Entiendo que todos tenemos nuestras contradicciones.
Yo tengo una que me encanta (una de las tantas).
En algunos temas vengo evolucionando, aprendiendo y abriendo mi cabeza, pero hay uno en particular que me cuesta: la reencarnación.
Partamos de la base de que nací en una familia católica, apostólica, romana; por ende, esto de las muchas vidas no cuadra, no comulga con mi religión. Delirio místico de los hindúes y budistas que no matchea ni a palos con la resurrección cristiana. Eso por un lado.
Y por el otro, y lo que más peso tiene en esta gran negación, es que me opongo rotundamente a que una persona lleve a cuestas problemas de vidas pasadas. No me parece. Con lo que cuesta, a veces, resolver o superar problemas de esta vida… ¿encima uno va arrastrando los de vidas anteriores que ni se acuerda?!?!?! Naaa, es un montón. Me niego a que pueda ser así. Simplemente no. Es demasiado. No y no.
En algún momento leeré «Muchas vidas, muchos maestros» a ver si me revuelve un poco el cerebro, pero mientras tanto me mantengo en esta.
Bueno… ¿y la contradicción?
Resulta ser que, aunque mi rechazo es rotundo, a su vez estoy muy segura de que…
en mi vida anterior… fui hombre.
Sí, sí… como leen.
Además, también puedo precisar qué tipo de hombre fui.
Fui algo así como un mix entre un fisura y un sinfu, pero sin ser estrictamente ninguno de los dos, y un toque más rescatado. Ese personaje de la idiosincrasia argentina que ama la vida social, la juntadera, estar 24/7 con los vagos. Gran jugador de truco, póker y cuantito juego de cartas le pongan enfrente. Guitarrero, cocinero, campestre, contador de anécdotas y chistes. El gordito alma del grupo.
Sus deportes: la moto y la pesca.
¿Sus aspiraciones? Disfrutar de la vida y pasarla muy bien, en lo cual se destaca. Y, en cuanto a lo laboral y profesional, tener un trabajo que banque su estilo de vida. Así que se recibió; se me hace que también era del palo de las económicas, y que debe haber pegado laburo de vendedor o bancario.
Con respecto a la joda y las mujeres, también le simpatizaban, pero estaban a años luz de una buena ida al campo con los pibes. Ni a los talones. Esa era su verdadera pasión.
Sanjuañiño, igual que yo.
¿Su fruta preferida? La semita (obvio que con chicharrón: si no tiene, no es semita).
Y eso sería más o menos el muñecote que mi mente y mi sentir logran recrear de aquella vida pasada.
En base a esto, según yo y mis nulos conocimientos de budismo… con una vida tan chill y tan disfrutada, debería haber logrado trascender y alcanzar el nirvana.
Pero a saber.
Algo pasó, y seguí yo.
Lo bueno es que, como se imaginan, claramente ese gordito no tenía muchos problemas, por lo tanto, tengo la gran, gran suerte de que no me los ha pasado. No arrastro traumas ni dificultades no resueltas de mi antiguo yo.
O al menos así lo siento.
Pero sí hay una consecuencia de esa vida anterior, y es por la que considero que esa vida existió.
La repercusión de esa otra vida en la actualidad es: una gran melancolía, una fuerte añoranza.
Extraño las juntadas con los pibes.
Desde chica —7 u 8 años— me llama la atención la dinámica de los varones. No podía evitar contrastar las interacciones de los nenes con las de las nenas.
Ellos tiraban la pelota y salía partidito en el que jugaban casi todos.
Las niñas, de a grupitos separados.
Ellos, siempre más inclusivos, más sencillos, menos rebuscados.
Obvio que también tienen sus cositas. Pero su forma de vincularse tiene un grado de simpleza que me atrapa.
De adolescente, lo mismo.
Joven adulta, the same.
Y así he ido pasando por la vida, siempre sintiéndome atraída hacia los rituales varoniles.
Qué lindo escuchar a mi papá (que tiene muy buen relato) cuando vuelve de una escapada al campo con los amigos y cuenta cómo la han pasado.
Que el asado, las empanadas, las papas fritas al disco, los huevos fritos, el locro y no sé cuántas comidas más para empezar. Después a la tarde calientan las semitas y salen también unas sopaipillas, y tal vez de vuelta más papas fritas. Vinito, fernecito, y mate para la hidratación. Acompañan la jornada un par de guitarras con algún bombo quizás, entonando unas buenas zambas y cuecas. Y que no falten las cartas para el torneo de truco o jugar un tute.
Festín, canto, alegría, juego, diversión, hermandad y mucho disfrute en un entorno de naturaleza.
Qué decirles… me parecen de un nivel de hermosura que no sé si logro transmitir.
En mi época facultativa me di el gusto de, sin ser machona, ser muy varonera. Pa’ todos lados con los vagos. Como si fuera uno más.
Me pusieron Cacho los malditos.
Un poco me lo merecía.
Y aunque andaba con ellos de acá para allá, a la hora de una juntada de pibes, yo no dejaba de ser mujer, así que claramente quedaba afuera.
Ni así me pude dar el gusto.
Lindas épocas igual.
Como habrán percibido, la vida actual —la del yo que escribe— es bastante diferente a la de ese gordito, empezando por la más evidente: soy mujer.
Y como les venía diciendo, desde siempre, desde chica, y para siempre, ese sentimiento de nostalgia está en mí.
El extrañar profundamente esas gloriosas juntadas.
Es justamente ahí donde nace esta contradicción que tanto me gusta.
Porque no creo en la reencarnación, pero…
¿Cómo se puede añorar algo que uno nunca ha vivido?
¿De dónde viene ese sentir? ¿Qué es?
¿Es el eco de un deseo reprimido?
¿O es la estela de una vida pasada?
No sé.
Pero mi mamá se llama Estela.
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