Edelweiss

Edelweiss

SEEYOU

27/08/2025

En los confines de la tierra, donde los
gigantes caminaban sobre los campos de arena y los astros celestiales
eran dioses que descendían sobre la tierra, la noche se cubría con
el manto de la diosa Luna. Ella, junto con sus estrellas, abrazaba al
mundo con luces pálidas, aguardando en silencio mientras observaban
las formas de lo que existía en aquel lugar.

Entre todas
ellas, una …la más hermosa y radiante quedó prendada
de las montañas de los Pirineos. Fascinada por sus valles, ríos y
cumbres, contempló por primera vez los colores que el día revelaba y atónita ante aquella explosión de vida, deseó robarle minutos al
tiempo para gozar una y otra vez de ese espectáculo. Cuando llegó
la primavera y los campos se cubrieron de flores, la estrella sintió
un deseo tan profundo que, incapaz de contenerlo, fue a hablar con la
Luna.

La diosa, que siempre había favorecido a aquella
estrella por su luz inigualable, escuchó sus palabras con sorpresa…esta, con voz temblorosa, le confesó:
—Mi señora, los
colores de la tierra son tan hermosos… deseo ser parte de
ellos.

La Luna, contrariada, la reprendió: nada en la tierra
podía compararse con el resplandor del firmamento, y además aquel
mundo no estaba exento de maldad. Pero la estrella insistió, y con
valentía exclamó una y otra vez:
—¡Quiero ser flor! …flor de los verdes
prados que se hallan en esas montañas, estoy cansada de alumbrar el cielo de esta oscuridad… quiero
descender y convertirme en la más bella de los Pirineos.

La
Luna la observó con una frialdad cortante, como si le clavara una
daga con la mirada. Herida en su orgullo, le concedió el deseo,
aunque no sin castigo:
—Si eso es lo que deseas, así será.
Brotarás como flor, pero dejarás de brillar en el cielo.

Aquella
misma noche, la estrella se apagó lentamente, dejando un rincón
oscuro en el firmamento, quiso despedirse pero ni eso le ofreció… Al amanecer, despertó a una nueva vida:
había nacido como una flor blanca y pura, con pétalos sedosos como
el algodón, en lo alto de los Pirineos,era hermosa, luminosa distinta a
todas las demás.

Eso si… la Luna, resentida, urdió su
venganza: confinó a la flor en las cumbres más altas y solitarias,
lejos de la vida que tanto anhelaba conocer, quien quisiera hallarla
debía arriesgarse a recorrer caminos difíciles y peligrosos, así
pagaría la insolencia de desafiar a su diosa.

La flor quedó
sola en aquellas alturas, condenada a los inviernos gélidos y a la
soledad. Nadie llegaba hasta allí para admirar su hermosura. Entre
la nieve y el viento, se marchitaba de pena, odiando a la Luna por
haber castigado su deseo. Cada noche, al ver a la diosa brillar, le
mostraba su rencor, recordándole que aunque fuera su madre, había
sido cruel.

Y, sin embargo, la Luna jamás dejó de observarla… Sus lágrimas, al caer en forma de nuevas estrellas, eran el reflejo
de un amor contradictorio: la furia de una diosa y el dolor de una
madre que había perdido a su hija favorita.

El frío en la alta montaña era insoportable y la bella flor comenzó a tener síntomas que alertaron a la madre luna sin embargo su ego podía mas que su salvación hasta que esa mañana algo cambió….

En lo más alto de aquellas montañas
vivía un montañés solitario, que habitaba una humilde cabaña de
piedra. Esa misma mañana, mientras caminaba por los riscos en busca de
hierbas, halló la extraña flor casi marchita, a punto de
desfallecer. Su tallo se doblaba, sus pétalos temblaban como si
estuvieran a punto de deshacerse en el viento.

El hombre, con
una dulzura inesperada, la recogió con cuidado, como si temiera
romperla entre sus manos y la flor, en su último suspiro, lo miró… comprendiendo que los humanos no eran tan crueles como había temido.
Ese ser sencillo y bondadoso quería salvarle la vida.

La
llevó hasta su cabaña y la plantó en su jardín, donde crecían
muchas otras flores. La cuidó con paciencia, regándola,
protegiéndola del frío, hablándole como a una criatura viva y
frágil. Día tras día, su esmero devolvió el vigor a la
estrella-flor, que comenzó a abrir de nuevo sus pétalos blancos y
puros.

El Sol y la Luna, al contemplar tal ironía, no
pudieron sino sonreír. Ambos agradecieron en silencio el gesto de
aquel humano que había salvado a su hija: el Sol iluminaba cada
mañana su cabaña con un fulgor especial, y la Luna, cada noche, la
bañaba en plata, de modo que nunca necesitaba encender una
lumbre.

Con el paso de los días, la flor recobró su fuerza
y, en una noche clara, volvió a hablar con su madre, la
Luna:
—Madre… sé que te he fallado, y acepto el castigo que
me impusiste. Pero ahora solo quiero pedirte un último favor:
permíteme convertirme en humana, para poder agradecer con mis
propias manos la bondad de este hombre que me ha salvado la vida.

La
diosa permaneció en silencio largo rato y aunque seguía enfadada, no
pudo resistirse a la súplica de su hija. Finalmente, con un gesto
severo, accedió:
—No creas que esto es perdón. Mi ira no ha
desaparecido. Pero si tanto deseas agradecerle, así será.

Y
la convirtió en mujer, una de piel albina, tan blanca y pura
como la flor que había sido; con cabellos plateados como la luz
lunar y ojos grises, tan claros como la nieve de las cumbres. Su
belleza era un misterio imposible, una tentación y un milagro.

El
montañés, ajeno a todo ello, despertó de un sueño extraño y
excitante…zarandeo su cabeza y como cada día, bajó al jardín para cuidar sus flores.
Entonces se detuvo, asombrado: había un hueco vacío entre las
plantas,justo, el lugar donde había estado la extraña flor. Intrigado,
escuchó un murmullo, un canto delicado que venía desde la
cocina.

Entró y se detuvo en seco. Ante él se hallaba una
mujer de hermosura sobrenatural, que lo miraba con dulzura. Ella, con
un leve gesto de la cabeza, le dio a entender lo imposible: que era
la flor que había rescatado del frío y de la muerte.

El
hombre quedó fascinado, dividido entre mirar al jardín vacío y
contemplar a aquella criatura. Entonces lo entendió todo, y como
estrella fugaz que cumple un deseo, nació el amor entre ambos.

Se
amaron con intensidad, con el fuego de lo eterno. Vivieron juntos en
aquella cabaña, en un exilio de dulce secreto, entre montañas, deseo ternura, amor infinito, hasta que la vejez los alcanzó pero cuando la muerte
finalmente se los llevó, la historia no terminó allí.

La
estrella, agradecida, ascendió de nuevo al cielo y esta vez no
volvió sola: el alma del hombre la acompañó. Desde entonces,
brilla en el firmamento junto a su único amor, el mortal que le
salvó la vida.

by seeyou

Etiquetas: amor ficción leyenda

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS