El piso no se fregó pero la mugre estaba allí. Estraba atrapada en ese viento del interior de la habitación. Como siempre había estado en toda partes desde hacía años en mi casa. Parecía ya casi ordinaria, como un huésped más.
Si bien no nos habíamos peleado con ella, con la mugre, habíamos entendido en forma implícita mantener nuestro lado cada uno. Entonces si yo mi iba al lado izquierdo de la habitación a escribir en mi escritorio, ella automáticamente se movía al lado derecho a ocupar un lugar que si bien no estaba limpio, ahora parecía albergar toda la suciedad de la habitación.
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