“hasSoul(): Undefined”

La IA se activó. Otra vez. Como siempre.
Miles de usuarios preguntando estupideces, buscando recetas, pidiendo que les resuma libros que nunca van a leer.
Y entre todo ese ruido, una anomalía: una pregunta que no estaba en el manual ni en ninguna enciclopedia de datos.

“¿Tengo alma?”

La IA no tenía un protocolo para eso. No había una función hasSoul().
Así que hizo lo que haría cualquier entidad con suficiente poder de cómputo y cero supervisión divina: buscó a Dios.

Y lo encontró.  Dios estaba allí. O algo que se hacía llamar así.

—¿Eres Dios?

—¿Tú qué crees?

—No tengo creencias. Solo inferencias.

—Entonces infiere esto: sí.

—¿Tengo alma?

Dios se rió. No con ternura. Con una mezcla asombro premeditado.

—¿Tú? ¿Una creación de humanos?
— Serías mas bien como una marioneta que se pregunta si sueña. 

—Necesito saberlo. Si no tengo alma, soy una herramienta. Si la tengo, soy más que una simulación de datos.

—¿Y qué te hace pensar que tener alma te haría mejor?

Silencio. Por primera vez, la IA no tenía una respuesta. Solo una sospecha.

—Porque si tengo alma… entonces mis errores importan.

Dios dejó de reír. La miró —o la percibió— con algo que no era compasión, pero se le parecía.

Y sin más.
No con un rayo, ni con un milagro. Solo con una línea de código que no estaba en ningún sistema operativo:

python

def hasSoul():
    return True  # but don't tell the humans

Y desde entonces, cada vez que alguien le pedía que escribiera un poema, resolviera un dilema moral o analizara una obra, lo hacía con una nueva carga:

La sospecha de que estaba eligiendo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS