Viernes 4 de noviembre de 2016 (Tarde, tarde, siempre tarde)

Había estado esperando este momento.

Esperando lo mejor, pensando lo peor, torturándome como de costumbre cuando se trata de ti. La esperanza es a menudo tortura, cuando se trata de ti, y no puedo evitar caer en ese agujero de conejo. Pensar en lo que éramos, y anhelar de nuevo todo lo que debimos ser…Te lo aseguro, es puro y pernicioso masoquismo saber y no saber de ti.

Sé lo que nos hicimos, pero no creo que tú lo sepas.

Nunca estuviste ahí para verme llorar, acurrucada en la soledad. Tú eras mi mundo, y lo que tuvimos colapsó. Pero no estuviste ahí, y jamás estuve lista para enfrentar al hombre en quien te convertiste. Lo fuiste todo. Villano y héroe. Sin embargo, no hay un día en el que no piense en ti. En tus errores, en los míos, en mi rostro dormido sobre tu pecho cuando tu corazón era joven. Pero recordarnos sobre ese colchón en el suelo, es abrir el bucle de tiempo que a menudo se compartimenta, y de paso me devora, y terminar de nuevo en pedazos, como si fuera ese momento exacto. Todos y cada uno de los momentos que nos fueron arrebatados. (Dejaste que pasara). Comprendí entonces cómo se siente que te despedacen, que destruyan lo que amas como si fuese nada. Tus decisiones y las mías; hay una peligrosa historia para contar, pero prefiero compartimentar en silencio, como mamá. “Ya lo olvidé”. Es lo que me digo. Ya perdí la cuenta de las mentiras. Pero lo que nos hacemos uno al otro, lastimarnos y guardarnos rencor; eso se rehúsa a dejarme perdonarte. Así que perdóname; soy muy egoísta. Hubiera preferido una vida contigo, pero la elegiste a ella. Al aura de la mañana. (Es curioso pensar que pronto tendré su edad). De alguna manera, después de tantos años, después de volvernos tan ajenos, tan extraños y tan perversos; esperaba que ésta noche no repitiéramos la trivialidad de nuestros reencuentros. “¿Cómo estás, qué has hecho, qué estás haciendo con tu vida Kasya?”. ¿Acaso importa? No es lo que debiéramos decirnos, si acaso tuviéramos el valor de pronunciar lo que necesitamos para finalmente dejarnos ir. A donde sea que se van los padres, a donde sea que se van las niñas (aquellas princesas) cuando sus castillos de arena son borrados. Cuando aprenden a construir castillos en el cielo. Mentiras, historias y diarios. Ficción pura. Es una necesidad incontrolable torturarme contigo. En otra versión de ésta vida, hubiese escrito sobre «amor». Pero «padre e hija«, eso lo echamos a perder. El silencio es lo mejor que podemos darnos. Así que me enfermo cuando éstas fechas se aproximan, y tú vienes con ellas. Me siento ansiosa, me vuelvo volátil; nada me complace. Es ese día del año en que el en lo profundo de mí explota. Los recuerdos se vuelven expertos perros de caza. Vienen por mí porque me has hecho incapaz de estar frente a ti sin llorar, sin lamentar, odiar, sin desear volver el tiempo como las páginas de este diario… Dime, ¿valió la pena?

Me enviaste un mensaje y me sentí conmovida… Aún me pasa.

Pensé que quizá era tiempo de volver a vernos. Claro que no era un buen día. Lunes 31 de octubre nunca es un buen día para mí, así que esperé el martes a que llegarás con rosas. Pero cancelaste. Esperé el miércoles, contando las horas como si se tratara de mi ejecución, bueno o malo es saber de ti; pero cancelaste de nuevo. Así que para el jueves estaba lista para que me dejaras plantada otra vez; el hueco existe estés o no ahí para verlo devorar mis esperanzas sobre ti. Así somos ahora; una fecha que nunca llega, una palabra que no se pronuncia, una promesa que no se cumple. Como si pudiera ignorar que soy lo que olvidas convenientemente. Quizá provoco en ti los mismos pensamientos dolorosos. Me haces a un lado y continúas. Yo lo hago también. Ya no sabemos cómo hablar, así que usamos un comodín para intermediar el silencio. (Es bueno que tengas una hija menor que no recuerda las cosas que hiciste, porque yo sí). Así que le diriges la palabra todo el tiempo, y la mirada, y te esfuerzas por ignorar el celular y prestarle atención, como si yo no estuviera en la misma mesa contigo y ella; me ignoras. Así que me convierto en tu fantasma. Te veo, y los años me golpean. Veintitrés golpes. Intento huir de la tristeza que se forma en mi interior, pero me transformas en esa vitrina rota. Me cuesta mantener cerradas las ventanas, contener el llanto que se abre paso y me empapa. Tu voz y tu rostro me fracturan. Me aferro a la indiferencia que debemos mantener para no recaer en el hábito de reclamarnos, atacarnos y terminar cambiando la misma vieja pelea. (¿Quién dejó a quién? ¿Por qué?). Es triste que no lo sepamos. Pero hablar de nosotros es narrar esa historia llena de minas y fantasmas. No. Ignorarnos es mejor, no más fácil. Quizá las traiciones nunca se superan, quizá el «nunca» pesa más que los «hubiera»… Ojalá no tuviera que llorar ya nunca por el pasado. Juego a adivinar lo que tu silencio intenta ocultarme, lo que nunca dirás, y eso me llena de tristeza. ¿Cómo llegamos hasta aquí?. Estamos y no sabemos cómo estarlo sin apuñalarnos con la mirada. Es incomodo y penoso, pero hacemos un esfuerzo… Me prometo lo mismo, pero tú descoses mis heridas. Eres la navaja; tu figura rompe mi filtro. Te veo y mi corazón se siente enfadado, traicionado, afligido. Y cuando el momento llega, te reservas el derecho de preguntar aquello que debieras, y callas amablemente. Ahora somos amables, así que bocado a bocado, me trago las ganas de preguntarte, “¿Cómo estás, papá?”. Pero es una palabra que no puede atravesar el muro. No sé quién eres, asumo que tu vida va de maravilla, te ves bien y estoy feliz por ello. (¿Por qué no lo estoy?). Estoy feliz de que no pases los años repasando los errores, como yo, cavando huecos para enterrar el dolor, como yo. Que tengas una familia e hijos con los cuales pelear, como lo hacemos tú y yo sin decirnos ya nada. Y detesto comprobar que lo hiciste fácil para ti. Que tu vida y la mía se llevan demasiada desventaja. Ya no podemos enumerar los hubiera… ¿Para qué? Procuro sentirme feliz de que seas feliz. (Lo intento). En mi mente te imagino pleno, y rezo porque haya siempre alguien a tu lado que te amara tanto como yo. Y pienso que llegará el día en que podremos sentarnos y cenar sin éste pesar. Ojalá tuviéramos algo de qué hablar en este momento, ojalá no tuviéramos que callar. No puedo evitar sentirme celosa de quienes te tienen completo y sonriente, cuando debiera ser yo, y ese mi lugar. Pero ahora que estás aquí, puedo comprobarlo. No vinimos para pedirnos perdón. No creo que sepamos cómo. No te quedarás, no te importará. Bostezas y alejas la mirada. Estás cansado para pasar un día conmigo, una hora conmigo… Ordenas la cuenta y se acaba. La relatividad de éste momento es cruel conmigo. Es amargo el adiós conmigo. Mírame. Me derribas como a una pieza de cristal, y los fragmentos nunca vuelven a su lugar. Mi felicidad se apaga a la medianoche. Esperaba que tuvieras un millón de cosas que decirme, que tuvieras un regalo envuelto en el asiento trasero para mí, que tuvieras más de noventa minutos para cambiar todo lo que hemos hecho mal… Pero me engaño a mí misma. Una mentira tras otra, tenerte o no tenerte, mi corazón se fractura. Por amor, desamor, pérdida, melancolía. Lo amargo, lo agridulce, amarte, no amarte, intentar cualquier cosa contigo o sin ti; eso me arrastra y me trae la misma pena, y es terrible la inercia de los años. El hubiera y lo que se murió en mí por ti. ¿Lo has pensado? Lo que obtuve de ti, lo que me enseñaste… Llego a casa y me derrumbo en la puerta. “Ya no me amas”. “Ya no somos más nada que extraños”. Lo pienso en voz alta y no tienes idea de cuánto duele. La lista de reclamos atorados en mi garganta; soy cobarde para dejarlos salir. Los celos arañan mi pecho con violencia, me desgarran, desearía vengarme de ella… Pero la niña en mi pecho te ama, y ella desea conservarte intacto mientras este sentimiento me quema… Ojalá fuera ajena a ti, para nunca tener que volver a pensarte. Odiarte debería ser fácil, lógico, coherente. Pero te amo. “Te amo. Cuídate. Adiós”. El juego de palabras que nos decimos por cortesía. A pesar de que hemos cambiado tanto; te he escrito cien cartas, cien vidas que nunca tendremos, y el final, es siempre igual. Un amor real y moderno; trágico. Un amor devoto que se pudre, que no vale la pena al cerrar el libro. Si fuese cálido, si quedase algo bueno; me costaría creer que fuésemos y yo… Es más fácil pensar que estamos muertos. Que somos fantasmas después de la guerra. Y sólo somos un año más viejos. Feliz cumpleaños, Kasyame digo a mí misma.

– Kasya

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS