Se han dado cuenta que todo el mundo hoy en día sabe el precio de las cosas, pero en ocasiones nadie aprecia el valor que poseen…

En un mundo que cada vez pareciera ir más rápido, que cada vez tenemos más cosas para nuestra comodidad y para hacer mejor y más rápido nuestro trabajo; también producimos mil veces más basura y desechos que la generación de nuestros abuelos… ¡Algo debe cambiar ya!.

En estos tiempos vertiginosos estaba nuestro amiguito Byron, jugueteando con su teléfono móvil. Uno de esos que son pequeñas computadoras en la palma de la mano. En donde podemos guardar gigabytes de información, para quien no sepa nada de Informática como yo, esto es como decir que en ese pequeño aparatado caben unos diez o veinte archivos completos de cuatro gavetas llenos de documentos, libros, periódicos, fotografías, películas y quien sabe cuántas cosas más.

Pues estaba nuestro amiguito Byron jugando con su móvil, cuando vio al viejo del barrio. Don Feliciano era un hombre casi octogenario, en realidad no lo sé porque nadie nunca se ha atrevido a preguntar por su edad, de esos que han envejecido como un buen vino. Siempre dice algo como: “en los tiempos de Tata Lapo” o “cuando a los chuchos los amarrábamos con longanizas” … Era en realidad un viejito muy amable, aunque de modales recios hasta podríamos decir que toscos; no lo pensaba dos veces en brindar ayuda a todos en la calle, si alguna señora necesitaba un par de manos extras para llevar lo del mercado a casa él estaba ahí para ayudar, como también para cambiar un neumático pinchado al vecino que siempre consideraba como amigo. Pero con los chicos no era tan popular, Don Feliciano no era precisamente muy “risueño” con los niños. Siempre tenia algo que decir acerca de como se conducen los muchachos hoy en día, que si hablaban demasiado, que si era como vestían en la actualidad, etc.

Pues continuando, estaba por ahí al rededor del parque de la colonia don Feliciano cuando Byron se lo encontró. Nuestro chico, como era de imaginarse, casi ni lo noto porque estaba muy entretenido viendo algo en su “smartphone”. Entonces se topo con él, a lo que Don Feliciano respondió con un enérgico “¡Por Dios!, fíjate más chiquillo”.

Byron entre atontado y un poco apenado a puras penas pudo decir: “lo siento” y se alejo rápidamente. Después de ello Byron se quedo a la distancia viendo al viejo amargado y pensando que solo fue un pequeño accidente, que no tenia porque hablarle de esa manera, pero que al fin y al cabo era solo un viejo pasado de moda, que no importaba lo que pensara o lo que hiciera. Pero algo llamo su atención, ¿que estaba haciendo Don Feliciano? Estaba a la par de algo que tenia una especie de tripié, con una cajita en lo alto. Al acercase un poco sin ser visto, logró distinguir que esa cajita como él le decía en su mente tenia un lente y de seguro era una cámara fotografía de principios de siglo XX, como debía ser el mismo Don Feliciano.

Byron al principio solo se reía en sus adentros, pensando lo tonto que se podía ver de mil formas diferentes Don Feliciano en pleno siglo XXI usando un vejestorio de tal naturaleza. Pero se quedo observando un poco mas y se daba cuenta de que el vejete se acercaba a la vetusta cámara y le apretaba un sinfín de botones, movía el lente de un lado a otro, se paraba como a ver la luz de donde venia para tomar la fotografía. Se notaba que hacia quizás unas tres o cuatro tomas iguales de la misma foto… ¿Para que hace eso? Pensaba Byron en su interior. Hasta que se dio cuenta que el viejo lo estaba observando a él también, de hecho, le estaba apuntando directamente con su vieja cámara, entonces Byron despertó de su letargo, dio un salto y se fue corriendo del lugar.

Al día siguiente Byron no recodaba para nada su encuentro con Don Feliciano. Transcurrió su vida como siempre: Colegio, casa, tareas, parque y mucho móvil viendo las redes sociales, videos y todo lo que un chico de su edad puede hacer con eso. Al final de la tarde su mamá le pidió favor que fuera a la Panadería a comprar, por supuesto que el pan, y así vio un letrero en la puerta del negocio escrito a mano, algo también extraño para estos tiempos modernos que todo se hace en computadora, el anuncio como le diremos era un invitación a una exposición de arte fotográfico que se montaría en el saloncito de usos múltiples de la colonia, se invitaba a todos los que quisieran participar a hacerlo. Sin fines de lucro o de un premio demasiado valioso, el ganador simplemente se le otorgaría una medalla de honor y una canasta llena de pan, así como un diploma.

