LA CANTINA DE MOS EISLEY

Un día por la mañana Paul, corpulento mecánico inglés de 54 ya cumplidos, casado con Mary desde hace tres décadas y con quien procreó siete hijos, pensó en aprovechar las nuevas legislaciones inglesas para mejorar su vida y, ese domingo, le dijo a su esposa:

-He estado pensando en los últimos tiempos y… la verdad, no me siento a gusto con quien soy…-.

A lo cual Mary respondió:

-En realidad, has cambiado mucho desde cuando nos casamos… ahora ya no me pones atención en absoluto…-.

Paul por su lado, aclaró:

-No me refiero a eso… sino a mi cuerpo…-.

Y mientras doblaba algunas fundas de almohada para guardarlas en su lugar, sugirió la mujer:

-Pues ahora que lo dices… yo tampoco… si quieres, comenzamos a correr por las mañanas…-.

Con un gesto de cierta desesperación, el corpulento varón con cierto parecido a Jabba, el personaje mítico de la cantina de Mos Eisley en “La Guerra de las Galaxias”, exclamó:

-¡Tampoco a eso me refiero… lo que quiero decir, es que no me siento hombre… que en realidad, debí haber nacido mujer!

Dejando lo que hacía, volteó a ver al padre de sus siete hijos, preguntando con gesto de absoluto asombro:

-¿Qué?…-.

Con total tranquilidad, Paul respondió mirándola directamente a los ojos:

-¡Lo que oíste, mujer… debí haber nacido niña, porque eso soy en el fondo!…-.

Por su lado, Mary con la boca abierta y los ojos azorados no sabe qué decir, y mejor se sienta pesadamente en la cama con los hombros caídos, pero sin perder la expresión de asombro ni soltar la funda de entre sus dedos.

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Y así, decidido a poner en marcha su nuevo proyecto de vida, comenzó a hablar como mujer, a interesarse en las revistas femeninas y, por su puesto, abandonó la mecánica; entonces, el lunes temprano acudió a las oficinas gubernamentales a exponer su caso, y a cambiarse de nombre oficialmente; decidió que se llamaría Sandy, se hizo el papeleo y solicitó ayuda para sus vestimentas pues, desde luego que ya no podría vestir como mecánico ni trabajar como tal tampoco y, de esa forma, después de una semana de estudios de una trabajadora social de rasgos viriles y ver que efectivamente se comportaba como una mujer, le dieron un cheque para que se comprase ropa y, luego, comenzó a llegarle cierta cantidad mensual por haber perdido su trabajo de casi cuarenta años como aprendiz primero, y mecánico después.

Por supuesto, Mary y sus siete vástagos, querían evitar les viesen los vecinos por la vergüenza que les daba su padre al comportarse de esa manera tan extraña pero estrambótica de ese fin de semana en adelante; así que, la mujer, fue ante las autoridades a demandar el divorcio y a pedir el desalojo pues, al dejar de trabajar su taller, ya no había ingresos para darles de comer a siete vástagos aún menores de edad, y su padre genético era entonces otra carga más para la familia; nuevamente se hicieron estudios socioeconómicos los cuales éste ocasión tardaron dos meses, para llegar al arreglo de que, la nueva Sandy, estaría recibiendo su mensualidad y viviendo sola en una casa para madres solteras proporcionada por el Estado.

Y mientras el estigma por un lado persiguió a cada uno de los siete hijos, y el trauma por otro a la ex esposa, madre y mujer hasta morir en la casa de Bracknell, Sandy, también sintiéndose sola luego de tres meses viviendo en esa casa casi vacía cerca de Harlow, decidió que era tanto su sentimiento de desamparo, que ahora ya no sería una mujer de 54 años; en esos días, se sentía como una niña desvalida, y así se lo hizo ver a las autoridades; entonces, éstas últimas, comenzaron de inmediato una campaña de adopción por Sandy, incluso promocionándola por la televisión.

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En Rochester, había una familia formada por tres mujeres; Brenda, de amplias espaldas con tatuajes oscuros, perforaciones y percing´s para dar y regalar, peinado estrambótico siempre negro y brillante y buenas piernas al parecer pues, si con ese gran peso el cual soportaban encima no se habían roto a pesar de la edad, es que sin duda eran de buenas, lo que le sigue; Jenifer, una mujer oriental, de cuarenta igual que la anterior pero de cuerpo frágil y al parecer a punto de bulimia, rapada y grandes dientes los cuales nunca dejaban de sonreír, vestida a la usanza de un caballero del medioevo aunque, dicho caballero, debería haber medido al menos veinticinco centímetros y pesar cincuenta kilogramos más, para llenar esa vestimenta; y finalmente Louis, una niña de color a quien ambas fueron a adoptar en un viaje al “Continente Negro” con dos años en ese entonces, y quien llevaba viviendo con ambas mujeres ya seis; peinada con unas trenzas hacia arriba las cuales parecían cuernos, de largo cuello y largas extremidades, se emocionó al ver el anuncio de la adopción y, aplaudiendo de felicidad, les dijo en perfecto inglés a sus madres adoptivas:

-¡La quiero!… ¡quiero a una hermana de seis!…-, aseguró señalando la televisión; Brenda y Jenifer luego de voltearse a mirar y muy a su pesar, hubieron de aceptar primero ante el cuestionamiento que siguió:

-¿No me han dicho ustedes que podemos ser lo que cada quién deseamos?… ¿además de que debemos decir quiénes somos y cómo nos sentimos?…-, y, ante la mirada y el silencio de ambas madres la cual bien conocía, la pequeña Louis comenzó a gritar en un chillido imparable de manera desaforada como deseando estallase la mente o al menos los oídos de quien pasare por ahí, así que no hubo de otra más, que adoptar a Sandy.

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Luego del papeleo ante las autoridades encargadas y ya viviendo en la casa de Rochester cómodamente, Sandy tuvo un contratiempo cuando, luego de jugar a la tacita de té y a la comidita con Louis, ante la mirada esperanzadora de las madres, la niña afrogala dijo:

-¡Estoy viendo que en realidad, yo quería una hermana más pequeña… quiero una de tres años!… ¡vamos a regresar a Sandy!…-.

Rápidamente, ésta última se puso a gatas y dijo por su lado mientras avanzaba hacia su “hermana mayor”:

-¡Mida hemanita… yo pedo sed de tes años!… ¡ya hasta no sé caminad… y mida pod eso cómo gateo hedmanita gdande!…-.

La felicidad de Louis no tuvo límite, por lo cual no hubo manera de variar la situación y, de esa forma, el antiguo mecánico de nombre Paul, vivió jugando a ser Sandy, una “niña” sin posibilidades ni necesidad de trabajar gracias a su nuevo estatus por un lado, y a las leyes que los poderosos lobys LGBTIXYZ del Mundo entero habían logrado imponer en muchos países como Inglaterra en el caso que nos ocupa, acompañados por las recomendaciones de la ONU quien para éstas fechas, ya tiene clasificados a más de ciento cuarenta sexos y géneros; por su parte las fotografías familiares de esa navidad, nada le pedían a la visión más típica de la “Cantina de Mos Eisley”.

(Contribuyente)

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