Cero, en sentido de su origen hindú. Cero, ¡amado Muhammad ibn al-Khwarizmi! ¡Cero! El “cero” como manifestación de la felicidad en la carencia.
El presidente prefería obviar la mención al musulmán porque eso le traía amargas preocupaciones sobre el terrorismo a escala mundial. No podía sospechar como Scrotus, podía tomar esa mención de un nombre musulmán. Era preferible prevenir cualquier desviación doctrinaria.
—He leído, días atrás, por accidente, señor presidente, que algunos dinosaurios políticos consideran que las corporaciones son las responsables de la desdicha del pueblo. Las grandes corporaciones transnacionales portadoras del progreso. ¡Hablan de monopolios imperialistas! Qué antigüedad, ¡Qué antigüedad!
—Una antigüedad muy antigua, claro. Las viejas hipótesis que rigieron al mundo desde Yalta han desaparecido. La globalización manda y nosotros debemos zambullirnos en el mundo sin cortapisas. Como dijo mi querido Federico, “hacia dónde vamos no precisamos ni héroes ni historia”.
—Usted debería atender esos asuntillos –aconsejó Consiglieri– porque esas expresiones públicas arrojan a la desconfianza a los inversores mundiales que ven con tan buenos ojos a este hermoso país para hacer sus travesuras especulativas. Piénselo señor presidente. Lluvia de inversiones o crítica mal intencionada.
El presidente pareció reflexionar sobre todo lo que acababa de decirle Consiglieri. Pero él luchaba entre prestar oídos al discurso del querido amigo o volver a la pantalla de la televisión para no perderse detalle de lo que Netflix estaba emitiendo en ese mismísimo instante.
—No se deje abrumar, señor presidente. Ignore a esos mequetrefes de dirigentes que viven anunciando el Apocalipsis y que ansían una revolución mundial que derrumbe por siempre la cultura capitalista globalizada.
Son menos que los pequeños ratoncillos de ojillos rojos que devoran los muertos de circunstancias en el pozo aquel, donde dicen que se llevan a cabo intensas ceremonias de expiación del pasado esclerosado. De ello me habló “Foreign” ¡Qué experiencia, señor presidente! La vida es ¡tan breve!, la humanidad ¡tan frágil! Los ideales ¡tan efímeros! Los niños ¡tan tiernos!
¡Fake news! Señor presidente, ¡fake news!, recuerde este consejo mío.
—¡Aja! ¡Ajá! –el primer mandatario estiraba el pescuezo haciendo tal vez el mayor esfuerzo de toda su gestión, para no perder detalle alguno del final del capítulo de esa serie de la que era un verdadero fanático–. ¡Aja! ¡Ajá! –repitió, pero en su voz se notó cierto fastidio.
—Señor presidente… ¿Puede decirle querido broder?
—¡Aja! ¡Ajá! –respondió el mandamás.
—Gracias, gracias. Decía, querido broder, qué grupos políticos estrafalarios hablan del hambre del pueblo, de sus padecimientos. Que es muy cara la luz, que es muy caro el gas, que es muy cara el agua, que es muy caro, que es muy caro. Bla, bla, bla. Nada positivo. ¿Ahora descubrieron todo esto? ¿Y dónde estaban antes? Apenas hemos reducido los salarios en un cincuenta por ciento, querido broder, y ya andan por todos lados cacareando que el salario no le alcanza. ¿Hombres de Estado? Llorones. Puros llorones.
—Habría que expulsarlos a todos y resolveríamos muchos problemas.
—¿Ha estado leyendo a Miguel Cané? –preguntó Consiglieri.
—¿Quién? No me suena conocido.
—Juvenilla, broder, Juvenilla.
—De los jóvenes prefiero ni hablar.
—La ley de residencia, para expulsar manifestantes. Comunistas revoltosos.
—¡Usted debería redactar un decreto sobre ese asunto!
—A su servicio, broder presidente, a su servicio. ¡Me gusta su espíritu innovador! A la vuelta del encuentro con Scrotus me abocaré al tema, lo prometo querido broder.
—Voy a ser yo, el que cante entonces ¡que se vayan todos!
—¡Qué no quede ni uno solo!
El señor presidente pareció inquietarse por esa posibilidad.