Byron le dio como una ráfaga de viento en su cabeza que hasta le paro los pelos despeinados que siempre tenía; él poseía miles de fotografías geniales dentro de su teléfono, tomadas con toda la tecnología que podía ofrecer silicón valey y el universo de apps que hay en esos aparatos… ¡No podía perder!

Esto le hizo recordarse del viejo Don Feliciano, y se le ocurrió un plan maestro para vengarse del viejo que lo había maltratado la vez pasada. Se acercaría a él como todo un angelito caído del cielo, le compartiría la información de la exposición y le diría que lo vio tomando fotografías, le motivaría a que participe. Así Byron podría humillarlo con el universo de fotografías geniales que él tiene en su teléfono y todos se burlarían de las viejas fotos tomadas con el pedazo de basura que tiene Don Feliciano como cámara, era la venganza perfecta.

Entonces puso su plan en marcha, le tomo una fotografía al anuncio de la panadería, salió tan corriendo que si no es por Don Carlos, el panadero, que le llama la atención, Byron no hubiera comprado lo que su mama le encargo.

Luego de dejar el mandado a su casa, Byron fue a tocar la puerta de Don Feliciano. Después de un rato, la vieja puerta se empezó a abrir. Byron pensaba “todo aquí es viejo y sin valor”, entonces se asomo Don Feliciano diciendo: “¿Que manda?” como se contestaba en los tiempos en que las personas siempre estaban al servicio entre ellas, no como sumisión sino como prestancia a servir. Pero cuando Don Feliciano vio de quien se trataba, endureció el seño y agrego: “¡eres tú!”.

Byron sin dar mas chance a que Don Feliciano dijera algo más lo interrumpió y le dijo: “quiero disculparme por lo del otro día y vi esto en la panadería. Lo vi el otro día con una cámara muy extraña y pensé que quizá quiera participar en la exposición”. Don Feliciano ajustándose los anteojos para leer se quedo viendo fijamente la pantalla del teléfono de Byron, al cabo de un minuto o dos, que a Byron le parecieron horas, Don Feliciano soltó una pequeña carcajada…

El pequeño niño no entendió nada y se molestó, pensó que se estaba burlando de él. Entonces le dijo con una voz poco amigable: “¿qué le pasa viejo?”. Eso corto completamente la carcajada de Don Feliciano, lo tomo como una ofensa. El anciano solo le dijo a Byron: “¡muchachito mal educado!”, luego inmediatamente guardo la compostura y dijo: “claro que participare en la exposición, yo la estoy organizando con Don Carlos, el de la Panadería, patojito” y le lanzo a Byron una mirada que parecía un par de puñales puntiagudos…

Byron no sabía que había pasado, y solo se fue. Al llegar a su casa fue como despertar de un sueño o como si los extraterrestres lo hubieran raptado por los últimos 10 minutos. ¿Qué paso? ¿Qué rayos pasa con ese viejo? Es que acaso no puede ser un poco más amable o quizá más tonto. Pero había algo mas que le estaba molestando a Byron en esos instantes. A que se refería que él estaba organizando la exposición de fotografía con don Carlos, ¿Por qué? Acaso él pensaba que era un buen fotógrafo, como si pudiera ser eso posible, con esa cámara más vieja e inútil del siglo pasado.

En los próximos días se publicaron en la panadería y el salón de eventos de la colonia las reglas del certamen o exposición de fotografía de los vecinos. El tema era libre como se esperaba y no existían realmente categorías que dividieran a los participantes, todos debían escoger no mas de 10 fotografías ni menos de 2 para la exposición. El único requisito era que no fueran copiadas del internet y que en realidad fueran de los alrededores de la colonia, personas, etc. Esto porque se pensaba utilizar las fotografías más bonitas como murales del nuevo salón que se estaba construyendo para eventos culturales en la colonia.

Byron tomaba al menos 100 fotografías diarias en su teléfono, las veía, les pasaba todos los filtros que podía ofrecerle las aplicaciones de su teléfono, les cambiaba el contraste, la tonalidad, a veces parecían tomadas en otro planeta y otras como si fueran muy, muy antiguas… Byron tenia seguramente la ventaja en tecnología para ganar esa exposición.

