Puertas que solo abren con el alma.

Puertas que solo abren con el alma.

Anastasia

16/12/2025

Ana solía esperar a que todos se durmieran para que su puerta secreta se abriera y sus alas creativas tomaran formas distintas.

A esa hora, nadie la juzgaba por volar raro.

Era libre de inventarse oficios imposibles, curadora de corazones rotos, sembradora de palabras en desuso,

rescatista de causas olvidadas.

Viajaba donde ayudar era prioridad, aunque fuera con una carta, un dibujo o un silencio bien puesto.

Nadie lo sabía, pero Ana salvaba mundos…antes de que el despertador la llamara a ser «normal».

Una noche, Ana conoció a un niño que no podía dormir porque tenía ideas muy grandes y nadie con quien compartirlas.

Le hablaba a las plantas, dibujaba con ramitas y coleccionaba preguntas que los adultos no sabían contestar.

Ana no lo interrumpió.

Le ofreció una palabra: «complicidad».

Y él, por primera vez, se sintió menos bicho raro.

Desde entonces, Ana no solo volaba… empezó a construir pequeñas alas en otros.

Porque entendió que no todo vuelo es escapar.

A veces volamos para llegar a quien necesita una pista para despegar.

Desde aquella noche, el niño no dejó de pensar en Ana.

No sabía si era un sueño, un hada o una especie de superheroína sin capa.

Solo sabía que la había visto…y que una vez que alguien te ve de verdad, ya no podés desverlo.

La buscó en los recreos, entre los árboles del parque y en los libros viejos de la biblioteca.

Preguntó por ella sin preguntar, dibujó su sonrisa en cada hoja que tocaba.

A veces, al caer la tarde, juraba ver una sombra con alas escondiéndose detrás de alguna puerta cerrada.

No entendía por qué nadie más la notaba.

Pero él sí…

Porque desde que Ana le habló, empezó a ver distinto.

Las personas, los silencios… el dolor ajeno.

Empezó a sentir que, quizás, también podía ser como ella, un ser de luz rebelde en un mundo distraído.

Una tarde, mientras llovía sin apuro, el niño se refugió bajo el alero de una librería antigua.

Allí, entre olor a páginas viejas y mate cocido, conoció a una mujer que dibujaba mariposas en los márgenes de un cuaderno.

Le llamó la atención que no le hablara como a un «nene», sino como a un igual.

Como si ya supiera que él cargaba preguntas importantes.

—¿También la estás buscando? —preguntó ella, sin mirarlo directamente.

—¿A quién?— retruco el niño.

—A la que no se deja encontrar… pero aparece cuando más la necesitás.— acuso la mujer.

Él sintió un calorcito extraño en el pecho.

No dijo nada, solo asintió.

Ella cerró el cuaderno con una sonrisa suave y le tendió una hoja, un dibujo de Ana… o al menos eso creyó él.

—Cuando uno se cruza con alguien así, no vuelve a ser el mismo —dijo ella, poniéndose de pie.

Y sin más explicación, se perdió entre los charcos y la ciudad.

El niño la vio alejarse, sintiendo que algo se activaba en él.

Como si, de a poco,

las alas volvieran a crecer…

#adrianablanche 

#cuentoscortos

Etiquetas: alma cuento

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