Reflexionó circunspecto:
—¿Qué no quede ni un solo? –No iba a recomendar tal exageración. ¿Quién trabajaría, de ocurrir semejante éxodo?
—Cuando retorne, querido amigo, trataremos este tema con el jefe de ministros. Remington Patria tiene algunas ideas sobre el asunto.
—¿Y dónde anda el querido amigo?
—No tengo idea, él no ama Netflix, se ocupa de asuntos menores.
—¿Se da cuenta, querido broder? Una diferencia importante entre la vieja política y la nueva es que se puede decir cualquier cosa sin el temor de que nadie venga para reprocharlo. No solo se puede decir, también se puede ver el programa pago que a uno le apetezca. Es una de las grandes diferencias entre lo viejo y lo nuevo. ¡Somos lo nuevo! Querido broder presidente.
—¡Ajá! ¡Ajá!
—Si me permite, querido broder, deseaba hacerle antes de partir una modesta sugerencia.
—¡Por favor! Usted diga lo que desee, ¿para qué construimos esta nueva política?
—El tema de la riqueza de los dirigentes que investiga la Justicia habría que darle una pulidita.
—El Ejecutivo no interviene en la justicia –los hombres se miraron con absoluta picardía.
—¡Lo sé! ¡Lo sé!! Broder, claro que lo sé. Pero por canales reservados…
—¿Netflix tiene canales reservados?
—No me refería a eso, broder.
—Ah, bueno, bueno. Continúe.
—Investigar las riquezas de nuestros oponentes me parece atinado. Pero hay que andar con pie de bailarina cuando se incursiona en estos temas. Tanta riqueza, ¡tantas riquezas! Exhibir, pero no exagerar, querido broder. ¿Mire si luego lo investigan a usted?
—¡Buda no lo permita!
—Envidiosos de la riqueza ajena son peligrosos. Nuestro bienestar medido en Lebacs y Leliq es inédito y no se puede repudiar con las fantasías reaccionarias de los nostálgicos que atacan al capitalismo. Las películas proyectan la imagen de una antigüedad en la que la gente vivía con una prosperidad que nunca existió.
Hasta hace doscientos años, más del noventa por ciento de la población del mundo vivía en la pobreza, comía lo poco que podía, la salubridad era muy mala, un tercio de los niños moría antes de llegar a la edad adulta. Ahora solo cuatrocientos millones de niños viven en la pobreza extrema. Y querido broder presiente, ¡solo la mitad de la población mundial es pobre!
Antes, se producían regularmente hambrunas y pestes en las que moría un porcentaje importante de la población.
No es real que el capitalismo llevó a mucha gente a la miseria, también los llevó a la muerte. La guerra es un factor humano, querido broder, y hay que asimilar esa realidad del modo más conveniente. ¿Soberanía nacional? ¿Estados nacionales? ¡Antigüedades! ¡Lugares comunes de la vieja política!
La guerra es condición humana, broder. ¿Cuántos murieron en la expansión colonialista de las potencias mundiales? Algunos millones, querido broder. ¿Y eso resultó un perjuicio? ¿Cuántos murieron en las guerras mundiales? Unas pocas decenas de millones. ¿Y eso resultó un perjuicio? ¿Cuántos murieron en las últimas guerras, las más recientes? Otras cuántas decenas de millones. ¿Y eso resultó un perjuicio? ¡Somos tantos en este mundo! Un exterminio cada tanto es como la poda a los viejos árboles. Fortalece. Permite que broten nuevas ramas.
Si la población mundial sigue en aumento, habrá que volver a estudiar a Malthus y aplicar algún remedio a la superpoblación. Tomaré notilla de este asunto para más delante.
—¡Ajá! ¡Ajá!
—Querido broder presidente, quería manifestarle otras reflexiones en que estuve ahondando mientras venía de la vistosa vivisección que me permitió presenciar para entender la naturaleza de ciertos actos. Todas ellas están escritas en estos cuadernillos Gloria.

—¿Cuadernos Gloria? ¿No serán como el de la vieja esa que se tiró bajo el tren para no hablar lo que se le pedía?
—No conozco ese cuaderno.
—Manifieste, entonces, manifiesta, amigo.