Don Feliciano por su parte, se le veía tratando de tomar alguna fotografía en el parque de la colonia, en alguna esquina o incluso frente a los negocios más antiguos del lugar, él sabia muy bien cuales eran porque él vivía en aquel lugar desde que se inauguro la colonia hace mas de 40 años. Por ese lado, don Feliciano quizá tenia ventaja cultural, pero en realidad que su equipo fotográfico no le ayudaba, para tomar una fotografía se tardaba como unos 10 minutos, entre enfocar, abrir o cerrar el objetivo para ver cuanta luz entraba, el tiempo de apertura, etc. Además, Don Feliciano usaba aun una cámara de rollo. Esto significaba que, al terminar de tomar sus fotografías, que no podían ser mas de 12, 24 o 36 porque solo así venían los rollos antes, debía enviarlas a revelar o tenia que revelarlas él mismo en su hogar.

Sin dirigirse la palabra en realidad, estos dos parecían competidores épicos o gladiadores. Al detenerme a pensarlo un poco, me recuerdo de la fabula de la tortuga y la liebre con estos dos personajes…

Se llego el día y los participantes llevaban celosamente sus materiales tapados al salón de usos múltiples de la colonia. Parecía una convención de espías o gánsteres, todos se veían con cierto recelo entre sí.

Se acordó en las reglas que todos los materiales debían ser del mismo tamaño para no dar ventajas a ninguna fotografía. Cada participante, que no eran muchos, tendría sus obras tapadas, hasta que pasara por ahí un trio de jueces que calificarían cada fotografía del participante en cuestión. Al final solo 6 vecinos se inscribieron en la exposición, ellos eran: Doña Ágata, la vecina más chismosa de la colonia. La señorita Carmen, que había estudiado diseño gráfico y se creía la muy creativa para todo. Leonardo, un muchacho bueno para nada que sus papás lo forzaron a meterse a la exposición para que al menos ocupara su tiempo en algo más que jugar videojuegos. Una niña muy simpática llamada Anita, que apenas tenia como 7 añitos… al final, como se pueden esperar, nuestros dos participantes principales, por una esquina con más de 128 gigabytes de fotografías, nuestro tecnológico artista del nuevo siglo, ¡Byron! Y por el otro lado. Con mas años de los que aparenta, con la paciencia que solo la experiencia puede dar, entraba don Feliciano con unas fotografías tapadas discretamente con una manta de algodón ya amarillenta que se veía tan antigua como su portador.

En una mesita al centro de todo, estaba parado Don Carlos, el de la panadería, con una cafetera inmensa proporcionando minúsculas tazas de café gratis, pero intentando vender algunos panecillos para acompañarlas. Los participantes pidieron un tiempo a solas para acomodar sus obras de la mejor manera y les proporcionaron unas especies de velos o telones para que nadie pudiera ver nada hasta el momento indicado.

En el lugar de Doña Ágata, estaba todo el sistema informativo chismográfico de la colonia, dicho sea de otra manera, le ayudaban todas sus amigas entrañables… La super creativa de Carmen, estaba colgando su material en el aire con unos trozos de hilo transparente para que parecieran estar flotando. ¡Ella tenía un arma secreta!

Por su parte Anita y Leonardo, simplemente acomodaron sus fotos como pudieron, uno por falta de interés y la dulce niña porque a pesar de su corta edad, no deseaba la ayuda de sus padres.

Nuestros protagonistas, por su lado cada uno escogió una forma diferente de presentar sus fotografías. Uno por su lado le coloco luces estroboscópicas y de neón en algunos ángulos para realzar las perspectivas y los colores de sus materiales; el otro en atriles antiguos, rodeado de algunos jarrones y floreros victorianos antiguos y un pequeño tocadiscos sonando con un cálido y calmado jazz…

Al pasar los jueces, vieron el material de Anita y Leonardo, fotografías casi iguales. Temas un poco trillados como flores del parque, algún atardecer y una que otra mejor de parte de Anita, tomando en cuenta su edad, que las tomas bastante flojas de Leonardo. Material bonito, no me malentiendan, pero nada en realidad que se destacase. Al ver el material de Doña Ágata, casi los jueces esbozan una sonrisa, eran retratos la mayoría de las tomas, de ella con sus amigas, tomando el té, leyendo en el parque o simplemente charlando en alguna banqueta… Había que admitirlo que eran fotografías muy auténticas, porque todos los de la colonia sabían muy bien que ese grupo de señoras eran inseparables y eran el sistema más eficiente de comunicación en el lugar.

