No necesitas encajar en los lugares donde todos buscan entrar.
Nunca encontré la puerta del Vaticano, tampoco la busqué:
entendí temprano que mi camino no estaba en las audiencias ni en las bendiciones ajenas.

He estado en ciudades y noches que prometían eternidad
y que al amanecer se deshacían como promesas rotas.
Cada error, cada exceso, cada silencio: todo lo llevo conmigo,
y no cedo nada de eso, porque son los cimientos con los que levanté quien soy.

Ser diferente es aceptar la contradicción.
Es peinarse al lado contrario de lo que ordena el protocolo escolar.
Es ser leal al amigo cuando todos callan.
Es elegir quedarse cuando es más fácil huir.
Es decir la verdad, aunque tiemble la voz.
Es guardar silencio cuando las palabras sobran.
Es caminar descalzo en un mundo de disfraces.
Es mirar de frente, aunque la mayoría baje la mirada.

Lo que soy no cabe en diplomas, ni en trofeos, ni en currículums.
Lo que soy está hecho de momentos que nadie fotografió,
y de una rareza que ya no necesito justificar.

No te quedarás solo,
porque todos podemos decidir libremente:
si alzamos la voz o guardamos silencio,
si damos un paso al frente o retrocedemos,
si construimos muros o abrimos caminos,
si cargamos rencores o aprendemos a soltar,
si copiamos moldes o creamos formas nuevas,
si vivimos de verdad o solo aparentamos.

La diferencia está en lo que decides conservar.
Unos devuelven los golpes, otros los transforman en armadura.
Unos olvidan las caídas, otros las convierten en experiencia.
Estar en los lugares más sagrados sin encontrar a Dios,
y hallarlo en las esquinas más perdidas sin buscarlo.

Eso es ser diferente: no pedir permiso para ser todos los que he sido,
y llevarlos conmigo hacia quien seré mañana.

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