—Gracias a la riqueza que produjo el capitalismo desde su imposición, el uno por ciento de la población mundial vive en la opulencia. ¿Es poco? La pretensión de soluciones inmediatas espanta la lluvia de inversiones. La inmediatez del tipo que caracteriza a los adolescentes, una eyaculación precoz del estado de ánimo de una parte de la sociedad, espanta inversiones que buscan la estabilidad, la serenidad de la especulación bien comprendida.
Permitamos que la evolución haga lo suyo.
—Permitamos, sí. Permitamos.
—¿Cuántos años desde que el capitalismo triunfó?
—Ni hice la cuenta.
—¿Doscientos años? ¿Tres cientos años? ¿Cuatrocientos años? –Consiglieri caminaba exaltado de un lado al otro del salón–. En cuatrocientos años, el uno por ciento de la población mundial es rica, extraordinariamente rica. ¡Haga la cuenta, querido broder! Cuando se hayan cumplido ochocientos años de capitalismo, luego de ochocientos años, el dos por ciento de la población mundial será ¡rica! Inmensamente ¡rica! ¿Y eso no es progreso?
—¡Pero más bien, amigo! Se lo repito todos los días a mis funcionarios. ¡Ricos! ¡Inmensamente ricos! ¡Lebac! ¡Leliq! ¡Qué más se puede pedir!
—Es apasionante hablar de estas cosas.
—Muy apasionante –refrendo el señor presidente la afirmación de su contertulio.
—¿Sabe de los modales en la mesa de mi señor Ludovico y sus invitados, de Leonardo Da Vinci, para conocer cómo era la mesa de los grandes señores de época medieval?
—No tengo el placer. –El señor presidente no sabía de qué le hablaba Consiglieri.
—Debería, querido broder presidente. Esos modales están en el origen de nuestra versión de la ‘Ndrangheta, la adaptación que hemos hecho para este medio hostil en los confines del mundo. Especialmente cuando se trata de cómo… de cómo… –Consiglieri dudaba de seguir explicando–, no encuentro las palabras para exponer este asunto sin comprometer su investidura presidencial…
—Ya comprendí, soy más rápido de entendederas que lo que manifiesto por mi aspecto. –El señor presidente señaló su campera negra de nylon debajo del saco sport azul eléctrico.
—¡Bien! ¡Bien! ¡Suspicaz! Entonces la ecuación es ‘Ndrangheta y capitalismo salvaje. ‘Ndrangheta y supra especulación financiera. ¡’Ndrangheta! ¡’Ndrangheta!
—Después dicen que la inmigración selectiva no trajo nada bueno –sonrió el señor presidente añorando los tiempos de la oligarquía a principios del siglo pasado, resultante del exterminio del anterior.
—¡Vaya coincidencia! Pienso, broder presidente, que hace doscientos mil años que estamos sobre la Tierra y algunas personas se volvieron, con toda justicia, inmensamente ricas y que eso no tiene nada de reprochable.
—¡Seguro! Papá me lo decía a menudo.
—Desmienta esa especie que hacen correr los agoreros comunistas, no es real que el capitalismo llevó a mucha gente a la miseria.
—¡Para nada!
—¡Para nadísima, broder! ¡Así me gusta! ¡Con fe! ¡Con optimismo!
El señor presidente reparó en las últimas palabras de Consiglieri. Recordó haber escuchado esas expresiones, pero no atinaba a saber quién las había pronunciado, ni dónde ni cuándo.
—Con fe y con optimismo, tal vez debería incluirlas en mis discursos.
—¡Broder presidente! –Consiglieri exclamó entusiasmado–. Admiro su capacidad de adaptación.
—La tuve desde pequeño.
—¡Triunfaremos, broder! ¡Triunfaremos!
Consiglieri se despidió del señor presidente. Dejó en sus manos sus cuadernos con las anotaciones sobre distintos asuntos de Estado.
El señor presidente se sintió aliviado. Estaba por comenzar una nueva serie. “Netflix” mata lectura, y la charla lo distraía. La temporal ausencia del consiglieri no le vendría nada mal al señor presidente. Tal vez podría disfrutar de unos días de esquí. La paz de las nevadas lo elevaba espiritualmente y alejaba de las pequeñeces del mundo real.