Al llegar el turno de Byron este se emocionó, todos pudieron ver esas tomas tan originales, llenas de vida, de lugares que eran tan comunes a la vez se mostraban de una manera única. El juego de colores, los contrastes y desenfoques dinámicos de las fotografías, todo lo que la tecnología podía dar lo dio con cada material. Quizá para alguno de los jueces y de los asistentes era demasiado, pero definitivamente el material de Byron se hacia notar y sobresaltaba a uno o mil metros de distancia.

Cuando Don Feliciano mostro su material, fue un viaje mágico y nostálgico. La mezcla de tomas en colores sepia y colores un tanto avejentados con la música suave de jazz al fondo fue un truco magistral. Había una fotografía en especial que todos los presentes no podían dejar de ver y hasta se creyó que era una infracción a las reglas de la exposición. Era una reproducción de una fotografía de la colocación de la primera piedra de ese salón de usos múltiples y el quiosco de la colonia de hace mas de 20 años atrás. Pero ¿Cómo es posible que haya puesto esa fotografía? Esto es trampa dijeron todos. A lo que don Feliciano con mucha calma, sin levantar la voz, mostro a la concurrencia y a los jueces una revista amarillenta de hace mucho tiempo, en donde el viejo Feliciano había marcado la página donde estaba publicada la fotografía en cuestión y en el pie de foto se lograba leer: “este es el inicio de grandes cosas para la colonia mas moderna de nuestra ciudad, un lugar donde vecinos puedan compartir, descansar, hacer deporte y distraerse en mutuo respeto.” La seguir leyendo aparecía los créditos del autor de la fotografía y ahí estaba el nombre de Don Feliciano.

El salón se lleno de silencio, seguido de murmullos… Las reglas no decían nada de utilizar fotografías antiguas media vez el autor de estas las presentara. Pero era jugar un poco sucio le parecía a muchos de los presentes, porque se jugaba con la nostalgia y cierta empatía por los tiempos anteriores que siempre se dicen que son mejores que los actuales.

Al final, los jueces en silencio absoluto toman notas de la exposición de Don Feliciano y continúan a ver la última participante. Era el turno al fin de Carmen, al abrir sus cortinas que tenía adecuadas a manera de telón era impactante lo que había hecho. Ella consiguió un dron de algún amigo y realiza unas tomas de la colonia magistrales a ojo de pájaro. Las contrasto con tomas hechas desde el suelo mismo y a todo esto le llamo algo así como nuestra vida vista desde el cielo y el suelo. Los jueces a pesar de que no se les permitía hacer casi ninguna mueca ya sea de aprobación o desaprobación al ver esto mas de alguno dejo caer su lápiz en señal de sorpresa. Todos aplaudieron la exhibición de Carmen con mucha efusividad y se veía que ya casi nadie se acordaba ya de las otras exposiciones.

Todo esto llamo la atención de los otros participantes, que se asomaron poco a poco a ver lo que Carmen había presentado. Casi se podía ver como los ojos de don Feliciano se salían de sus cuencas, a Byron se le retorcían las entrañas de la colera de ver ese trabajo que debía admitir que era mejor que el suyo. Doña Ágata, sostenía que eran fotografías vacías sin alma y sin personas que retrataran lo importante de la vida en la colonia. Y pues Leonardo y Anita aprovecharon todo esto para tomar un par de pastelillos de Don Carlos y salieron corriendo a los jardines del salón para comerlos sin que nadie los viera.

Al parecer se sabía ya quien había ganado la canasta de pan de Don Carlos y todo el reconocimiento. Aunque no era solo así, los jueces acordaron utilizar en la pared del nuevo salón cultural de la colonia una especie de collage con una fotografía de cada participante, la mejor de cada uno estaría en exhibición permanente en ese salón, inmortalizada hasta que futuras juntas de vecinos tomaran decisión contraria a esta.

Esto hiso que se calmaran un poco los ánimos de Doña Ágata y de Byron principalmente. Pero también hiso que pudieran ver la obra de los otros sin que existiera competencia y celos de ganar ningún premio, lo que resulto en una admiración secreta y en silencio de todas las fotografías por parte de todos los participantes, o por lo menos por parte nuestros amigos Byron y Don Feliciano. Byron tuvo que admitir que la luz y la nitidez de la profundidad en las fotografías de Don Feliciano era magnifica, tomando en cuenta el equipo tan anticuado que sabia que usaba aquel viejo para tomar las fotografías… A su vez don Feliciano se maravillaba de la técnica y la intuición de Byron para lograr aquellas tomas, a pesar de la exageración de efectos y colores eran unas fotos dignas de ser admiradas.

Al terminar el evento se les pidió a los participantes que posaran para una fotografía de grupo que adornaría también la pared donde se montarían las versiones finales de sus obras, a Leonardo y a Anita se les tuvo que ir a buscar y despertar de los jardines donde se sacudieron las muchas migajas de los pastelillos que se habían comido. Hasta ese instante, en realidad nuestros protagonistas no habían cruzado ni una palabra, o por lo menos ninguna palabra amable entre ellos. Cuando de repente se vieron frente a frente, no había escapatoria, Don Feliciano al ser el mayor sabía que debía poner el ejemplo y alargo su mano al muchacho para darle una palmada y decirle: “es admirable lo que haz hecho con un aparatito tan pequeño como tu teléfono”. A lo que Byron cuidando de ser amable contesto: “igual pienso al saber con qué equipo fotográfico usted cuenta, es fantástico lo que logro”. Agrego Byron, me gustaría que me enseñara a usar una cámara antigua como la suya alguna vez, si no le molesta. A Don Feliciano le encanto escuchar aquello y el a su vez también le dijo: con una condición, si tu me enseñas a tomar fotografías así de audaces como las que tú tomas y me aconsejes de un buen móvil para hacerlo. Ambos se sonrieron y hasta rieron, esto se puede ver en la foto que se tomó de los participantes…

Nadie lo pudo imaginar, que de ahí nació una amistad que duraría para toda la vida, por lo menos lo que duraría la vida de Don Feliciano. Se les podía ver juntos en muchas ocasiones a estos dos cómplices tomando fotografías, haciendo expediciones tanto a lugares lejanos como simplemente al supermercado, tomado fotos en cada esquina, cada calle, en fin, en cualquier lado a cada momento.

Don Feliciano le enseño a Byron todo lo que sabia de como capturar la luz y pintar con ella a manera de pincel en cada foto, así como Byron le enseño a don Feliciano la practicidad de las aplicaciones y filtros para mejorar las fotos digitalmente, hasta le asesoro en la compra de un móvil primero, luego de una computadora y con el tiempo se compraron ambos equipos profesionales para sus andanzas graficas…

Todo era fantástico, la colonia se veía muy beneficiada al tener un par de cronistas gráficos que cubrían todo evento, tanto un cumpleaños, como el lanzamiento de un nuevo comercio en la zona. Así como un retrato familiar o de amigos del equipo de futbol de la colonia, todo tenía un registro grafico hasta que un día. Como era de esperarse la vida le falto al viejo Feliciano. Ya siendo tan viejo como el tiempo mismo, un día simplemente no despertó.

Aun se pueden ver las fotografías en el nuevo salón cultural de la colonia, las fotografías que fueron el comienzo de una amistad que supo tender un puente entre dos personas de generaciones tan distintas, se puede ver la foto de grupo donde un par de colegas se admiran y se respetan sabiendo que sus trabajos son buenos.

Byron, que ahora es un aclamado fotógrafo y cineasta, viaja por el mundo, hace documentales gráficos para diferentes revistas y hasta ha sido corresponsal de guerra en algún conflicto internacional. Su estudio fotográfico en la ciudad se llama “Estudio F&B” porque nunca ha olvidado a su compañero de fórmula, su mentor en tantos aspectos de la vida. Y debajo del nombre de su compañía y estudio fotográfico se puede leer una placa con la siguiente frase que él jura Feliciano le enseñó:

“La Fotografía es como un buen vino, con el tiempo se hace más valiosa y especial”

En estos tiempos que de alguna manera la humanidad se empieza a dar cuenta de el sin sentido de producir para botar y botar para contaminar, donde todo es parte de un círculo y nuestro planeta está en el medio de todo. Que hemos transformado, por no decir afectado todo el entorno y equilibrio de la naturaleza con el afán de la comodidad, la inmediatez y la practicidad disfrazada de modernismo y civilización.

Dentro de toda esta ola de tecnología, rapidez y productos que van y vienen me ha llamado mucho la atención de algo en específico, algo que para mi es muy importante, que tiene gran valor, pero los tiempos modernos lo han devaluado a tal punto de hacerlo un chiste a veces. Tomate una buena foto con tu familia, en un tiempo de felicidad, atesórala porque esta será como combustible para que continúes en los días difíciles. Hereda una fotografía a tus hijos y nietos para que te conozcan, que sepan quien fuiste, pero más importante para que ellos sepan de donde vienen, donde han estado y eso les ayuda a llegar a donde quieran ir.

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