Maximillian Bouller era el tipo de científico que creía que la curiosidad humana era más fuerte que el miedo. Junto a un grupo de jóvenes investigadores, trabajaba en un proyecto secreto patrocinado por la Agencia Científica Global: la creación del “Journey”, una sonda equipada con un nuevo impulsor de iones capaz de alcanzar velocidades jamás vistas. Su propósito era noble —llevar un mensaje de la humanidad a las estrellas—, pero la ambición de Bouller lo llevó a ignorar las advertencias.
El día del lanzamiento, el aire en el complejo aeroespacial de Helbion brillaba con una tensión eléctrica. Bouller observó el panel de control, sus manos temblorosas sobre la consola. El impulsor rugió en silencio, con un zumbido apenas audible, hasta que el sonido se convirtió en un eco ensordecedor dentro de sus huesos. Los monitores mostraron una distorsión en la estructura del espacio-tiempo. Nadie entendió lo que ocurría hasta que fue demasiado tarde. El motor de iones provocó una reacción en cadena: una liberación atómica que expandió un anillo de fuego azul sobre la instalación. La explosión arrasó la base y la ciudad cercana en segundos. El cielo se iluminó con un resplandor antinatural que duró tres días. Maximillian sobrevivió bajo el búnker donde se realizaba el control de despegue de la sonda que, a pesar de la explosión, logró hacerla despegar. Cuando salió del búnker, no quedaba nada, salvo un infame efecto que quedó para la posteridad. El “Efecto Bouller”, como lo llamó la prensa antes de que el gobierno borrara los registros.
Ahora, en la clandestinidad, Bouller teme que el Journey aún esté allá fuera… que alguna civilización extraterrestre haya responda a algo que nunca debió haber escuchado.
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