Llamaría a su secretario para que organice su próximo descanso. Un magnate inglés sería la mejor compañía. En un lago escondido al pie de la cordillera, la vida se veía color de rosa.

3

El viejo algo le adelantó a Ziploc. Él estaba feliz por partida doble. Que lo pusieran al tanto del porvenir siempre lo alegraba. Pero esa noticia era mucho más de lo que esperaba.
Talvez tendría que revisar su escepticismo.
—La sonrisa te delata, Schopenhauer.
—Estoy por volver a creer a pesar del papa comunista.
—Se sacrifica el árbol, para salvar al bosque. Se descarta la parte, para salvar al todo.
—El interés general –recitó Ziploc que había escuchado esa frase infinidad de veces–, el interés general está por encima de las partes.
—Primero Trelew, salvo un cambio de último momento, siempre conviene no estar relajado, y después lo que viene más tarde. Cosa por cosa.
—Paso a paso, diría Mostaza. –Viejo hincha de Racing, el viejo alzó su pulgar en señal de aprobación.
El viaje a Trelew cambió de perspectiva. Tal vez aprovechara para darse una vuelta por Madryn a admirar a las ballenas. La naturaleza podía brindarle una experiencia que en la cueva ni en toda la ciudad podría alguna vez disfrutar.
Enriqueta ya había terminado de reclutar el grupo de provocación. Ziploc ni quiso mirar los legajos. Esas mujeres lo espantaban. Él insistía que no se trataba de un comportamiento discriminatorio, mucha menos misoginia. Solo que él se consideraba un tipo muy conservador.
Los buenos conservadores, como él, no sabían ni necesitaban discriminar. Mucho menos practicar la misoginia. La mujer para el hogar, esa era la naturaleza del lugar que Dios les había concedido. Para criar los niños, para transmitir la cultura y la religión. No tenía mucho más que decir al respecto ni esperar que la vida le concediera.
No despreciaba a sus colegas. Pero se espantaba de imaginar si alguna de ellas hubiese sido su propia hija. Por suerte era padre de dos varones. Dos rollizos varones que murmuraban en voz baja sus oraciones y esperaban la tardecita para jugar con su Playmobil. Niños sumisos que obedecían en todo a lo que su padre les decía.
Pensar en los niños le daba mucha tranquilidad, imaginaba para ellos un futuro muy diferente al suyo.
Los padres siempre creen que podrán realizarse a través de sus hijos, y cuando estos no hacen lo que de ellos se esperaba, la vida parece carecer de sentido. La alteración que produce la deserción de los hijos de los sueños de los padres es tan profunda, que da lugar a decepciones insoportables y miedos que se creían imposibles. La vejez llega llena de resentimientos e incluso el reencuentro en la antesala de la muerte resulta, a esos padres defraudados, insuficiente para reparar el daño que los díscolos hijos les han producido con sus aspiraciones de una vida propia, con sus propias esperanzas, anhelos y desencantos.
“¡Hijos, hijos!”, se decía a sí mismo Ziploc para espantar el fantasma de una defraudación. Así que ver los legajos de esas mujeres de aspecto inexplicable, para luego suponer la decepción de sus padres, lo desalentaba severamente. La ignorancia, a veces, es lo más útil que se tiene a mano para no ceder a la frustración de una patética rutina familiar.
No siempre resultaba fácil eso de poner el interés general por encima del particular cuando se trataba de los propios hijos. Como regla, Ziploc la aprobaba, como resultado, para los suyos, no lo entusiasmaba. Dios, familia y propiedad. ¿No era ese el orden? ¿O era Dios, Patria y familia? ¡Vaya disyuntiva! Debería considerarla de una manera más rigurosa. Tal vez hablaría con el viejo de sus preocupaciones. Él era un experimentado que había sobrellevado todo y ahora se preparaba para disfrutar la familia. ¿Dios, familia y propiedad, o Dios, Patria y familia? ¡Qué disyuntiva!
Pero la noticia que el viejo le adelantó lo entusiasmó. Conocedor de algunas tramoyas internas, ni quiso saber cómo ni por qué ciertas planificaciones habían resultado completamente alteradas. Tampoco el viejo se lo hubiera dicho francamente. Tal vez insinuado, pero el hombre prefería no hablar mucho de todo aquello. Las paredes oían, los muebles oían, todo lo que los rodeaban tenía la capacidad de oír todo lo que se decía adentro de esa cueva. Los murmullos, las insinuaciones, hasta los pensamientos. Y hablar de más siempre había resultado nefasto para los indiscretos.
La vida tenía esos cambios, daba sorpresas, como decía aquella canción que el viejo no recordaba sino muy someramente. Lo bien que le vendría a Enriqueta escuchar eso de que “la vida te da sorpresas”.
El viejo disfrutaba una alegría en especial. Ziploc había advertido de ciertos peligros en algunas acciones, aunque sus palabras no fueron atendidas por sus verdaderos destinatarios. La vieja escuela tenía buenos discípulos, de esos que no se dejaban seducir por los fuegos de artificios de los burócratas de las planillas de Excel.
En cuanto a él, que ya estaba en conocimiento de algunos mínimos cambios, su insistencia en que Ziploc desistiera de toda recriminación, de inmiscuirse en asuntos en los que su juicio nunca sería valorado, no tenía que ver un estado de disidencia o censura sino de prudencia y hasta de conservación. Hablar poco, opinar solo cuando los superiores lo requerían y no andar señalando los errores ajenos, eran parte del modesto, pero preciso vademécum que garantizaba una larga y fructífera vida profesional.
Mucha información circulaba por infinitos conductos, las más de las veces desconocidos. Algunos de esos vasos comunicantes iban hacia arriba, hacia el estado mayor, otros hacia abajo, donde invernaban algunos de los monstruos del Estado esperando ser convocados por el conjuro del exterminio. O salían hacia afuera, a las distintas capitales del mundo donde el poder real tenía su asiento.

4

Ziploc podía haber sospechado que hasta “Pérez y Pérez” habían llegado algunas informaciones de lo que estaba ocurriendo y él las metabolizaba para nutrirse de juegos y contrajuegos que era lo que lo mantenía vitalmente activo.
El mismo Pérez y Pérez lo dio a entender cuando López Teghi lo llamó por orden del alcahuete presidencial.
La supresión, el descarte, era un acto que debía ser muy bien sopesado. La balanza en la que se pesaban aciertos y errores, decisiones correctas e incorrectas, procedimientos acertados o verdaderos zafarranchos desastrosos, era tan sensible que una pizca de soberbia o de estupidez, inclinaba de manera determinante sus platillos. Ni hablar de la vida y la muerte.
“Pérez y Pérez” no pudo dejar de reparar en la absurda muerte de la joven prostituta. Un crimen fuera de toda planificación. No era partidario de alterar la química de una planificación.
El agua siempre resulta de la combinación dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Pero con dos moléculas de hidrógeno y dos de oxígenos no se obtiene agua para beber. Tan simple modificación y tan diferente resultado.
Con el agua uno puede humedecer sus labios, refrescar su boca, aliviar la garganta, regar las flores, ver bailar a Fred Astaire bajo la lluvia.
Con el peróxido de hidrógeno se puede desinfectar una herida, servir para la restauración de obras de artes, o como combustible en determinadas condiciones. Pero nunca para beber. No calmaría su sed quien ingiriera el peróxido de hidrógeno. Lo mismo sucede con una planificación. La alteración de algunas de sus partes no conduce al mismo resultado. Por lo general, conduce al fracaso rotundo de lo que se propuso con la operación. Como la teoría que cuantifica el aleteo de una mariposa y sus consecuencias.
Le hubiera explicado en detalle el efecto mariposa, pero López Teghi habría extraído su martillo planetario, aplastado a la frágil mariposa y hecho oídos sordos a cualquier sugerencia. La soberbia podía ser tan estúpida como sus consecuencias.
Las líneas paralelas de un trabajo nunca, e insistía con ello, nunca se tocaban. Eso enseñaba en sus clases magistrales. Ese era su consejo. Por eso son paralelas. Euclides básico. Quinto postulado de Euclides. O el axioma de Playfair. Se lo dijo a López Teghi cuando esa llamada.
En las operaciones se debía respetar ese postulado. Tomársela a martillazos contra él era tan inútil como ridículo. Su resultado sería tan nefasto que, a poco de martillar, si el responsable no era un avezado idiota, cesaría en sus ultrajes de manera inmediata. De lo contrario, el propio sistema lo descartaría como detrito necesariamente evacuable.
El objetivo era neutralizar a Guadalupe, ese era el objetivo y no otro. Así lo evaluaron con Reinafé. ¿Para qué introducir una línea de trabajo que atravesaba perpendicular a esa? La resolución del destino de la joven prostituta, el que daría razón al enunciado del “loco de la ruta” que podía ser una propuesta plausible para objetivos muy diferentes, debía seguir su camino, su propia dirección sin mezclar un objetivo con otro. “Y mucho menos, pero mucho menos”, dijo “Pérez y Pérez” cuando fue puesto al tanto, con el asunto de los niños.
Los niños son un problema extremadamente complicado en cualquier operación. Ya lo había dicho el papa cuando era obispo, “con los niños y los jóvenes no se experimenta”. Era una definición que hombres dedicados a sus lides debían tener presente para actuar con absoluta cautela y precisa acciones. La chapucería solo redituaba en más chapucería. El desorden solo trae desorden y la brutalidad. Nada que no se conociera desde que Caían decidió asesinar a Abel.
Para el jefe ausente, Iniustitiam tenía mucha razón cuando cuestionó todo el procedimiento. Y le pareció sabio que el fiscal decidiera no quedar involucrado en semejante desaguisado. Su posición ameritaba gran cuidado y decisiones atinadas. No se puede destruir una promisoria carrera judicial por las miopías de un jefe acorralado entre columnas de un programa de cálculo.
Para más, estaba la cuenta pendiente de “El Morro”, cuenta que esperaban saldar tanto “Pérez y Pérez”, a quién “El Morro” había pretendido destruir, como aquellos dos hombres afectados por el grosero chantaje de López Teghi. La familia judicial esperaba su revancha y no tardaría en llegar.

“Pérez y Pérez” sabía que solo necesitaba esperar para que todo acabara en un rotundo fracaso. Le dijo, en cierta oportunidad, a su oponente que debería estudiar a Napoleón y él se burló de su consejo. “Cuando el enemigo se equivoca no lo distraigas”. Una máxima de la estrategia que, a su entender, era un invalorable consejo para los hombres dedicados a la perpetuación de los poderes reales del Estado.
Entonces, martillero a tus martillos. Y como era una ley que para aquel que solo tiene un martillo todas las cosas son clavos, cabía esperar que los rudos golpes de ese martillo surgido de la estulticia de cálculos absurdos de una página de Excel, echaran irremediablemente todo a perder. Esa sería una gran satisfacción para el viajero. Aunque otros también, disfrutarían del fracaso ajeno.
Mientras tanto, bajo el cielo europeo, repasaba libre de perseguidores y con el mismo asombro de entonces, la sucesión de fotos de manuscritos ininteligibles de La Reliquia, que recibió en numerosas oportunidades.
Con la misma emoción de aquellos días previos a su partida en viaje diplomático, repasaba anotaciones y comentarios que el prócer bicentenario había hecho en el margen superior izquierdo del documento y donde se leía perfectamente “ver con primo”. Sus glosas tenían como destinatario ¡al secretario de la Junta de Gobierno!, aquel que fue asesinado en alta mar con unas dosis brutales de antimonio. Se trataban de apuntes y sugerencias a planes revolucionarios y otras observaciones.
“Pérez y Pérez” consideraba que las revoluciones eran un futuro imposible de evitar. De lo que se trataba, para él, era de retardar en todo lo posible su triunfo. En eso, algo de razón tenía López Teghi, un poco de martillo, un poco de antimonio, y mucho de inteligencia.
Rimbaud se le arrimó por un costado. Se coló entre sus labios y mirando a un punto indescriptible recitó satisfecho: Señor, cuando los prados están fríos / y cuando en las aldeas abatidas / el ángelus lentísimo acallado, / sobre el campo desnudo de sus flores / haz que caigan del cielo, tan queridos, / los cuervos deliciosos.
Los deliciosos cuervos de su venganza, ya estaban listos para caer del cielo cuando menos se los esperara.

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